DEJARSE CONDUCIR POR EL ESPÍRITU DE DIOS Comentario del domingo de Pentecostés 19 de mayo del 2013
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
El Hijo de Dios vino a este mundo y realizó una obra maravillosa: vivió la vida humana como debe vivirse, en humildad, en pobreza, en amor, en caridad, dispuesto a perdonar, mirando siempre por los más pequeños, por los últimos, no buscando ser servido sino servir, no buscándose a sí mismo sino a los demás, entregando la vida por entero, afanándose por la salvación de este mundo, no pretendiendo nada para sí mismo, no poniendo su corazón en las cosas materiales, en la acumulación o los bienes de consumo. Lo vemos en los santos evangelios sanando a los enfermos, consolando a los afligidos, perdonando a los pecadores, enseñando a los ignorantes, y a los sabios también, mostrando el verdadero rostro de Dios a aquellas pobres gentes de Galilea. Jesucristo vivió en la carne como un perfecto ser espiritual. Así se muestra en el capítulo 3 del evangelio de san Juan en su encuentro con un hombre de la carne y de las tinieblas, Nicodemo. De las cosas del Espíritu sólo puede saber quien ha bajado del cielo, y aquellos a quienes él se lo comunique. Mirando a Jesucristo vemos al modelo de todo ser humano. Así como Jesús estamos llamados a ser todos los seres humanos, hombres y mujeres.
¿Podemos llegar a ser hombres y mujeres enteramente espirituales? Estamos atrapados en la carne. Somos carne, inevitablemente, necesariamente, y gracias a Dios. Pero la carne no sería el problema si le damos su justo lugar al espíritu, tanto a nuestro pobre y pequeño espíritu, como principalmente al Espíritu de Dios. Esto fue lo que hizo el Hijo de Dios. Él no hizo alarde de una súper humanidad. No vino a hacerle al supermán, al hombre poderoso, al potentado. Era un pobre galileo que ni la más pequeña sombra le podría hacer, humanamente hablando, a los reyes y emperadores de aquel tiempo,… y también de nuestro tiempo.
Pero, ¿qué hizo este pobre hombre de la marginada Galilea? Se puso en las manos del Espíritu, se dejó llevar por el Espíritu Santo; no se atuvo a sus propias fuerzas, se abandonó a las fuerzas, a la luz, a la energía del Espíritu Santo. Y así vemos que pudo llegar hasta la cruz, muy por encima de su propia voluntad.
¿Qué podemos hacer nosotros los seres humanos? ¿De qué somos capaces? ¿De qué es capaz nuestro pobre corazón, nuestro pequeño entendimiento, nuestra apocada voluntad? La respuesta a estas preguntas la tenemos frente a nuestras narices: veamos el mundo, este mundo que Dios nos ha dejado en nuestras manos, cómo lo tenemos destruido, por el odio, la violencia, nuestras inclinaciones a la muerte, encerrados en nuestro egoísmo.
Dios nos ha llamado a mucho más de lo que ahora somos. El mundo aparece todavía frenado como en su estado primitivo, como si fuéramos hombres de las cavernas. Cómo nos falta para llegar a ser la humanidad que el Creador ha querido en su sabiduría. Desde los tiempos de Jesucristo estamos en la capacidad de ser lo que Dios quiere que seamos: hombres y mujeres nuevos, una nueva sociedad, una nueva humanidad, el Reino de Dios, un cielo nuevo y una tierra nueva, como termina diciendo el libro del Apocalipsis.
La fuerza para llegar a serlo y hacerlo, es el Espíritu de Dios. Aprendamos de Jesús a ser personas que se dejan conducir por el Espíritu de Dios. Estudiemos los santos evangelios con esa mirada: cómo se dejaba Jesucristo conducir por el Espíritu Santo. En la medida que nos vayamos convenciendo que necesitamos el Espíritu de Dios, ejercitémonos en pedirlo, en pedirlo constantemente, estando dispuestos a recibirlo, a pagar los costos de tenerlo.
Y teniendo el Espíritu de Dios, dejémonos conducir por él: que no sean nuestras ideas las que nos conduzcan, sino la sabiduría del Espíritu; que no sea nuestra voluntad la que nos gobierne, sino la fuerza del Espíritu; que no estemos dispuestos a hacer lo que nos nazca del corazón, sino lo que le nazca al Espíritu Santo. En la oración humilde aprendamos a dejarnos llevar por el Espíritu.
El Espíritu Santo cómo transformó a unos pobres galileos de temerosos en valientes testigos de la vida de Jesucristo. San Lucas, en el libro de los Hechos, así nos relata este acontecimiento:
"El día de Pentecostés, todos los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar. De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban. Entonces aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas, según el Espíritu los inducía a expresarse". De manera que después los vemos valientemente proponer y defender la obra de Dios frente a los líderes del pueblo: "Juzguen si es justo delante de Dios obedecerles a ustedes más que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hechos 4,19-20). |