¿CREEMOS EN LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS? Comentario al evangelio del domingo 32º ordinario, 10 de noviembre del 2013 Lucas 20,27-38.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Los saduceos, de aquellos tiempos, no creían en la resurrección de los muertos; en cambio, Jesucristo, sí. Para poner en ridículo esta creencia en la resurrección, los saduceos le plantean a Jesús un caso, como se acostumbraba entre maestros de la ley, entre rabinos: una mujer se casó sucesivamente con siete hermanos, como estaba mandado en la ley de Moisés (vean Deuteronomio 25,5). Al morir ellos, y al morir ella, "¿de cuál será esposa en la otra vida?”, es la pregunta que le plantean a Jesús los saduceos. Ustedes ¿qué responderían a esta pregunta?
Los saduceos no vivían con su corazón puesto en la resurrección porque les iba bien en este vida. Ellos tenían acaparado el templo de Jerusalén, tenían propiedades, tenían negocios. Creer en la otra vida implicaría para ellos renunciar un poco a esos privilegios de los que gozaban para llevar otro estilo de vida.
El pensamiento y el estilo de vida de los saduceos de aquel tiempo lo comparten hoy día muchas gentes. La mente puesta en el consumo, en la tecnología, en la comodidad, en la diversión, en el dinero, etc., ha hecho que se vaya perdiendo la espiritualidad, el sentido de la religión en nuestros tiempos. Hay gentes, que incluso se dicen católicas, pero que piensan y platican que no hay otra vida más que ésta. Y como no hay otra vida, pues concluyen que hay que disfrutarla, que hay que pasársela lo más suave posible. Que en esta vida, dicen ellos, cada quien tiene su cielo y su infierno. Que si a alguien le va bien en esta vida, pues aquí tuvo su cielo, y que si a alguien le fue mal, pues aquí tuvo su infierno. Este pensamiento, desgraciadamente estamos dejando los adultos que pase a nuestros jóvenes. Mucha gente vive como si no hubiera Dios, como si no hubiera otra vida.
¿Quiénes sí creen en la resurrección de los muertos? No tanto los que dicen que sí de palabra, de los labios para afuera, sino aquellos que viven esta vida en relación a la otra. Jesucristo verdaderamente que sí creía en la resurrección de los muertos. Jesucristo vivió una vida muy diferente a la que estamos promoviendo hoy día. Vivió la vida intensamente, no la desperdició, aunque algunos puedan pensarlo así. Derrochó su vida, la invirtió, como quien invierte una gran cantidad de dinero en algo que de veras va a redituar muchísimo. Jesucristo se entregó por completo a la causa de Dios Padre, a hacer su voluntad, a realizar el Reino de Dios, se volcó en el servicio a los demás. Para ello tuvo que renunciar a sí mismo. Y desde el principio lo hizo, naciendo en un pesebre. Después, cuando el diablo se le presentó para tentarlo, él renunció de una vez por todas a atenderse a sí mismo para atender mejor a los demás, por cuya salvación había venido a este mundo. Y hasta el final de su vida se sostuvo en esa línea, ya que terminó completamente despojado de sí mismo colgado en una cruz. ¡Imagínense que no hubiera resurrección de los muertos! ¿Qué sentido tendría la muerte de Cristo? Sería un completo absurdo. Y un absurdo sería la muerte, el testimonio tan grande de todos los mártires. San Pablo lo dice tan claramente: "Si no hay resurrección de los muertos, pues entonces comamos y bebamos que mañana moriremos” (1 Corintios 15,32). Si no hay resurrección de los muertos nos estamos haciendo tontos aquí. Nuestros santos sí creían. La madre y aquellos siete hijos suyos de la primera lectura, tomada del segundo libro de los Macabeos, capítulo 7, son un testimonio más que intenso y escalofriante de la fe en la resurrección. Lea usted completo este capítulo en su Biblia.
¿Nosotros sí creemos en la resurrección de los muertos? No lo digamos con palabras, respondamos con nuestra propia manera de vivir. Si para nosotros efectivamente hay resurrección de los muertos, pues invertiremos esta vida en algo que de veras reditúe en beneficio de la otra. No nos importará perder nuestros bienes ni nuestra propia vida, viviremos al servicio del prójimo, haremos de nuestra vida una entrega a Dios y a los demás, en seguimiento de Jesucristo.
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