REFORMA DE LA IGLESIA: NUESTRO CATOLICISMO V. 20 diciembre 2013
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
No sé por dónde tengamos que empezar la reforma de la Iglesia, si por arriba o por abajo. Algunos podrán decir que la reforma debe empezar por uno mismo. Es cierto, pero la intención de esta última observación no debe ser esterilizante, porque la reforma es de toda la estructura eclesiástica, que a todas luces no responde a la sencillez de la vida, del ministerio, de la persona de Jesucristo. Muchos cristianos ejemplares se han quedado en ellos mismos. Por ejemplo san Francisco de Asís, tan admirado por nosotros y hasta por el actual Papa. En ese siglo XIII la Iglesia continuó siendo un poder mundano a pesar de una vida tan impactante por su cercanía al evangelio, en la misma Italia y tan cerca de Roma, como es la vida de este santo. No. No debemos quedarnos en casos aislados. Tomemos como Iglesia el camino del evangelio. No es que algunos nos creamos muy buenos, y muy católicos, los buenos de la película. No. Reformar la Iglesia es cosa de todos los que nos sabemos pecadores.
Ciertamente lo que es determinante para esta eclesiasticidad tan alejada del evangelio es el estilo de ser jerarquía, lo es para el resto de la Iglesia. Pero permítanme empezar por este catolicismo de base que nos caracteriza, no desde ahora, sino desde hace muchos siglos.
Nos consideramos católicos por una especie de pertenencia meramente social a la iglesia católica, como ser mexicanos no por una decisión personal sino porque nacimos en México. Nuestros católicos han sido bautizados desde pequeños porque todo mundo tiene que ser bautizado. Todos se acercan a la parroquia a bautizar a sus hijos sin conocer la fe católica y a sabiendas de que los bautizados no serán educados en la fe. Hasta los que aún no han sido bautizados se presentan ante los demás como católicos; así me los encuentro en la parroquia. ¿Usted es católico, católica?, les pregunto, y me responden: sí, pero no estoy bautizado, pero de vez en cuando voy a misa.
Son católicos los que no van a Misa los domingos ni escuchan la Palabra de Dios, son católicos los que andan en malos pasos, son católicos nuestros políticos, hasta los más corruptos, son católicos los delincuentes, hasta los miembros del crimen organizado… hasta los sacerdotes, diría alguien, se creen católicos. Es que la vida y la fe no es necesario que estén en coherencia, contrariamente a lo que dice el concilio Vaticano II ("El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época”. G. S. 43).
A los funerales son traídos todos, hasta los que no fueron católicos. Ejemplos: en funerales recientes, para no ir más lejos, me ha tocado recibir en el templo a una persona que pertenecía a otra comunidad cristiana no católica. Las pocas mujeres que estaban presentes tampoco eran católicas. ¿Por qué lo trajeron a la Iglesia? Porque un hermano del difunto así lo dispuso, era como parte de servicio funerario: ataúd, sala de velación, carroza, misa y panteón. En otra ocasión más reciente, me tocó celebrar el funeral de una persona que andaba en muy malos pasos: asesinato, amasiato, delincuencia o crimen organizado. No es el caso constituirse en juez de la vida de los difuntos. Canónicamente sí deberíamos negar el servicio religioso, o al menos tratar de disuadirlo entre los parientes, como dice el canon 1184: "Se han de negar las exequias eclesiásticas, a no ser que antes de la muerte hubieran dado alguna señal de arrepentimiento: a los pecadores manifiestos…”. No se trata de constituirnos en jueces de la vida de los demás pero sí de ser coherentes. La Iglesia, la vida de la fe, debe ser accesible a todos, al menos mientras vivan, pero esta pertenencia debe ser expresada por un acto libre y debe ser vivida de una manera efectiva, si no, ¿para qué hacer una iglesia de apariencias o de falsedades, a fin de cuentas una iglesia sin valor?
En la iglesia católica tenemos una fuerte vida social, no tanto religiosa: celebraciones de quinceañeras, matrimonios, aniversarios de bodas, bautizos, funerales, etc., sobre todo estos dos últimos. Qué bueno que sienta todo mundo que tiene un lugar en la iglesia católica, aunque sea de vez en cuando, pero qué malo que no sean miembros activos de la Iglesia, que no estén comprometidos con ella. Y lo más malo de todo es que los mismos sacerdotes nos encargamos de fomentar esa especie de catolicismo, o al menos de seguirle la corriente, quizá porque nos sentimos impotentes como para cambiar las cosas nosotros solos.
