Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
CÓNCLAVE: CON LLAVE
S. 23 febrero 2013
Carlos Pérez Barrera, pbro.
 
 
     Cuando el Papa Benedicto XVI, este jueves que viene, deje vacante la sede desde la que ha estado ejerciendo su ministerio petrino, los cardenales empezarán a ser convocados a una reunión para elegir al nuevo sumo pontífice. Esto lo harán bajo llave, encerrados e incomunicados con el exterior. Ahora se ha estado manejando en las noticias que hay amenaza de excomunión para el cardenal que filtre algún dato de la elección del nuevo papa. Esto no es una novedad, así lo estipula el reglamento de los cónclaves. ¿Por qué así, para qué tanto secreto? La verdad a mí me repugna este lado oscuro de nuestra Iglesia. Y es desgraciadamente la manera de proceder de nuestra jerarquía desde que el cristianismo se convirtió en una sociedad donde permean las relaciones de poder; desde que nos asimilamos al imperio, cuando Constantino, en el año 313, nos otorgó credencial de ciudadanía a todos los cristianos, y con interés de su parte, porque así se hacía del control de una aliada de muchas gentes y pueblos. Y cuando décadas después nos convertimos en la religión oficial del imperio romano.

     Desde entonces, la oscuridad, el secreto, los manejos por debajo de la mesa, el silencio, los acuerdos cupulares y elitistas es lo que permea en la jerarquía de nuestra Iglesia: en la elección de obispos y demás dignatarios, en los nombramientos de sacerdotes, en el manejo del problema de la pederastia, de las finanzas y demás escándalos.

     ¿Esa manera de proceder es la herencia que nos dejó nuestro señor Jesucristo? Todo lo contrario. Jesucristo era el prototipo de la transparencia. Para él las tinieblas eran del pecado, nosotros éramos los hijos de la luz. El evangelio según san Juan da cuenta de un encuentro entre un hombre de la luz y un hombre de las tinieblas: Nicodemo y Jesús. "Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (Juan 3,19-21).

     ¿Acaso se guardó bajo llave aquella pretensión de Santiago y Juan de sentarse uno a cada lado en el trono glorioso de Jesús? Al contrario, esas pretensiones de poder de los discípulos las pusieron a la luz pública las primeras comunidades que escribieron los santos evangelios, y gracias a esas comunidades, las pueden leer miles de millones de personas: "Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos... Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda… Él les dijo: sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado. Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice: Saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre ustedes” (Marcos 10,35-43).

     ¿Cómo vamos a escribir la historia de nuestra Iglesia, cómo vamos a aprender de ella para no meter la pata en la misma zanja, si los cardenales no dan cuenta de cómo estuvieron los estiras y aflojas del cónclave? ¿Y cómo podemos considerarnos cristianos estando tan lejos del evangelio y del espíritu de nuestro señor Jesucristo?

     Si hoy no lo pueden decir, los cardenales al menos deberían dejar en sus memorias su experiencia de los cónclaves para que se cumpla esta máxima de Jesús: "Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto” (Marcos 4,22).

     Qué bonita sería nuestra Iglesia si todo se manejara con transparencia, y que todos participáramos: "ese cardenal no porque ha sido mal pastor, ése sí porque es pobre, discípulo y misionero. Cuántos pasajes de los evangelios y del resto del nuevo testamento nos vienen a la mente cada vez que nuestra Iglesia gusta de moverse en las oscuridades:

     "Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (Mateo 5,14-16).

     "Pero ustedes, hermanos, no viven en la oscuridad, para que ese Día los sorprenda como ladrón, pues todos ustedes son hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas” (1 Tesalonicenses 5,4).

     "Para que sean irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa, en medio de la cual ustedes brillan como antorchas en el mundo” (Filipenses 2,15).

 
 

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