Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
EL ESPÍRITU DE LA IMPUREZA
Domingo 29 de enero del 2012
Otro comentario a Marcos 1,21-28.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     "Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo”.

     Este milagro es la clave para entender los siguientes milagros de Jesucristo en el evangelio de san Marcos. La obra de Jesús va a consistir en eso, en quitarle a este pueblo judío tan religioso, ese espíritu de la impureza con que marcan a todas las cosas, y quitarles esa marca de impuros a los pobres galileos, a los extranjeros, a las mujeres, etc. Por ello el espíritu impuro le dice a Jesús: "Sé quién eres tú: el Santo de Dios”. La santidad de Dios es lo que había provocado que aquel pueblo tan religioso excluyera de la comunidad y del culto a todo aquello que consideraban impuro. Muchos animales eran considerados impuros, como las serpientes, los cerdos, etc. Podemos ver una larga lista de ellos en Levítico 11, para decir categóricamente: "sean santos, porque yo, Yahveh, soy santo” (Lev 11,44). Los animales que tenían algún defecto no podían ser ofrecidos a Dios. Y eso se extendía a las personas: los enfermos, los lisiados, leprosos, mujeres en su período, los pobres, los extranjeros.

     La obra de Jesús va a consistir en arrancar del espíritu de aquellas gentes el espíritu de la impureza, y esa obra no va a ser algo fácil, por muy buena que sea. El conflicto será el acompañante de toda la actividad de Jesucristo, desde este milagro en que expulsa violentamente al espíritu de la inmundicia, hasta que llega a la cruz, cuando los dirigentes del pueblo lo saquen del campamento para dejarlo fuera, como a la misma inmundicia en persona.

     En los siguientes domingos del tiempo ordinario veremos la obra de Jesús milagro tras milagro:

     El milagro del leproso, el domingo 12 de febrero: Jesucristo, indignado o encolerizado, extiende la mano para decirle al leproso: "quiero, queda limpio”, es decir, purificado.

     Al paralítico, del capítulo 2, Jesús lo recibe como a un pecador, a pesar de que se lo presentan, a nuestra mirada, como un simple paralítico. Lo levanta para demostrarle a todos, especialmente a los escribas, que efectivamente ha quedado sano y perdonado de sus pecados, no tanto los que en realidad tenía, sino sobre todo de aquellos de los que los representantes de la pureza le habían cargado.

     Más adelante, en ese mismo capítulo, Jesús llama en su seguimiento a un publicano, y convive con los pecadores. La presencia de Jesús entre esas gentes es purificadora, porque si ellos no tenían acceso al Dios todo santidad, el Hijo de Dios sí comparte la mesa con esa clase de gente.

     En el capítulo 5 nos topamos con el hombre que moraba entre los cadáveres, la impureza total. Este hombre representa a los pueblos del otro lado del mar, que aparecen en este pasaje evangélico acompañados de las figuras de los demonios y de los cerdos, que eso son los extranjeros para el pueblo judío, pero Jesús va a ellos para ofrecerles la verdadera pureza.

     En este mismo capítulo 5, Marcos nos ofrece a dos mujeres, la que tenía doce años en una continua regla, y la otra que entraba en la pubertad y por lo mismo en sus períodos. Jesús se acerca a ellas para declarar puro lo que para el pueblo "santo” era impuro.

     ¿Nos parece poca toda esa enseñanza tan viviente? Es toda una buena noticia, como lo dice el evangelista desde el principio. Recordemos que Jesús había aparecido como la buena noticia en persona, y con la buena noticia de la llegada del Reino de Dios. Esta presencia purificadora de Jesús entre los considerados impuros es la señal de que el Reino de Dios ha llegado a ellos.

    ¿Qué nos dice, no sólo este milagro sino toda la obra de Jesús en Galilea, hoy día? Hay que salir a levantar a las personas, a los pueblos, hay que hacer una labor de inclusión con los pobres, los enfermos, los pecadores. Nuestra sociedad está poseída por el espíritu de la impureza, de la exclusión, de la maldad incluso. Es preciso retomar, como Iglesia y como sociedad, el camino de Jesús, que toma a cada persona y a cada colectivo para purificarlo.

 
 

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