Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
JESUCRISTO ES NUESTRA ESPERANZA
Comentario a Lucas 3,1-6.
Evangelio del 2º domingo de adviento
9 de diciembre de 2012
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
 
     Adviento es un tiempo litúrgico especial para renovar y reintensificar nuestra esperanza. Toda la vida del cristiano y toda nuestra vida de Iglesia es un caminar en la esperanza: la esperanza de un mundo nuevo según Dios, la esperanza del hombre-mujer nuevo en Jesucristo. Esperamos tiempos nuevos para el pueblo, especialmente los más pobres y desamparados. Como Iglesia, somos portadores de la buena noticia de que sí es posible otro mundo, otra sociedad, otra economía, incluso hasta otra Iglesia. Que lo que estamos viviendo actualmente no es fatalmente irremediable, que todo tiene compostura y, sobre todo, que está en las manos de las gentes cambiarlo todo, con la ayuda de Dios, desde luego. Esperamos hondamente que todas las cosas lleguen a ser plenamente nuevas. Es el propósito de Dios antes que de nosotros. Por ello, en adviento la Iglesia nos ofrece la Palabra de Dios que está siempre cargada de esperanza.

     Seiscientos años antes de Jesucristo, el pueblo judío vivió una experiencia muy dolorosa de exilio. Los caldeos habían invadido el país, destruido y, para colmo de males, habían acarreado a sus habitantes para llevarlos a las orillas de los ríos de Babilonia. Allá estuvo el pueblo durante 50 años. Ellos añoraban su tierra y su templo, porque no sentían lo mismo vivir y ofrecerle culto a Dios en tierra extranjera.

     El profeta Baruc y el salmista anuncian con júbilo el retorno del pueblo. Convendría repasar despacio ambos pasajes de la Biblia y degustarlos unidos nosotros también a su alegría, porque la nuestra es la alegría de las promesas de la nueva alianza, un tiempo de justicia y de paz, el tiempo de Dios que se cumple en su Hijo.

     "Jerusalén, despójate de tus vestidos de luto y aflicción, y vístete para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da… Ponte de pie, Jerusalén, sube a la altura, levanta los ojos y contempla a tus hijos, reunidos de oriente y occidente, a la voz del espíritu, gozosos porque Dios se acordó de ellos… Dios ha ordenado que se abajen todas las montañas y todas las colinas, que se rellenan todos los valles hasta aplanar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios. Los bosques y los árboles fragantes le darán sombra por orden de Dios. Porque el Señor guiará a Israel en medio de la alegría y a la luz de su gloria, escoltándolo con su misericordia y su justicia” (Primera lectura).

     "Cuando el Señor nos hizo volver del cautiverio, creíamos soñar; entonces no cesaba de reír nuestra boca, ni se cansaba entonces la lengua de cantar… entre gritos de júbilo cosecharán aquellos que siembran con dolor” (Salmo responsorial).

     San Lucas, por su parte, se vale de un personaje muy especial, Juan bautista, para comunicarnos que ya está a las puertas el que puede transformar profundamente nuestras vidas, nuestra sociedad y todo nuestro mundo, la salvación de Dios en la persona de su Hijo.

     Primero nos sitúa en el tiempo, en el espacio y en el momento político social. Pasa lista de presentes a las gentes del poder de aquel tiempo: los que gobernaban de parte de los romanos en el país de Jesús, los que gobernaban en Roma y los que gobernaban al pueblo de parte de los judíos. Pero después de su lista de presentes, se pasa con este hombre despojado, un pobre hombre del desierto. ¿Qué tiene que ver este pobre hombre con toda esa gente del poder? Pensamos que el evangelista los menciona para hacer notar el contraste de la elección de Dios: no a aquellos sino a este hombre despojado le fue dirigida la palabra de Dios, porque los caminos de Dios no son los caminos de los hombres. Y Dios ha decidido hacer historia con los pobres, no con los poderosos.

     La misión del bautista fue llamar al pueblo a la conversión, a prepararle los caminos a Dios. En versículos que no alcanzamos a proclamar hoy en el leccionario, Lucas nos ofrece la predicación recia de este profeta que anunció la llegada inminente de Jesucristo, la buena noticia para este mundo. "Raza de víboras”, les decía Juan sin pelos en la lengua. "Den frutos dignos de conversión… La gente le preguntaba: ‘Pues ¿qué debemos hacer?’ Y él les respondía: ‘El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo’. Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: ‘Maestro, ¿qué debemos hacer?’ El les dijo: « No exijan más de lo que está fijado’. Preguntáronle también unos soldados: ‘Y nosotros ¿qué debemos hacer?’ Él les dijo: ‘No extorsionen a nadie, no hagan denuncias falsas, y conténtense con su paga’… ‘Viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga’. Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva”.
 

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