ES EL AMOR EL QUE SALVA Comentario del domingo 11º ordinario 16 de junio del 2013 Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Recuerden que estamos haciendo una lectura continuada, los domingos de este tiempo ordinario, del evangelio según san Lucas. Hemos estado estos tres últimos domingos, en el capítulo 7. Leímos la buena noticia de la curación del siervo del centurión, la resurrección del hijo de la viuda de Naím, nos salteamos el pasaje del testimonio de Jesús sobre Juan el Bautista, y finalizamos el capítulo con este pasaje escalofriante.
Vemos a Jesucristo comiendo en casa de fariseos. Ya nos parecía normal que Jesucristo frecuentara las casas de los pobres de Cafarnaúm, y las casas de los pecadores. Pero como nuestro Señor es un hombre libre, también se junta con esta otra gente tan religiosa. En esta ocasión no fue a buscar a la oveja perdida, es la oveja perdida la que lo busca a él.
Unos versículos antes, en el 29, Jesucristo le había dicho a la gente: "Todo el pueblo que le escuchó, incluso los publicanos, reconocieron la justicia de Dios, haciéndose bautizar con el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los legistas, al no aceptar el bautismo de él, frustraron el plan de Dios sobre ellos”. Y en la escena de hoy se ve palpablemente.
San Pablo, como lo escuchamos en la carta a los gálatas, entendió muy bien que no son las obras piadosas las que salvan, sino la fe en Jesucristo, por pura gracia. Y esta mujer lo entendió también. El mismo Jesucristo le dice: "tu fe te ha salvado”.
A los fariseos les producía escándalo esta escena de una mujer de la mala vida prodigando todo su amor a los pies de Jesús. A nosotros en verdad nos produce escalofríos contemplar a nuestro Maestro recibiendo tanto afecto del bueno de esta pobre mujer señalada con el dedo acusador por aquella sociedad machista y puritana. Su cabellera seguramente larga y bella, sus labios, sus lágrimas.
Y el Maestro, tan seguro de sí mismo, tan tranquilo, tan lleno de gracia, tanto frente a la mujer como frente a los fariseos que lo estaban criticando en su interior. Cómo le pone Jesús palabras claras y sencillas a este momento evangelizador en extremo para fariseos y pecadores: "Simón, tengo algo que decirte”, expresa solemnemente. "Dos hombres le debían dinero a un prestamista”. Y se va de detalle en detalle: tú no me diste agua para mis pies, tú no me recibiste con el beso de bienvenida, tú no me ofreciste aceite para mi cabeza. Lo que a ti te ha faltado, a pesar de ser tan religioso, a esta mujer le ha sobrado, a pesar de ser tan pecadora. Así obra la gratuidad de Dios, un derroche de gracia para los pecadores, que se saben carentes de todo mérito; y poco o nada para las gentes tan encerradas y confiadas en sí mismas, en su religiosidad, mérito de sí mismos.
Jesucristo es la buena noticia para nuestro mundo pecador; esta mujer es una buena noticia, en quien cada uno de nosotros nos vemos reflejados, y tenemos en ella el modelo del arrepentimiento, no por nuestras obras, sino por la gracia de Dios. Es el amor el que salva.
Nota.- A pesar de lo simplista que les pueda parecer esta observación, en realidad es muy de tomar en cuenta si somos verdaderos discípulos de este Maestro: fijémonos que Jesucristo no utilizó el ritual de la penitencia para concederle el perdón a esta mujer, sólo le dijo: "tu fe te ha salvado, vete en paz". No son las formas litúrgicas exteriores lo que salva, sino la acción de Jesucristo. Nuestra liturgia debería ser menos rígida y más evangélica, más parecida a la práctica salvadora del Maestro. Desde luego que éste es un asunto que debe abordar nuestra Iglesia. |