LA OBRA DEL ESPÍRITU Comentario a Juan 20,19-23. Domingo de Pentecostés. 27 de mayo del 2012 Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Siguiendo la cronología de san Lucas en el libro de los Hechos, a los 50 días de haber celebrado la resurrección de nuestro señor Jesucristo celebramos la venida del Espíritu Santo. El evangelista san Juan nos ofrece una cronología distinta: fue el mismo domingo de resurrección que Jesucristo sopló sobre sus discípulos al santo Espíritu.
En realidad el Espíritu Santo había venido trabajando en la obra del Padre desde la eternidad, desde la creación del mundo, en la inspiración de patriarcas y profetas del pueblo de Dios, en sembrar las semillas del Verbo en toda la historia y en todas las culturas. De manera especial el Espíritu Santo había actuado en la encarnación del Hijo de Dios en el seno de María, el que lo hacía exclamar gozoso por la evangelización de los pobres y los pequeños (vean Lucas 10,21). Era el Espíritu el que conducía a Jesucristo en su ministerio de salvación en medio de los pecadores (vean Marcos 1,12), hasta su muerte y resurrección. El Espíritu estuvo presente cuando la confesión de Pedro (vean Mateo 16,17).
Aunque el Espíritu Santo no ha dejado de trabajar en ningún instante, de todas maneras vive y nos hace vivir momentos especiales para derramar su fuerza, su vitalidad y su gracia para llevar adelante la obra del Padre y del Hijo que es la redención integral de esta humanidad, para sacar adelante a los hombres y mujeres en este proceso de evolución hacia una esfera espiritual que tendrá su consumación en la eternidad que Dios tiene dispuesta. Un momento especial es Pentecostés, y a partir de él, la conducción de la Iglesia, con sus resistencias, retrocesos y debilidades.
Pero ¿qué vemos y vivimos en estos tiempos? Estamos viviendo tiempos de una intensa animalidad. Pareciera que los seres humanos no podemos dar el paso a un nivel superior. Las ejecuciones, la delincuencia, el narcotráfico, los secuestros… hasta se nos crispa la piel con las noticias que nos llegan sobre el desmembramiento de cuerpos por parte del crimen organizado. Ya no digamos que parecemos animales, sino que estamos peor que los animales.
Para consolarnos o tranquilizarnos un poco no nos cansamos de afirmar que los buenos somos más. Parece que no somos tan malos como los que salen en las noticias. Pero ¿de veras somos buenos? Si miramos nuestras vidas, nuestros afanes, ideas, costumbres o mañas, miedos, intereses, a qué dedicamos nuestro tiempo, etc., nos daremos cuenta que tampoco nosotros, los llamados buenos, hemos dado el paso a un nivel superior, de la animalidad a la espiritualidad.
En las celebraciones bautismales me da por recalcar esto, porque es precisamente lo que celebramos en este sacramento, el paso de la vida natural a la vida sobrenatural, de la carne al espíritu. ¿Cuánto tiempo le dedicamos a nuestro cuerpo?, ¿a comer, a dormir, al bienestar, al dinero y a conseguirlo, a las diversiones, a los pasatiempos, al vestido, al auto, a los aparatos tecnológicos, etc.? ¡Cómo nos afanamos los seres humanos por alcanzar el poder, el tener, el prestigio, el mando sobre los demás! ¿Y cuánto tiempo le dedicamos al espíritu, a cultivar el espíritu, a las cosas propiamente espirituales, a la misa, la escucha de la Palabra, la oración, el servicio, la caridad, el amor al prójimo, el apostolado o ministerio, el grupo de la iglesia, etc.? Hay que responder con honestidad a estas preguntas.
La vida cristiana consiste en vivir bien anclados en el cuerpo pero desde una dimensión espiritual. Todos los seres humanos podemos hacerlo, no sólo los que nos decimos creyentes. Pero los cristianos tenemos elementos que nos conducen a vivir más intensamente la vida del Espíritu. En los santos evangelios los discípulos aparecen con muchas limitaciones, que incluso conservarán después de la pascua de Jesús. Convendría hacer un repaso de los evangelios fijándonos en cada uno de esos pasajes donde aparecen los discípulos con tantas resistencias a los llamados de Jesucristo.
Por eso, porque su carnalidad los tenía y nos tiene también a nosotros tan atrapados, envió él al Espíritu Santo después de resucitar, para hacerlos intensamente espirituales, para hacerlos pasar de esta vida de la carne a la vida del Espíritu, así con mayúscula. Así los vemos en el evangelio según san Juan y en el libro de los Hechos: pasando del miedo a la valiente misión.
Ésta es la obra que Dios quiere hacer con cada ser humano, con cada uno de nosotros. Cuando hablamos de carnalidad no nos referimos meramente a lo que la tele llama pecados de la carne. En el lenguaje evangélico es algo diferente. Por ejemplo, Nicodemo, quien fue a buscar a Jesús de noche, era un magistrado judío, no era un borracho, o un mujeriego, o uno que se la pasaba nomás en el fut bol. Nada de eso, era considerado un hombre de la carne porque la religión judía estaba fincada fuertemente en la carne, con todo y que sus prácticas pudieran considerarse muy decentes. También san Pablo, considera que su anterior religiosidad era cosa de la carne porque se basaba en las prácticas religiosas, no en la fe en Jesucristo.
Para llegar a ser hombres y mujeres verdaderamente espirituales, distanciados de las cosas de la carne, calcados en el modelo de Jesucristo, el hombre espiritual, precisamos del santo Espíritu de Dios. No lo podemos llegar a ser con nuestras propias fuerzas, esto sólo puede ser obra de Dios mismo. No nos cansemos de suplicar este Espíritu a quien nos lo puede dar. Jesucristo mismo nos enseña a suplicarlo: vean Lucas 11,13: "¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!"
|