Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
LA GRAN FAMILIA DE JESÚS
Comentario al evangelio del domingo de la sagrada Familia, 29 de diciembre del 2013
Mateo 1,13-15 y 19-23.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.

     El domingo dentro de la octava de navidad celebramos a la familia que Jesús formó al tomar carne de la nuestra. Esta fiesta nos ayuda a permanecer en el espíritu navideño, para continuar contemplando la corporalidad que Jesucristo asumió, con todo su entorno. Desde aquellos nueve meses que vivió en el seno de aquella jovencita sencilla que Dios escogió para ser la madre de su Hijo, pasando por su nacimiento en el mayor desamparo económico y social, por lo que fue recostado en un pesebre, ahí donde se les pone paja a los animales. Esa corporalidad que luego veremos como un ser humano perfectamente formado, en sus sentidos, en sus facultades más bellas, como la viva imagen de Dios que él quiere plasmar en cada uno de nosotros. A este Jesús lo hemos venido contemplando desde la Noche Buena. Ahora levantamos la mirada y vemos a sus padres, a José y María. Qué bonita pareja, qué bella familia. Celebramos a esta familia, porque ellos son una buena noticia para nuestro mundo.

     La familia es el espacio en el que se forma el ser humano. Los seres humanos no solamente precisamos de comida, necesitamos muchas otras cosas para hacernos verdaderamente humanos, para llegar a ser seres espirituales, como es la vocación a la que estamos todos llamados.

     En la actualidad la realidad de la familia, por este sistema donde predomina al amor al dinero y al consumo, está siendo gravemente agredida: la violencia, los desaparecidos, las madres que buscan a sus hijos, las familias desintegradas y dispersas, pero frente a eso, la unidad familiar se da en muchos casos, ya se pone más atención en cultivar valores en los hijos que en meterlos a una mera disciplina.

     A la familia de Jesús le tocó vivir tiempos difíciles. José se convirtió en migrante en tierra extranjera, semejando al pueblo elegido de Dios que por una hambruna cayó en Egipto y ahí terminaron siendo esclavos y no queridos.

     José y María educaron y cultivaron el espíritu del niño Jesús. En esa escuela el Hijo de Dios hecho niño fue aprendiendo y desarrollándose poco a poco, como lo hicimos nosotros: caminar, hablar, pronunciar los nombres de sus seres queridos, pronunciar el nombre de Dios.

     Jesucristo aprendió a pensar. Hay en este mundo muchas familias y sociedades en las que se enseña a las personas a no pensar, a hacer las cosas que todos los demás hacen, a repetir, a imitar. Como Jesucristo no era así, por eso deducimos que pensar como un ser enteramente libre, lo aprendió en el seno de esta familia.

     Jesucristo aprendió a expresarse. Los seres humanos tenemos muchas dificultades para poner en palabras nuestros pensamientos y sentimientos. En los evangelios contemplamos a un Jesucristo que sabía expresarse perfectamente, que sabía decir lo que pensaba, lo que sentía, que sabía expresar  con valentía sus convicciones más profundas, que las sabía exponer y defender. Podemos estar seguros de que esto lo aprendió y vivió en la casa humilde de Nazaret.

     Jesucristo aprendió a dialogar. Lo vemos en otros pasajes que el niño dialogaba en plan maduro con sus padres. Dialogar implica escuchar con atención al otro, entenderlo, y expresarse para ser comprendido. Si Jesús sabía entrar en diálogo con pecadores, con pobres, con pequeños, hasta con las autoridades, es porque lo había practicado desde pequeño en su sagrada familia.

     Jesucristo aprendió a orar. Lo vemos así en los evangelios. No era Jesús un rezandero cualquiera, era un hombre de oración, vivía la oración como una comunicación con el Padre, no como una repetidera de palabras, por sagradas que se consideren, sino como una vida de oración profunda, de escucha para poder captar la voluntad de Dios. Lo vemos en su padre José, que escuchaba la Palabra de Dios en sueños y la ponía en práctica. Y así fue la vida de Jesús, un escuchar al Padre para hacer las cosas como el Padre las quería.

     Jesucristo aprendió en esta sagrada familia a amar a las personas, a amar como perfecto ser humano primeramente a Dios, a amar a los pobres, a los pecadores, a amar con ternura a los empequeñecidos de este mundo y de esta sociedad, con un amor efectivo, con un amor compasivo, con un amor que levanta, que libera.

     Jesucristo aprendió a vivir como Hijo de Dios. Lo había sido desde la eternidad, pero como completo ser humano tuvo que aprenderlo en el seno de su familia humana. De esta manera podía convocar al resto de los seres humanos a vivir esta formidable experiencia de ser hijos de Dios.

     Pero Jesucristo no se quedó encerrado en el estrecho círculo de su familia carnal. Él sabía que Dios quiere formar una gran familia con todos los seres humanos. Y así Jesús tuvo que salir de su familia para formar la nueva familia con sus discípulos, y a partir de ellos, convocar a todos los seres humanos a formar la gran familia de los hijos de Dios, en justicia, en amor, en igualdad, en inclusión. En una ocasión se presentaría su familia carnal buscándolo, y él les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mateo 12,46).

     Y ésta es nuestra misión, salir a convocar a todos los seres humanos a formar una gran familia, con un solo Padre, en humildad, en justicia, en igualdad, en inclusión, y crear las condiciones para que todo esto pueda darse, empezando con las familias y continuando con la sociedad.

     Continuemos celebrando en alegría la encarnación del Hijo de Dios. 
 

Copyright © 2024 www.iglesiaenchihuahua.org by xnet.com.mx
Mapa del Sitio | acceso |