Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
LA VIDA NUEVA DE JESÚS SE TRADUCE EN UN PROYECTO NUEVO DE HUMANIDAD
2º Domingo de pascua, 15 de abril del 2012
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 

     Celebramos hoy y toda la vida a Jesucristo resucitado; celebramos al Dios de la vida en Jesucristo; de manera especial lo celebramos cada domingo, y de manera mucho más especial en este tiempo litúrgico de la pascua. Un modo de celebrarlo, bastante limitado por cierto, es reducirnos a los cantos, a las expresiones de gozo de nuestra liturgia, a los colores y signos que nos hablan de la vida. Esto se limita a la hora que permanecemos reunidos en el templo.

     Los primeros cristianos, que tenían más fresca la memoria del Crucificado que había resucitado, celebraban su vida nueva de manera más integral. San Juan el evangelista nos habla del encuentro que vivían como comunidad de discípulos domingo tras domingo. Y san Lucas, en el libro de los Hechos de los apóstoles, nos ofrece un resumen de la vida de aquella primera comunidad cristiana. El testimonio de esta comunidad era integral, con toda la vida, con la vida personal y la vida comunitaria, la vida de Iglesia. Esta manera de vivir la vida nueva del Resucitado estaba en plena sintonía con el proyecto del Reino que Jesús había predicado en Galilea y había hecho realidad por medio de tantos signos. Por si acaso no comprendimos lo suficiente en qué consistía ese proyecto del reinado de Dios cuando Jesús repartió panes entre las multitudes, cuando incluyó a los excluidos, cuando declaró que todos éramos hermanos y teníamos un solo Padre, el del cielo, cuando lo explicó y nos convocó a él por medio de tantas parábolas... si acaso no le entendimos lo suficiente, ahora esta primera comunidad nos ofrece un testimonio de vida que nos provoca positivamente escalofríos. ¿Cómo vivían aquellos primeros cristianos? Repasemos estos breves cuatro versículos de la primera lectura de hoy: "La multitud de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma; todo lo poseían en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía. Con grandes muestras de poder, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor y todos gozaban de gran estimación entre el pueblo. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían terrenos o casas, los vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles, y luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno”. Repasémoslos despacio porque se trata  un programa de vida de iglesia y un proyecto de sociedad. Esto es el reino de Dios, y por él, estamos dispuestos a dar hasta la vida, como el Maestro.

     Si me preguntaran qué le pediría yo a los candidatos y partidos que contienden por el gobierno del país, yo les cuestionaría que cómo van a favorecer el crear una sociedad más igualitaria, con oportunidades especialmente para los más pobres. El hacer realidad un nuevo proyecto de país, está en sintonía con nuestra fe cristiana. Nuestro estilo de vida fraterno y comunitario es nuestro mejor servicio para el mundo, ahí precisamente se expresa también la sintonía con los planes de la salvación que Dios quiere para este mundo. Más que promesas de bienestar, más que ofrecimiento de servicios, lo que necesitamos es un país más igualitario, un país donde sus riquezas naturales se canalicen para el bien de todos, no sólo de unos cuantos. Si trabajamos todos, ciudadanos y gobernantes, por un país más igualitario en oportunidades para todos, la seguridad pública, la paz, el bienestar, el empleo, la educación, la justicia, etc., vendrán de manera más eficaz. Nuestra fe, vista desde este texto de los Hechos de los apóstoles, tiene mucho o tiene todo que ver con la sociedad y con la política. Y para añadirle más fuerza a esta convicción, el apóstol Juan, fiel a las enseñanzas del Maestro, nos dice en la segunda lectura que creer en el Mesías y amar a Dios consiste, no en un acto meramente mental, sino en cumplir de manera efectiva sus mandamientos, y este proyecto de iglesia y de sociedad es un precepto de Dios.

     Desde luego que este precepto de Dios de crear una sociedad nueva más igualitaria para todos no es un precepto que nos llega de fuera, como un mandamiento pesado. No. Para nosotros los creyentes es simplemente una consecuencia de nuestra fe y nuestro amor por Jesucristo. Lo contemplamos en el pasaje evangélico de hoy que corresponde igualmente a lo que vivió aquella comunidad de discípulos el domingo que Jesús resucitó, a los ocho días y así sucesivamente domingo tras domingo. La diferencia entre un proyecto meramente social de un mundo más igualitario y un proyecto creyente, es que en este último caso la fuerza nos viene del Resucitado. No se trata de un imperativo moral, o de una obligación que sentimos por nuestra naturaleza humana superior (porque el egoísmo y el individualismo es una etapa inferior en nuestra evolución humana), sino de una fuerza que brota de nuestro interior: repito, es la fuerza del Resucitado en nosotros, es la fuerza de su vitalidad, la fuerza de su vida nueva.

 
 

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