CAMBIEMOS A PROFUNDIDAD PARA EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR Comentario al evangelio del domingo 2º de adviento, 8 de diciembre del 2013 Mateo 3,1-12.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Adviento es tiempo de preparación para el encuentro con el Señor; para nosotros ésa es la Navidad. Nuestra navidad no son los regalos, las comidas y las bebidas de este tiempo. Qué bueno que sólo fueran un accesorio, un ingrediente secundario de nuestra gran fiesta que es el nacimiento del Salvador, nuestra esperanza en la plenitud de los tiempos a los que él nos conduce, tiempos que bellamente nos plasma el profeta del adviento, Isaías, con figuras de animalitos, tiempos de la paz en plenitud, de la armonía de la creación.
Hoy que ya estamos en el segundo domingo, quisiera que nos preguntáramos, ¿qué estamos preparando, cómo nos estamos preparando? ¿Qué nos falta preparar?
Debemos prepararnos a nosotros mismos, nuestra mente, nuestro corazón, nuestro espíritu, pero también nuestro entorno, nuestra sociedad, nuestro mundo, acorde con lo que escuchamos hoy en la Palabra de Dios. Hoy en el evangelio de san Mateo leemos un versículo del libro de la Consolación (Isaías 40-55): "Una voz clama en el desierto. Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos”. El evangelista nos propone la predicación de Juan Bautista, el anunciador de la llegada de Aquel al que estamos esperando con ansia y alegría, en este adviento y siempre.
¿Qué nos dice hoy el Bautista? También nosotros, como aquella gente de Jerusalén, de Judea y la región del río Jordán, como pecadores necesitados de la misericordia de Dios, nos acercamos a Juan para sentirnos invitados por su recia palabra: "Raza de víboras, ¿quién les ha dicho que podrán escapar al castigo que les aguarda? Hagan ver con obras su conversión y no se hagan ilusiones pensando que tienen por padre a Abraham”. Mucha gente, en nuestros tiempos, ante estas palabras, daría media vuelta y se iría con otro profeta u otro anunciador más amable. Quizá por eso se arremolinan tantos en las tiendas en estos días, porque ahí los reciben con una amplia sonrisa y con las palabras más amables; otros encenderían mejor la televisión o el internet, que les ofrecen cosas más atractivas que este profeta del desierto.
Pero no. No todos anuncian lo que debe ser anunciado en estos tiempos y siempre. ¿Qué sentido tiene anunciar una mercancía que sólo nos sirve por un momento? Juan bautista anunciaba la llegada del Reino de los cielos. No es necesario adornarlo con luces de colores y ponerlo en oferta. El Reino de los cielos vale por sí mismo, es la plenitud de nuestras vidas, es la oferta del Creador de todas las cosas. Requiere conversión, nos dice san Juan. No hace falta dinero, lo pueden adquirir hasta los más pobres, porque Dios sólo te pide que te conviertas, que cambies profundamente tu vida, tu mente, tu corazón, tu mundo, tu economía, tu jerarquía de valores; porque el Reino de los cielos es una Persona, la gratuidad de Dios caminando por entre los enfermos, los pobres y los pecadores.
¡No! Ante cosas tan bellas y de tanta hondura humana y divina, no vayamos a poner cara de persignados, nos dice san Juan. No seamos raza de víboras, alimañas tan sigilosas como ponzoñosas, lo decimos con todo respeto por esos animalitos del campo que también son creación de Dios, pero no con el mismo respeto lo decimos para con tantos seres humanos que nos conducimos con otra cara, principalmente los más entrados en religión, como aquellos fariseos y saduceos que se presentaron en el Jordán. Ellos seguramente tenían mejor acceso al templo de Jerusalén, pero en este templo de los pecadores que era el río Jordán no había lugar para hipocresías o apariencias religiosas.
En este tiempo de adviento lo que cuenta es la disposición profunda del corazón para recibir al Señor, tal como él viene, no como nosotros lo quisiéramos, tan contaminados como estamos por nuestra propaganda prenavideña. No así, sino como él quiere llegar a nosotros.
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