EL AMOR DE JESÚS ES NUESTRA VITALIDAD Comentario a Juan 15,9-17. 6º domingo de pascua. 13 de mayo del 2012 Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Continuamos con la explicación de la parábola de la vid y los sarmientos que proclamamos el domingo pasado. Recordemos las insistencias de hace una semana: Jesucristo nos está exponiendo no solamente la estrecha unión que quiere establecer entre él y los suyos, sino algo más, que esa unión es fruto o consecuencia de una vitalidad que fluye del Maestro hacia sus discípulos. Esto quiere decir que el discípulo y la comunidad de los discípulos se han de nutrir permanentemente de ese flujo vital, por ello Jesucristo insistía tanto en los versículos precedentes en la palabra "permanecer”. Así es que no es nuestra propia fuerza lo que le va a dar vida a este mundo, sino la fuerza de Jesús en nosotros. Por eso la necesidad de mantenernos bien unidos a él, como las ramas al árbol de la vid. Eran varios los recursos que explicitábamos para permanecer unidos a Jesús, y permitir que su fuerza vital fluya hacia nosotros: el estudio de los santos evangelios, los sacramentos, la oración, el amor fraterno, la caridad, el servicio hacia todos aquellos con quienes Jesucristo se identifica.
Ahora, en estos versículos siguientes, Jesús nos amplía su enseñanza revelándonos que ese flujo que nos une a él, que nos da vitalidad y fuerza, que nos hace capaces de dar fruto, es el amor que viene del Padre: "Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor”. Así es que hay que decir que no se trata de ser simplemente católicos devotos, que cumplen con sus oraciones, que de vez en cuando van a misa, no se trata de devociones, sino de dejar que el amor del Padre fluya a través de Jesús hacia nosotros, y de nosotros hacia el mundo (sin llegar a decir que tenemos la exclusiva).
Y la manera de permanecer en el amor de Jesús es cumplir sus mandamientos. Con esta palabra no pensemos en los diez mandamientos de la ley de Dios, sino en las enseñanzas de Jesús contenidas en los cuatro evangelios. Ésa es la voluntad de Dios tal como la ha comprendido a profundidad y expresado su Hijo único. Para que veamos que Jesucristo conoce bien a los seres humanos y no quiere dejar que su amor vaya a ser entendido como una fantasía, tal como nuestro mundo y nuestra sociedad quieren entender y vivir el amor, como un mero sentimiento intimista y muchas veces impregnado de egoísmo, de quienes más bien se aman a sí mismos y aquello o aquellas personas que les acarrean un bien. Pero no es ése el amor de Dios. El amor de Dios es un amor verdadero, un amor gratuito, un amor que se da, que se entrega a sí mismo, que no busca el bien propio sino el del ser amado. La mejor explicación del amor de Dios la tenemos en Jesucristo, en sus milagros, sus enseñanzas, su entrega total en la cruz, su permanente entrega que se prolonga a través de su resurrección.
Convendría no quedarnos con una mera explicación de este texto, sino que cada uno de nosotros volviera una y otra vez sobre él, porque está expresado de una manera muy profunda, que provoca de verdad sentimientos muy fuertes y muy hondos en nosotros los discípulos de Jesús. Deténganse en las palabras claves que utiliza el Maestro: amor, alegría, permanecer, amigos, dar la vida por los amigos, el mandamiento nuevo…
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