Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
EL REINADO DE JESÚS
Comentario a Juan 18,33-37.
Evangelio del domingo de Cristo Rey, 25 de noviembre de 2012
Carlos Pérez Barrera, Pbro.

 
     En la fiesta de Cristo Rey la Iglesia nos ofrece tres imágenes de Jesucristo, una cada tres años. En el ciclo A proclamamos Mateo 25, la imagen de Cristo sentado en su trono al final de los tiempos para otorgar su reino a los que se compadecieron de los más necesitados. En el ciclo C proclamamos la imagen de nuestro Rey crucificado entre dos malhechores. Y en este ciclo B, no en Marcos sino en Juan vemos a dos reyes frente a frente: uno es rey de este mundo, Pilato, con un poder tan limitado como su origen mismo, un poder usurpado por encima del pueblo. Frente a él, el otro rey, un condenado a muerte.

     Pilato recibe a un preso. ¿Acusado de qué? Según el evangelista san Juan, los sumos sacerdotes la única acusación que presentaron fue que Jesús era un malhechor. Por la pregunta de Pilato, quizá en tono de burla, sobreentendemos que lo acusaban de pretender ser el rey de los judíos. Pero ser rey de una nación no era definitivamente una pretensión suya. El poder humano no estuvo en sus miras: se encarnó en el seno de una muchacha pobre de Galilea, nació en un pesebre, llegó a ser un humilde artesano. De querer ser rey él habría tomado el camino de la política, no el camino de los profetas.

     Jesucristo le responde a Pilato: "mi reino no es de este mundo… mi Reino no es de aquí”. Jesucristo no pretendía ser un rey con un reinado de los hombres, y sin embargo, sí pretendía que Dios reinara sobre la humanidad. Toda la ilusión, todo el ser de Jesús estuvo puesto en ese reinado de Dios. Son dos cosas distintas: el poder humano busca gobernar, no tanto establecer una sociedad de justicia para todos, busca imponerse aún a costa de la muerte de muchos, como lo hemos vivido en la historia de nuestro país, cómo se lucha por el poder, y lo vemos hoy día en varios países en que los gobernantes se aferran al poder a costa de lo que sea. En cambio, el reinado de Dios no se vale del poder o de la imposición de una persona, sino que es un proyecto que busca salvar, sacar adelante a todos los seres humanos especialmente a los más débiles, porque el reinado de Dios es un proyecto de vida. Si acaso este proyecto se impone a costa de la muerte, no es de los demás, sino del mismo rey. Y esto es lo que celebramos intensamente en cada eucaristía.

     Decir que mi reino no es de este mundo ni de aquí, no significa que Jesucristo esté hablando de un reino que no existe, irreal, o de un reino que va a existir solamente al final de los tiempos. Los creyentes no entendemos las palabras de Jesús en ese sentido. Nosotros entendemos que el reinado de Dios no es de este mundo porque no se rige por los criterios o leyes que hemos inventado los hombres, mucho menos por las artimañas con que los seres humanos administramos la justicia, la verdad (pregunta que no le quiso contestar Jesucristo a Pilato porque estaba fuera del alcance de este último el comprenderlo), la libertad verdadera, los derechos humanos. Ni siquiera pensamos que la Iglesia sí administra a cabalidad el reinado de Dios. También en la Iglesia somos humanos y nos dejamos llevar por los mecanismos mundanos.

     Los creyentes que conocemos un poco a profundidad los evangelios de Jesús, creemos firmemente que el reino de Dios ha comenzado con Jesucristo. Sus milagros, sus enseñanzas son una bella realidad que vivieron aquellas pobres gentes que lo rodearon, y hoy día lo es para quienes seguimos los pasos de Jesús. Estamos esperando la plenitud de ese Reino, pero gustamos ya su vitalidad y su energía que nos vienen de Jesucristo nuestro rey.
 

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