LLEVEMOS AL MUNDO LA BELLA NOVEDAD DE JESUCRISTO Comentario a Marcos 16,15-20. Domingo de la Ascensión del Señor. 20 de mayo del 2012 Carlos Pérez Barrera, Pbro. Jesucristo resucitó al tercer día de morir en la cruz porque la última palabra no la tenían las gentes del poder humano, quienes pronunciaron sentencia de muerte sobre el Hijo de Dios. La última palabra sobre todas las cosas la tiene Dios, y la sentencia de Dios sobre su Hijo fue la vida, sentencia que pesa sobre toda la humanidad; el proyecto de Dios es la vida. La muerte de ninguna manera será la última palabra del devenir de la humanidad. Las comunidades creyentes de aquellos primeros años de la Iglesia nos ofrecen diversas versiones del desenlace de la victoria de Jesucristo resucitado y sus planes de continuar adelante con la obra de la vida. San Lucas, por ejemplo, nos dice en el libro de los Hechos que Jesucristo resucitado se estuvo apareciendo a los discípulos durante cuarenta días. Este número desde luego debemos de tomarlo en sentido bíblico, como expresión de totalidad. A los cuarenta días subió al cielo, a la derecha del Padre. Esto último es en realidad la plenitud de la vida y del caminar de Jesucristo por este mundo. Luego enviaría al Espíritu Santo, el continuador de la obra de la vida. Siguiendo esta cronología, así lo celebramos en la liturgia. La misión, según san Lucas, que Jesucristo confía a sus discípulos, la expresa con estas palabras: "serán mi testigos… hasta los últimos rincones de la tierra”.
El evangelio según san Marcos nos ofrece esta versión con otro acento: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”. Con esta palabra había comenzado el evangelista su escrito: La buena noticia de Jesucristo, el Evangelio de Jesucristo en persona. Aunque se trata de un segundo final canónico, de todas maneras está en sintonía en esta nota: Jesucristo es una buena novedad para este mundo.
Y nos preguntamos cada vez que nos topamos con esta palabra: ¿qué ve el mundo en nosotros los que formamos la Iglesia, en los católicos en general, en los sacerdotes, en el Papa y los obispos? ¿Percibe este mundo una novedad atrayente, una novedad que los abre a la esperanza? ¿O ven en nosotros solamente una religión desabrida, rígida, aburrida, anquilosada, anticuada, desfasada de los tiempos modernos? ¿No ven en nosotros a personas que se afanan tanto por el poder y por el poseer como en los demás líderes y partidos políticos del mundo? En el ambiente de los intelectuales y de algunos movimientos sociales y populares se ve a la Iglesia como la enemiga del progreso del pueblo, la rémora de la libertad y demás derechos humanos. ¿Qué es lo que nos ha pasado? Es que hemos perdido el evangelio. Somos una estructura religiosa. En el pueblo nuestra fe se ha llenado simplemente de devociones, de prácticas religiosas. En la jerarquía nos hemos llenado de preceptos, de rituales exterioristas. Ese, con todo lo necesario que pueda ser, no es el evangelio de Jesucristo. Él no nos ha enviado a vivir y a predicar una religiosidad, unos mandamientos, sino la Novedad de Dios para este mundo, la novedad de la salvación, de la libertad verdadera, de la nueva humanidad. Cuando vemos así las cosas, pensamos que mejor no se hubiera ido nuestro Señor… él era tan transparente, tan limpio, tan inmaculado, tan bellísima noticia para el mundo… y nuestra Iglesia cómo deja qué desear.
Es preciso que lleguemos a las gentes con el Evangelio por delante, no con un rollo religioso o eclesiástico, sino con la novedad de Jesucristo. Tenemos que hacerle llegar, poner en sus manos y ante sus ojos estos cuatro escritos bíblicos llamados evangelios a la gente, a nuestros niños, jóvenes, a los distantes, a los indiferentes, al mundo de los intelectuales, a los políticos, a toda la sociedad, desde luego que también hay una necesidad inmensa la de poner los santos evangelios en las manos y ante los ojos de los clérigos, del Papa y los obispos: el evangelio de Jesucristo es fascinante, Jesucristo es una persona que sobresale por sobre toda esta estructura que en ocasiones oscurece su evangelio. Cuánto cambiaría nuestra Iglesia si nos volviéramos al Evangelio de Jesucristo.
Empecemos por conocer nosotros a fondo los santos evangelios para poder así llevárselos con todo convencimiento a los demás.
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