LAS TENTACIONES DE TODO SER HUMANO Comentario a Lucas 4,1-13. Evangelio del 1er. domingo de cuaresma - C 17 de febrero del 2013 Carlos Pérez Barrera, Pbro. Antes de iniciar su ministerio del reino, Jesucristo se fue al desierto. Mejor dicho, no se fue, sino que alguien lo condujo por el desierto, el Espíritu Santo. Ahí padeció Jesucristo las tentaciones del demonio. Lo que los evangelistas nos quieren decir es mucho más de lo que aquí aparece tan brevemente. Podemos con toda confianza imaginarnos a Jesucristo viviendo en una oración intensa y prolongada. No se fue al desierto para retirarse del mundo, como antiguamente lo hacían algunos miembros de nuestra Iglesia, para no contaminarse con las cosas del mundo. No, Jesucristo no era un místico de ese estilo. Él ya conocía bien el mundo, su religión, las personas, los corazones de los hombres, sus anhelos, sus debilidades, sus rejuegos de poder, las miserias del pueblo, las causas de esas miserias, etc. Jesucristo se fue al desierto para interiorizar todo eso a la luz de la Palabra del Padre, el que le habló en el Jordán cuando Juan estaba bautizando, a la luz de los impulsos del Espíritu, el que ya tenía en plenitud, como nos dice el evangelista. En vez de retirarse del mundo, es el mundo el que se le viene encima, y así tenemos que mirar las tentaciones del demonio.
La primera: "Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. ¿En qué consiste esta tentación, a qué se refiere? Pensamos que no es tanto la tentación de la comida en sí misma, sino la tentación de buscarse la comida de manera fácil, por el lado de la magia, haciendo alarde de su poder divino. El diablo lo tienta en su ser: "si eres el Hijo de Dios”. ¿Cómo miramos y afrontamos esta tentación en su complejidad en nuestra vida cristiana? Nosotros quisiéramos que nuestra fe sirviera para conseguir cosas fáciles: el alimento, el trabajo, el bienestar, ¡el dinero! y tantas cosas. El diablo bien se nos puede presentar, no para asustarnos, sino para tentarnos diciéndonos: si eres cristiano, dile a Dios que te consiga esto y lo otro, o más aún, si Dios de veras es Dios, dile que te consiga todo lo que necesitas.
Jesucristo venció esta tentación recurriendo a un versículo de Deuteronomio 8,3: "No sólo de pan vive el hombre”. Lucas no transcribe toda la frase que leemos en Mateo: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4,4). Quizá la intención de san Lucas es dejar abierto el tema de qué más vive el hombre además del pan: la palabra, la oración, el sacramento, la fraternidad, la caridad, el servicio, etc. Uno como estudioso de Jesucristo, se puede imaginar con todo derecho todo eso. El pan no es pecado en sí mismo, todo lo contrario, lo necesitan los pobres para vivir. En algunas ocasiones Jesucristo les procuró pan a las multitudes, lo que no quiso hacer ahora para sí mismo, a pesar de que tenía 40 días sin comer. Él no era egoísta, también a eso nos está invitando, a procurar el pan para los demás, no sólo para nosotros. La segunda tentación: "Todo esto (el poder y la gloria de los reinos de la tierra) será tuyo, si te arrodillas y me adoras”. Imaginémonos a Jesucristo padeciendo la tentación del poder y del tener, las ansias de gloria y de honor que tenemos todos los seres humanos. Y, como una caricatura de seres humanos, lo vemos y lo vivimos cada día. Cuántos nos arrodillamos, nos agachamos, nos volvemos aduladores ante los que están arriba, en definitiva frente al diablo, con tal de ir acomodándonos, ya sea en el ambiente laboral, sindical, político, eclesiástico o hasta familiar. Jesucristo se sostuvo, con esa docilidad al Santo Espíritu, sin postrarse ante nadie; y nos enseñó que sólo debemos postrarnos ante Dios, ante ninguna criatura. Le respondió al diablo con un versículo de Deuteronomio 6,13. Nosotros no sólo debemos tomar esta decisión, sino formarnos poco a poco en esa convicción.
La tercera: "Si eres el Hijo de Dios arrójate desde aquí porque está escrito: "Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en sus manos para que tus pies no tropiecen con las piedras”. Ya en años anteriores hemos comentado que el diablo le ofrece a Jesús un camino fácil y atractivo para su mesianismo: nada te va a pasar, no te vas a lastimar en lo más mínimo, no tienes que sacrificarte, porque los ángeles te cuidan. Esa tentación es muy recurrente en nuestras vidas. Quisiéramos que el camino de la fe fuera una alfombra de pétalos de rosa. El camino de Jesús no fue ése, porque terminó crucificado, y antes de la cruz, sintió hambre, sed, sufrió los sufrimientos de los pobres y los enfermos, padeció el hostigamiento de los poderosos. El camino de Jesús es nuestro camino, no el camino que nos ofrece el diablo.
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