Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
LA FELICIDAD DE CREER EN EL TIEMPO DE DIOS
Comentario a Miqueas 5,1-4 y Lucas 1,39-45.
Lecturas del 4º domingo de adviento
23 de diciembre de 2012
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Una de las cosas que me encanta del adviento es que nos invita, con mensajes muy profundos tomados de la Palabra de Dios, a la ilusión, a la esperanza. De esto está sumamente necesitado nuestro mundo. Vivimos en un tiempo cargado de desilusiones. A veces, por no decir siempre, pensamos que esta humanidad ya no tiene remedio. Somos presas de la delincuencia, del crimen organizado, de la corrupción de los políticos del poder, y hasta de los males que distinguen hoy día a nuestra Iglesia, tanto en los católicos de la base como en las altas dignidades. Pero a los creyentes no nos han arrebatado la esperanza. Conservamos la ilusión de que tiempos nuevos y bellos son el destino de los hombres y las mujeres. Pensamos sobre todo en el futuro que queremos heredarles a nuestros jóvenes y niños. Nuestra espera está cimentada en el señor Jesucristo, el Hijo de Dios.

     El profeta Miqueas, de quien tomamos la primera lectura, profetizó 700 años antes de Jesucristo. Anunció con grande ilusión la llegada de un dirigente del pueblo que haría desaparecer todos los instrumentos de guerra que tanto aquejan a las gentes de todos los tiempos. Soñó con un tiempo de la paz de Dios.

     Llama la atención en estos días que en Estados Unidos, ante el anuncio de su presidente de que se tendrían que tomar medidas más estrictas para controlar la adquisición y la posesión de armas de fuego, los vendedores de armas han manifestado que se ha disparado la venta de armas de asalto. Y nos preguntamos nosotros: ¿Qué este pueblo que se jacta de ser cristiano en un buen porcentaje no tiene la ilusión de un mundo sin armas? Si su confianza se apoya en las armas, entonces no son de ninguna manera un pueblo creyente. Y no nos referimos con la palabra creyente al hecho de que no le tengan miedo a la violencia y no se tomen providencias ante ella, sino creyente en el sentido de que tengan fe y esperanza en un nuevo estado de cosas, un tiempo de paz, de la paz de Dios. Podrían hacer instrumentos de labranza fundiendo los 280 millones de armas que hay entre la población. El profeta Miqueas con grande ilusión nos dice en el capítulo anterior: "de las espadas forjarán arados, y de las lanzas podaderas” (Miqueas 4,3; Isaías 2,4). Éste es el sueño de los verdaderos creyentes.

     Nuestro sueño de un mundo de armonía, de paz, de amor y de justicia, de tolerancia y de respeto de todos para con todos, está plenamente cimentado en Jesucristo. El pueblo de aquel tiempo vivió palpablemente la alegría porque Dios se había acercado a ellos en persona. Lo palparon en sus enseñanzas tan llenas de sabiduría, en sus milagros tan llenos de misericordia. Jesucristo vino a levantar a los caídos, a incluir en el reino de la vida a los excluidos de la sociedad, a todos los marginados. Los creyentes hoy día continuamos experimentando la salvación con que Dios nos bendice en su Hijo Jesucristo, aunque, a decir verdad, los católicos, como Iglesia, nos hemos distanciado de las mejores causas de nuestro mundo.

     En el evangelio hemos escuchado el encuentro de dos mujeres pobres, Isabel y María, cada una esperando a su respectivo hijo que se gesta en sus entrañas. Si la Iglesia el domingo pasado nos convocaba con la Palabra de Dios a la alegría, ahora nos vemos más que contagiados de esa alegría de estas dos mujeres que se encuentran, no en la ciudad, ni mucho menos en el templo de Jerusalén, sino en la montaña de Judea. Esta casita rural es en ese momento el lugar de la revelación de Dios, de la manifestación del Espíritu Santo. Y fijemos nuestra atención que se trata de dos mujeres, no de dos sacerdotes o magistrados de la religión antigua. El centro de esta escena tan llena de alegría es desde luego el pequeño Jesús que apenas si tendría menos de un mes de su concepción. Como nosotros, estas tres personas (incluido el pequeño Juan a menos de tres meses de nacer), aún sin verlo, se dejan poseer por la presencia del Enviado de Dios que los impregna con su Santo Espíritu.

     Así estamos nosotros invitados a vivir esta navidad ya muy próxima: no son los regalos, ni las comidas o bebidas las que nos alegran tan fuertemente el corazón, es únicamente la llegada del Salvador. Que el Espíritu Santo nos posea y nos haga entrar en este ambiente de felicidad y de fe.

     Ser creyentes es nuestra felicidad. Dichosos los que creen que Dios tiene preparado un mundo nuevo y lo está realizando en su Hijo. 

 

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