"QUIERO, QUEDA LIMPIO” Domingo 12 de febrero del 2012 Comentario a Marcos 1,40-45. Carlos Pérez Barrera, Pbro. Recordemos que san Marcos nos presenta su evangelio como lo que es un evangelio, una buena noticia. ¿Cuál es esa Buena Noticia? Jesucristo el Hijo de Dios es la Buena Noticia que apareció en la marginada Galilea de aquellos tiempos y que sigue resplandeciendo actuante en todos los tiempos. Nosotros estamos más que de acuerdo en que Jesucristo es la Buena Noticia de Dios para la humanidad entera, y lo vamos constatando milagro tras milagro a lo largo de este breve evangelio.
Para entender mejor el milagro que proclamamos hoy domingo, vayamos al libro del Levítico, la primera lectura de la liturgia. A estos capítulos, del 11 al 16, los conocemos como la ley de la pureza, porque de eso hablan, de lo que hace impuras a las personas y cómo pueden purificarse. Ahora escuchamos la tristísima suerte de los leprosos. La lepra es una enfermedad muy horrible, desagradable, la piel se va pudriendo y se cae a pedazos, y huele espantoso. Es además muy contagiosa, sobre todo en aquellos tiempos. Pues a las pobres gentes que tenían la desgracia de contraer esta enfermedad se les trataba sin la más mínima misericordia. No sólo se les consideraba enfermos de manera repugnante, sino que además y sobre todo, se les tenía por pecadores, impuros ante Dios y ante la comunidad, que así como se veían por fuera, así se les veía en su alma, toda podrida. Y tal como dice el libro del Levítico, a estas personas se les echaba fuera del pueblo, condenados a vivir en soledad. Lo escuchamos en la primera lectura: "El que haya sido declarado enfermo de lepra, traerá la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca e irá gritando: ‘¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro!’ Mientras le dure la lepra, seguirá impuro y vivirá solo, fuera del campamento”.
Así se encontró Jesucristo con este pobre hombre. El leproso se había tomado el atrevimiento de acercarse a Jesús, cosa que le estaba completamente prohibida. Y a Jesús le estaba igualmente prohibido tocar a este enfermo, y sin embargo lo hace, a riesgo de hacerse él mismo impuro. Imagínense nomás, el Santo de Dios batido en la impureza.
Veamos los detalles del milagro:
El enfermo no le pide a Jesús que lo sane, sino que lo purifique, que lo limpie. Ésa es la traducción más correcta de su súplica: "Si quieres, puedes limpiarme”. ¿Cómo responde Jesús a esta súplica? Según algunos manuscritos muy antiguos, san Marcos nos dice que Jesús respondió "compadecido”, pero según otros manuscritos, san Marcos escribió que Jesús respondió "encolerizado”. Con toda seguridad esta segunda versión es la más original, porque se piensa que a los copistas posteriores se les hizo muy duro conservar la expresión de cólera en Jesús y mejor le cambiaron por la de compasión. Pero la verdad es que Jesucristo no se indignó porque este leproso se haya tomado la libertad de acercársele y contagiarlo de su impureza, sino que el motivo de su indignación era la situación de marginación a la que eran sometidas estas pobres gentes. Y precisamente por eso se había presentado en Galilea, para hacernos ver a todos que la impureza, como nos lo enseñará más delante en este evangelio, no viene de fuera, sino que sale de las entrañas del corazón. Vean Marcos 7,14-23.
Así es que, indignado, Jesucristo extendió la mano, lo tocó y le dijo categóricamente: "quiero, queda limpio”. No le dice "queda sano”, como traduce el Misal o Leccionario, porque de lo que se trataba era más bien de purificar a una persona física, moral y espiritualmente, es decir, se trataba de una purificación completa. Así empezó la obra de Jesucristo, en la sinagoga de Cafarnaúm, recordemos, expulsando al espíritu de la impureza con que había sido marcado este pobre pueblo galileo.
Y vemos algo más, la consecuencia que esta acción le acarrea a Jesús: él mismo se vuelve impuro, se hace solidario con los impuros, asume la condición de exclusión de ellos. El evangelista lo expresa de esta manera: "ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios”.
¿Cómo leemos este pasaje en nuestros tiempos, cómo sigue Jesús obrando hoy en los leprosos y todos los contaminados, así considerados por nuestra sociedad? A Jesús lo vemos haciendo esa labor de inclusión de todas las personas que, por la causa que sea, física, moral, espiritual, se ven marginadas de la sociedad, de la comunidad, de los beneficios del progreso y de la ciencia, privados de sus derechos más fundamentales de seres humanos. Jesucristo nos enseña a sus discípulos, a toda la Iglesia, a todo el mundo, a realizar ese mismo trabajo de inclusión, aún bajo el riesgo de que se nos imponga la marca de la exclusión de los marginados. Y tristemente esa suerte de Jesús han corrido los militantes de la pastoral de la liberación, los que trabajan con los pobres, quienes han sido considerados como contaminados en las altas esferas de la jerarquía.
Jesucristo nos convoca a crear una sociedad que no tenga tan estrechos márgenes, dentro de los cuales caben sólo unos pocos privilegiados, y el resto, la gran mayoría, quedan fuera del campamento, fuera de la sociedad. En estos días hemos visto abundantes imágenes de los rarámuri en la televisión, formados en fila esperando lo indispensable para sobrevivir. Nosotros los vemos todos los días en nuestra ciudad, siempre a pie, siempre mal calzados, siempre en los cruceros, siempre marginados… tenemos una deuda inmensa con los habitantes originarios de estas tierras. Viéndolos a ellos nos explicamos la indignación de Jesucristo.
Jesucristo es la buena noticia de la inclusión para indígenas, negros, latinos, mujeres, discapacitados, ninis, adictos, atrapados en este sistema de muerte. Para todos ellos, la sentencia categórica del Maestro es: "quiero, queda limpio”. Y esta sentencia es nuestra tarea. Dios quiere hacer su familia con todos, que nadie quede fuera del campamento. |