Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
¿ES JESUCRISTO EL PAN BAJADO DEL CIELO?
Comentario a Juan 6,41-51.
Domingo 19º ordinario
12 de agosto del 2012
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
 
     Escuchamos ahora, en este tercer pasaje de la proclamación del capítulo 6 de san Juan que venimos haciendo estos domingos, la continuación del diálogo que entabla Jesucristo con las gentes a las que había dado de comer con tan sólo cinco panes de cebada y dos pescados. Ellos le expresan su primeras objeciones a la presentación que hace de sí mismo: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. La resistencia de la gente debe parecernos muy legítima, en su manera de ver y entender las cosas: "¿No es éste Jesús el Hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo?” Estas preguntas pueden indicar varias cosas: 1- simple ignorancia de parte de la gente (ellos de ninguna manera tienen por qué saberlo todo); 2- una legítima pregunta acerca del origen de Jesús, pregunta que se debe hacer todo creyente si quiere ahondar en el conocimiento de Jesucristo; 3- o bien, una cerrazón del corazón a las evidencias (esto sucederá más delante en este mismo capítulo). Quienes de buenas a primeras escuchan a Jesús hablar de su origen celestial, tienen derecho a preguntar, para ampliar la información, para ahondar, para entender mejor. Esta resistencia es muy legítima si nos ayuda a entrar más hondo en la persona de Jesús. En realidad es la comunidad evangélica la que se hace a sí misma estas interrogantes, para responderse con más fuerza de fe. Ya en san Marcos nos habíamos topado con esta cuestión en la comparecencia de Jesús en la sinagoga de Nazaret donde Jesús se les había hecho poca cosa a sus paisanos. Si ésta es una primera reacción, un cuestionamiento sincero, está muy bien, es un primer paso para la fe. Lo malo resulta que ante los signos que realiza Jesucristo las gentes persistan en su cerrazón, porque se estarían cerrando a una propuesta tan fascinante de Dios como es la encarnación de su Hijo y su obra de salvación del mundo, producto de su extrema gratuidad y amor por la humanidad.

     ¡Cómo no se va a abrir un ser humano ante la gratuidad de Dios que se nos manifiesta en tantas cosas! Dios nos da de comer todos los días a todas sus criaturas. Ha creado todo este maravilloso universo, nos brinda gratuitamente toda esta naturaleza, siembra la vida por doquier. Y ahora nos ofrece la salvación plena, la vida eterna en su Hijo. Podemos dudar de buenas a primeras, pero ante las señales tan evidentes hay que doblar nuestro espíritu y abrirnos a la oferta de Dios, y entrar en sus caminos con toda obediencia.

     A nosotros los creyentes cristianos no nos cuesta trabajo aceptar que Jesucristo es un ser celestial, no porque creamos que nos ha caído materialmente del cielo. Sabemos que tomó carne en el seno de una mujer como todos los seres humanos, pero su persona, su enseñanza, sus actitudes, su espíritu, su corazón, todo su ser no es de este suelo, confesamos que es el Hijo de Dios. Lo conocemos como un pleno ser humano, pero con una humanidad como sólo puede ser vivida por el Hijo de Dios. Para descubrir esto se necesita una mirada atenta, un corazón abierto, un espíritu creyente. Es necesario leer pausadamente los cuatro evangelios, para palpar ahí cada momento de la vida de Jesús, cada encuentro con las personas, con los pobres, con los pecadores, con los enfermos, con sus enseñanzas tan llenas de sabiduría divina, aún con la manera como se relaciona y se enfrenta con los líderes religiosos del pueblo, con su manera de entregar su vida por entero y sin medida.

     Alimentémonos de Jesús en el estudio espiritual de los evangelios y del resto de la Sagrada Escritura, en la oración, en el silencio, en la contemplación del Hijo de Dios en cada una de las personas, sobre todo en aquellas con quienes él se identifica privilegiadamente: los pobres, los niños, los enfermos, los marginados. Si nos alimentamos de Cristo, él mismo pasará a formar parte de nuestro ser. Ésta es propiamente la intención de Jesucristo en este evangelio al hablarnos de pan y de comer.

     Recibir a Jesús como el Pan del cielo, el Pan de la vida plena, es algo que no es cosa de los hombres. Es un don de Dios. El verdadero creyente así lo vive, con humildad y con profundo y constante agradecimiento.

     La persona y la vida de Jesús provoca resistencia y escándalo. Esto hay que darlo por sentado. Imagínense, si conocer a Jesús como un vecino más los desanima, ¡qué será después al toparse con un crucificado como un delincuente! Pero Jesús les dirá enseguida algo que les provocará un escándalo mayor, y que será el pasaje del domingo próximo. Hoy termina diciendo: "Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”.

     De nueva cuenta les recomiendo que lean ustedes todo el capítulo 6 de san Juan.

 
 

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