Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
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LO QUE EL CONCILIO NOS HA TRAÍDO
Jueves 11 de octubre del 2012
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
 
     El 11 de octubre de 1962, hace exactamente 50 años, se inauguró el concilio Vaticano II. Lo había convocado Juan XXIII, apenas unos meses después de su elección como Papa.

     ¡Cuántas cosas cambiaron en la Iglesia a partir de ese concilio! … ¡Y cuántas faltan aún por cambiar!

     Se le llama concilio Vaticano II, porque fue la segunda vez que los obispos de todo el mundo se reunían en la ciudad del Vaticano para reflexionar los temas de la actualidad que afectan a la Iglesia, y para promulgar los acuerdos tomados, con el Papa a la cabeza. Se estuvieron reuniendo los obispos, unos 2,400 en ese entonces, durante 4 otoños consecutivos, de 1962 a 1965, desde septiembre u octubre de cada año a principios de diciembre; todos los días, mañana y tarde, para escuchar ponencias, para revisar redacciones, promover modificaciones, para votar acuerdos.

     ¿Qué cosas cambiaron en nuestra milenaria Iglesia?

     Los más llamativos cambios son quizás los de la liturgia. Antiguamente el sacerdote celebraba en latín y de espaldas al pueblo. El texto de la misa se cambió a la lengua de cada pueblo y ahora el sacerdote le da la frente a la asamblea. Ahora la misa no la celebra el celebrante, sino toda la asamblea, y el sacerdote más bien la preside. Se elaboró un nuevo orden de las lecturas de la Biblia tanto para los domingos como los días de la semana.

     Falta aún que la Misa sea menos una función litúrgica y se parezca más a la Cena de la pascua nueva que celebró Jesucristo con sus discípulos. La curia romana, pero también nosotros, tenemos esa tarea pendiente, para que los laicos tengan una participación mayor y sean menos espectadores. Nos falta aún mucho para que la vida se haga presente en cada celebración.

     Otro cambio muy notable y más importante ha sido el lugar que se le concedió a la Biblia en la vida de la Iglesia. A partir del concilio la Iglesia ha tomado conciencia que no estamos por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio. Nuestro lugar es escuchar esa Palabra y llevarla como salvación a los demás. Si antes la gente no podía leer la Biblia, ahora se ha traducido a nuestra lengua y se insiste en que sea estudiada por todos. En esto es mucho lo que nos falta, tanto en la jerarquía como en los laicos. Distamos bastante de ser una Iglesia que se deja conducir por la Palabra.

     Y finalmente, por nombrar sólo tres, otro cambio notable ha sido la apertura de la Iglesia al mundo. Antes estábamos los católicos volteados hacia adentro, parecíamos más grupos cerrados en nosotros mismos, que enviados a evangelizar y a llevar la salvación a los demás, pero no en calidad de "los buenos”, porque también ahora estamos aprendiendo del mismo mundo, que tiene muchos valores y algunos más grandes que nosotros. Una preocupación de nuestra Iglesia es unir la fe y la vida.

     Ya no podemos imaginarnos qué sería de nosotros y de toda nuestra Iglesia si no hubiéramos dado estos gigantescos pasos. Estaríamos en más franca decadencia de lo que estamos hoy día. El tiempo nos hubiera superado y nos habría dejado atrás.

     Ciertamente nuestra grande tarea pendiente es llegar a ser más aquella comunidad y comunidades sencillas y pobres de los seguidores de Cristo, tal como lo bebemos de los evangelios.
 

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