En nuestra diócesis calculamos que un 10-12% de nuestros católicos asisten a misa los domingos, pero el porcentaje de participación en grupos y ministerios es muchísimo menor: ¿1 ó 2%? ¿Y cuántos católicos estudian la Palabra de Dios, los santos evangelios para dejarse conducir por ella?
La misma jerarquía suprema de nuestra iglesia como que parece que emite muchos documentos que se quedan en meros escritos, en meras palabras, con contenidos muy fundamentales para nuestra vida cristiana, pero que en la práctica seguimos haciendo lo mismo, conservando esta manera de ser católicos, que no solamente no sirve para mucho, sino que es contraproducente. Es que este catolicismo es rentable, nos produce dividendos, políticamente en las esferas de poder (porque gobernamos a 1,200 millones de personas), y acá en las bases, por lo menos por los donativos que recibimos, que son frecuentes porque somos muy pocos sacerdotes, pero que en realidad son muy esporádicos si tomamos en cuenta cada caso aisladamente.
¿No sería mejor hacernos a la idea de que la iglesia católica la formamos una minoría, no de buenos, sino de miembros activos y comprometidos con ella en medio de una masa que no acaba de decidirse a ser verdaderamente católica? Más efectivos seríamos una minoría en medio de la sociedad a la que tenemos que evangelizar.
¿Cuál ha sido la idea y la intención de nuestro señor Jesucristo? Nosotros somos católicos por la Palabra de Jesucristo que nos ha convocado: Sígueme. Por la Palabra creadora de Dios venimos a la existencia, como una pura gracia suya; por la Palabra de Cristo somos cristianos, personal y colectivamente. Pero, ¿a qué nos convoca Jesucristo? No nos dice, al menos como principio, ponte a rezar, pórtate bien, ve a misa de vez en cuando, cada que te acuerdes de Dios; vive tu vida decentemente. NO. Jesucristo nos invita a seguirlo, a comprometernos con su obra, la obra de Dios, su reino, la salvación de este pobre mundo.
Bueno, esto lo sabemos todos. Mi propuesta no es una novedad. Mi propuesta es a que ya nos decidamos de una vez por todas a hacer juntos una Iglesia como Jesucristo la quiere, formada por sus seguidores, por aquellos que, teniendo conciencia de ser pecadores, limitados y frágiles, se disponen a trabajar para él, y vivir como él.
¿Por qué no nos hacemos a la idea de que en realidad somos una minoría? ¿Por qué seguir alimentándonos con la idea de que somos una sociedad cristiana, una iglesia de 80% de la población en algunos de nuestros países? ¿Esto favorece al evangelio de Jesucristo? Tajantemente hay que decir que No. Es contraproducente seguir siendo una catolicidad social. Porque nadie se siente llamado a acercarse a Jesucristo y a colaborar con su obra, porque se conforman con simplemente estar bautizados, o ser nominalmente católicos. Nuestra iglesia se ha hecho a sí misma tan estéril como lo era el templo y toda la estructura religiosa, cultual y legal del pueblo al que pertenecía Jesucristo en aquellos tiempos. Veamos sus palabras pronunciadas frente a esa estructura: "¿Ven todo esto? Yo les aseguro no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida” (Mateo 24,2). La higuera que no daba frutos era la figura de una religiosidad estéril, por eso Jesús pronunció su palabra categórica sobre ella: "¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!” (Marcos 11,14). ¿No será ésta una sentencia sobre nuestra manera de vivir nuestra fe?
Se antoja hacer un borrón y cuenta nueva: los que quieran ser efectivamente cristianos y católicos, entren en este ambiente de familia que es la iglesia y sean equipo de trabajo de Jesús. Y los demás: que se atrevan a ser o no ser católicos, el día que se abran a la gracia de Dios. Pero quizá nunca nos atrevamos a hacer esto, y menos convendría que lo hiciera un que otro sacerdote o grupo cristiano, porque no se trata de crear grupos cerrados, sino de ser una iglesia abierta a la evangelización de este mundo. Nuestro señor Jesucristo sí es más radical y tajante: "Ustedes son la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres” (Mateo 5,13).
Busquemos maneras entre todos para transformar nuestra Iglesia. |