EL BUEN PASTOR Y EL ASALARIADO 4º domingo de pascua. 29 abril 2012 Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Jesucristo se presenta a sí mismo como un buen pastor, y en contraparte, se compara con el asalariado. El buen pastor da su vida por las ovejas, las conoce a cada una por su nombre, las ama porque son suyas, no son ajenas. En cambio, el asalariado no siente que las ovejas son suyas, sabe que son ajenas, por eso no está dispuesto a dar su vida, no las conoce una a una, no las quiere... las cuida sólo porque le pagan.
Ahora que Jesús nos presenta la figura del asalariado, de aquel que sólo trabaja por la paga (en sentido despectivo, dicho sea con todo respeto para los que son asalariados pero por amor a su familia, a la que le llevan el sustento). Los invito a que nos preguntemos por qué motivos hacemos todas las cosas o por qué no las hacemos.
Los sacerdotes: cuando un sacerdote visita ranchos, barrios, colonias con gusto, sus hogares, cuando se da tiempo para atender a las personas, a los enfermos, entonces se trata de un pastor no de un asalariado. Eso mismo podemos decir de un maestro, de un doctor, enfermera, de cualquier oficio o trabajo. Si ustedes lo hacen por gusto, por amor a las personas, entonces no son asalariados. Incluso, si tienen verdadera vocación para ello, lo harían hasta por un sueldo bajo, o hasta sin paga. Así lo vemos por ejemplo en las religiosas que se dedican a los orfanatos, asilos, misiones, etc.
Revise cada uno de nosotros cuántas horas dedicamos a nuestro trabajo remunerado, o a las cosas de nosotros, y cuánto tiempo le dedicamos a aquellas cosas que nadie nos paga, a nuestro apostolado, servicio social, a los enfermos, catequesis, trabajos comunitarios, etc. Si andamos muy bajos en eso, es hora de ponernos al corriente. Si tenemos alguno de esos apostolados o servicios, échenle todas las ganas, porque es ahí donde podemos demostrar que no somos unos asalariados.
En estos tiempos es más necesario educar a los niños en este sentido de la gratuidad. No los acostumbren a que les paguen todos los mandados, a no ser que estén haciendo alguna actividad para recabar fondos o por la necesidad de la familia. Pero enséñenlos a hacer favores gratuitos. Veamos a Jesucristo. Qué vida tan bellamente gratuita: nunca pidió ningún pago por algún milagro: el leproso, el sordo, el paralítico, ¿qué le podían dar? Le dio de comer a la gente, ¿cuánto les pidió por ello? Subió a la cruz, ¿cuánto nos pide por la salvación del mundo? Tengamos en Jesucristo nuestra mayor motivación, especialmente en este mundo tan capitalista y tan egoísta, para hacer las cosas con la gratuidad de Dios.
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