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¿CÓMO VIVIMOS LA VISITA DEL PAPA? Miércoles 28 de marzo del 2012 Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Cada uno de nosotros, según su experiencia eclesial y el grado de su formación en la fe, vivimos los acontecimientos de manera muy diversa. Cada uno de ustedes podrá decir cómo vivió la pasada visita de Benedicto XVI a una región de nuestra patria.
A mí lo que me deja impactado es el entusiasmo de la gente, al menos como nos lo transmitieron las imágenes de la televisión: los que salieron a su paso, los que se congregaron como multitud en sus diversos encuentros, los que gritaban, cantaban y saltaban llenos de alegría. Este entusiasmo, lo confieso, me contagiaba fuertemente al grado de decir: ¡qué bonitas gentes, qué bonito pueblo! Le tenemos que agradecer a los guanajuatenses todo ese recibimiento que tuvieron para con el que encabeza en este mundo, de manera visible, a nuestra Iglesia católica.
No me gustó el recibimiento que tuvo a cargo de las autoridades, el presidente del ejecutivo y su gabinete, los líderes de las cámaras, etc. Y no me gustó, no porque no hayan gritado y saltado de contento, sino por otra cosa, porque estamos a unos días de comenzar la semana santa, y el rememorar, el domingo de ramos, aquella entrada del más humilde de los hombres a la ciudad de Jerusalén, lo hace a uno inevitablemente constatar el contraste tan marcado entre ambos recibimientos. El Papa fue recibido como jefe de estado, papel político que no nos agrada a muchos de los que formamos la Iglesia; Jesucristo, en cambio, ingresó en la ciudad santa acompañado de la algarabía de sus discípulos y de algunas gentes que venían con él desde Galilea. Entró montado en un burrito prestado. También el Papa viajó en el papamóvil que era prestado, en avión y en helicóptero que también eran prestados, dirán algunos, lo mismo que el mercedes negro en que fue llevado al aeropuerto al final de su visita. Sin embargo, el contraste ahí está, entre la imagen del evangelio y las imágenes de hoy. Y no es que queramos que las cosas sean exactamente iguales, o anacrónicamente iguales, que volvamos al burrito prestado. No. Se trata del lugar social y económico que vivió el Maestro y el lugar que ocupamos los actuales líderes y ministros de la Iglesia.
Los encuentros con personas. El Papa tuvo un encuentro privado con el presidente de la república, a su paso se dio la oportunidad de saludar a unas personas, a enfermos, de tomar en brazos a algunos niños recién nacidos, rezó vísperas con unos 200 obispos. Me hubiera gustado que se hubiera dado más tiempo para encontrarse con algunos grupos de laicos, para platicar informalmente, para alimentarse más directamente de la fe del pueblo. Eso él no lo ha vivido más que en algunas contadas ocasiones, porque ha sido académico de universidad, obispo unos pocos años, y muchos años miembro de la curia romana, encerrado en las paredes vaticanas. Al finalizar su visita a nuestro país yo veía a un Benedicto XVI transformado; así como a mí me impactó el entusiasmo de la gente a través de la televisión, a él también al salir a las calles. Qué mejor que ese impacto lo hubiera vivido en ese contacto más directo con las personas que no detentan ningún poder, ni político ni eclesiástico. No podemos esperar que un Papa se encuentre con todos esos mil millones de católicos que formamos la Iglesia, y con otros más de los que no la forman, eso no es posible para un ser humano, como no lo fue ni siquiera para el Hijo de Dios, que no curó a todos los enfermos que habían en aquel tiempo, como él mismo lo dijo en su visita a Nazaret: "Muchas viudas había en Israel en los días de Elías… a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio” (Lucas 4,25-27). No se trata de encontrarse absolutamente con todas las personas, pero sí darle prioridad a ese encuentro con las gentes sencillas por encima de los encuentros con los notables. Porque si algo alimenta el espíritu del pastor es el encuentro con los más pobres. Contemplemos a Jesús en los santos evangelios, en sus encuentros personales con los pecadores, los enfermos, los pobres, los pequeños.
En el actual contexto de extrema violencia que padecemos, cómo hubiera sido confortante y significativo un encuentro y plática, de una hora o menos, con familiares de víctimas del crimen organizado o la delincuencia común. Pienso en todos esos testimonios que el movimiento por la paz con justicia y dignidad ha ido recogiendo a lo largo del país. ¿Insensibilidad de nuestro episcopado?
Otro encuentro que nos habría hecho mucho bien a toda la Iglesia, es el haberse hecho un espacio para recibir a los ex legionarios de Cristo que desde hace década y media se atrevieron a romper el silencio y denunciar públicamente los abusos sexuales y de autoridad de que fueron objeto por parte del fundador de su congregación. Este recibimiento era más que obligado, pensamos algunos, en la única visita que Benedicto XVI podrá realizar, dada su edad, a la tierra del fundador de los legionarios. Federico Lombardi, vocero de la santa sede, expresaba que esto les tocaba agendarlo a los obispos mexicanos, quienes no lo hicieron. Pero la verdad, decimos los más críticos de nuestra propia Iglesia, es que si el Papa ha pedido perdón a las víctimas de pederastia clerical en Irlanda, en Alemania, en Estados Unidos, ha sido de manera muy selectiva: a los que se mantuvieron en la discreción, a los que solamente denunciaron al clérigo en particular, a los que no se atrevieron a salpicar a autoridades más superiores, como es el obispo o la propia curia romana. Y las víctimas de México se sienten con todo el derecho, y se lo reconocemos, de exigir, además de su denuncia, de que la Iglesia (todos, no sólo la jerarquía), debe sacar a la luz, porque la verdad es salud para todos, la actuación de los obispos y cardenales, incluido del que ahora es Papa, porque no actuaron con la suficiente responsabilidad cuando se les hizo saber de tales casos.
En fin, mi impresión de todas maneras se queda con el entusiasmo de la gente, la gente a la que los pastores nos debemos.
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