Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
EL ESPÍRITU DEL AGRADECIMIENTO
Comentario al evangelio del domingo 28º ordinario, 13 de octubre del 2013
Lucas 17,11-19.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Jesucristo va caminando hacia Jerusalén. Esto es muy importante para el evangelista, porque todas las enseñanzas y milagros de estos capítulos están en función ya muy directa con su pascua.

     Los leprosos le gritan a distancia a Jesús porque tenían prohibido acercarse a las personas sanas, para evitar contagios, aunque esta prohibición adquiría entre los judíos un carácter religioso. La lepra era considerada no sólo como una enfermedad, sino como una grave impureza, consecuencia y manifestación de su pecado. Jesucristo los envía a los sacerdotes no para que ellos los sanen, sino para que les extiendan su certificado de salud y de pureza, como lo leemos en el libro del Levítico en el cap. 14, y así puedan tener acceso a la vida de comunidad de la que habían sido privados. Judíos y samaritanos no convivían ni viajaban juntos, pero en este caso la enfermedad los había unido en solidaridad humana.

     Nuestro señor Jesucristo, y el evangelista san Lucas en sintonía con él, ponen de relieve que solamente uno de los diez haya regresado a darle las gracias, para dar gloria a Dios, y que éste era un samaritano, es decir, uno que no estaba en comunión de fe, de raza y de cultura con el pueblo judío.

     Jesucristo, desde la vida y desde su ministerio, nos educa en la actitud del agradecimiento. La virtud o la actitud del agradecimiento es algo que tenemos que cultivar en todos los seres humanos. A nosotros desde pequeños nos enseñan a decir "gracias” cuando recibimos un favor. Hay mamás que tienen ese cuidado con sus hijos. Quizá haya algunos padres de familia que descuiden este aspecto. Pero fíjense que no es lo mismo decir "gracias” en un momento determinado y aislado que tener el espíritu de la gratitud. Éste es el espíritu del cristiano. Lo vemos en Jesucristo. Él elevaba con mucha espontaneidad su espíritu hacia el Padre para alabarlo: porque revelaba sus misterios a los pequeños, porque contemplaba la fe de los pobres; por los panes que tenía en sus manos para distribuirlos a las multitudes, así pareciera poco; ante la resurrección de Lázaro, etc.

     Trabajémonos a nosotros mismos y trabajemos a quienes tenemos a nuestro cuidado en este espíritu de la gratitud. En primer lugar debemos tener agradecimiento para con Dios. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. No nos acostumbremos a todas las maravillas que Dios obra ante nosotros y para nosotros. Tomémonos la molestia de alabarlo cuando amanecemos, cuando nos echamos el agua mañanera encima, tan fresca o tan calientita según el tiempo, pero tan agradable siempre, cuando nos tomamos un vaso de agua, cuando nos sentamos a la mesa, por pobre que parezca el plato que tenemos enfrente. Cuando salgamos a la calle, cuando nos encontremos con cada persona, que cada quien es un don maravilloso de Dios; agradecimiento por cada animal, por cada planta, como lo hacía posteriormente san Francisco. Démosle gracias a Dios por los montes, por los ríos, por los mares, las nubes, el sol, las estrellas, por este maravilloso e inmenso universo, tan cargado de una inimaginable energía. Démosle gracias a Dios por nuestro cuerpo, por esa maravilla de ser que nos ha otorgado a cada uno, por nuestro espíritu, por nuestros sentidos tan sorprendentes, por nuestra capacidad de pensar, de amar, de compartir, virtudes propias de Dios en las que nos ha hecho a imagen y semejanza suya. Démosle gracias por los sacramentos, por su Palabra tan llena de vida y de sabiduría, por la oración, por la vida de la Iglesia. Sobre todo démosle gracias por el don de su Hijo Jesucristo, por su Santo Espíritu que nos fortalece y nos conduce.

     Y no sólo debemos cultivar el espíritu del agradecimiento en relación con Dios, sino con todos nuestros hermanos que hacen tanto por nosotros, hasta agradecimiento con la madre naturaleza.

     La palabra que san Lucas utiliza en el original griego, en el versículo 16, es "eujariston", "dando gracias". ¿Les suena conocida esta palabra? Suena a Eucaristía. Pues eso es la Misa para nosotros, el momento privilegiado y especial de nuestra semana en que nos reunimos, entre otras cosas, para darle gracias a Dios, por todos los anteriores motivos que hemos mencionado. Si hay católicos que no acostumbran asistir a Misa cada domingo, podemos pensar que no tienen nada que agradecerle a Dios, o que teniéndolo, no han sido formados en ello. Debemos hacerles llegar esta buena noticia de Jesús. Debemos formarlos poco a poco en el espíritu del agradecimiento.

     Cuando una persona se está formando en este espíritu, todo en ella va cambiando. Porque comienza a mirar las cosas desde un ángulo diferente. Ya no piensa, ni siente, ni actúa como si todo se le debiera, como si fuera el centro de todas las cosas, como si fuera el propietario y el autor de todo lo que tiene y lo que le rodea. No. Al contrario se va haciendo humilde, porque va tomando conciencia que todo lo debe a otros, en primer lugar a Dios, y también a la sociedad y a la humanidad. A todos le debemos tanto.
 

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