MATERNIDAD DE MARÍA, AÑO NUEVO Y PAZ DEL MUNDO Domingo 1º de enero del 2012 Comentario a Lucas 2,16-21. Carlos Pérez Barrera, Pbro. Hoy, 1º de enero, celebramos tres motivos principales: la fiesta litúrgica de María Madre de Dios, la jornada mundial por la paz, y el inicio del año nuevo civil. Cuando la Iglesia afirma que María es madre de Dios, no nos está queriendo decir que ella es la autora de la eternidad de Dios, o que es la Madre de la Santísima Trinidad. Eso no. La fiesta de hoy es una ratificación de nuestra fe en la divinidad de Jesucristo. María es la madre del Verbo hecho carne. Jesucristo no es un profeta más entre los profetas del pueblo de Dios, no es solamente un hombre extraordinario, sorprendente. Ni siquiera es solamente el más grande de los nacidos de mujer. Jesucristo es todo eso, pero más que nada, es el Hijo de Dios. El evangelio según san Juan, que no proclamamos en la liturgia de hoy; lo dice en sus primeros versículos: "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios” (Juan 1,1). El evangelio según san Marcos, al que estuvimos siguiendo en el año pasado, tiene ese propósito: conducirnos a la confesión en Jesucristo como el Hijo de Dios. Éste es su primer versículo: "Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”.
La fiesta de hoy es parte del tiempo litúrgico de la Navidad, del nacimiento del Salvador. La Navidad no la celebramos litúrgicamente un solo día, o una sola noche, como hacen ahora muchos católicos y gentes no creyentes. Nosotros celebramos un tiempo litúrgico que tiene varias fiestas que nos hacen ir y volver sobre el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. Por eso hemos proclamado en el evangelio según san Lucas esta imagen de Jesús con sus padres José y María. Y Lucas, que coloca primeramente al recién nacido en el centro de nuestra atención, nos hace girar nuestra mirada hacia los que lo rodean, los pastores, los ángeles, su padre José, y de manera especial, su madre, quien guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.
Precisamente ésta es la actitud con la que queremos cerrar el año civil que ya se nos fue y a abrir nuestro corazón a Dios ante el año que comienza. Nuestros días no pueden transcurrir, o mejor dicho, no se nos pueden escurrir como el agua entre las manos, sin retener nada. Nuestra mente y nuestro corazón deben ser como una esponja, como el corazón de María que retenía todas esas cosas y las meditaba pausadamente. Qué imagen tan bella nos transmite el evangelista de esta mujer que Dios eligió como madre de su Hijo para venir en la carnalidad y espiritualidad humanas. Nosotros pensamos que buena parte de las cosas que nos platica san Lucas sobre la persona de Jesucristo las ha de haber recibido precisamente de María, que las vivió muy de cerca.
El año astronómico comienza el 24 de diciembre, en el hemisferio norte de nuestro planeta, que es cuando el sol nace de nuevo, cuando comienza, por efecto de la inclinación del eje de la tierra, a subir de nueva cuenta hacia el norte. Sin embargo, aunque el 1º de enero sea una fecha meramente convencional, nos sirve grandemente para tomar conciencia de nuestro devenir, del devenir de Dios en nuestra vida que llamamos historia de la salvación. A nosotros nos interesa ver, leer, retener, meditar, escrutar todos nuestros hechos vividos a lo largo de un año, para captar ahí la presencia actuante de nuestro Dios salvador, para darle gracias no en el vacío, para discernir su voluntad. Repasen ustedes los hechos del año pasado a la luz de la fe. Hagan un recuento, como los recuentos de la tele y de los periódicos, pero con una mirada creyente.
Finalmente quiero llamar su atención sobre el mensaje que nos deja el Papa Benedicto XVI para esta jornada mundial por la paz. El mensaje que nos ofrece este año se titula: "Educar a los jóvenes en la justicia y la paz”. ¿Con qué actitud debemos mirar el nuevo año?, se pregunta el Papa. Con confianza en Dios, con esperanza, a pesar de los signos tan negativos, que como una sombra, se dejaron caer sobre el año que ha terminado: las sombras de la crisis económica, del desempleo, y diríamos nosotros, de la violencia que se ha vuelto trágicamente nuestra compañera de viaje.
Para no ser meramente espectadores en la tan anhelada paz, el Papa nos convoca a tomarnos muy en serio la tarea de educar a nuestros jóvenes en la justicia, en la paz, en la verdad, en la libertad, en el amor. La paz es un don que en definitiva nos vendrá de Dios, porque no podrá ser un fruto de nuestros pobres y apocados corazones, pero también es cierto que somos colaboradores de Dios en la consecución de ese tan preciado don. Si queremos la paz, tendremos que educar a nuestros hijos en ella: en las familias, en las parroquias, en la sociedad. Todos estamos involucrados en esa tarea: padres y madres de familia, maestros, autoridades civiles, medios de comunicación, pero especialísimamente nosotros los que nos llamamos cristianos.
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