HOMILÍA DEL PRIMER DÍA DEL 2014 Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Estamos celebrando la encarnación del Hijo de Dios, su nacimiento en un establo de Belén, en la más extrema pobreza social y económica, pero en la riqueza de esta familia humana que formó con José y María. El nacimiento de Jesús lo celebramos un tiempo litúrgico, no sólo el 25 de diciembre. Este año son como dos semanas y media. Como parte de este misterio, hoy contemplamos la maternidad de María. ¿Qué imagen de la virgen María nos ofrece la palabra de Dios? San Lucas es el evangelio mariano. La imagen que nos presenta este evangelista es rica y bella. Habría que irnos hasta el capítulo 1, cuando el ángel Gabriel se presenta en una aldea pobre y desconocida de Galilea llamada Nazaret. El ángel llega con una buena noticia, la gran noticia para todo este mundo. El Padre eterno contempla en sus planes de salvación la encarnación de su Hijo. Su Hijo tendrá una madre tan bella como sólo María, una jovencita de la marginada Galilea. Esta jovencita es toda una gigante del género humano. Escucha la palabra del Señor que le trae el ángel, acoge esa palabra en su corazón y en todo su ser, se dispone a ser parte de los planes de Dios con toda su persona. Se declara la esclava del Señor pero también se pone al servicio de su prójimo, de su pariente Isabel, mujer también encinta como ella. Y ahora la vemos en Belén, lejos de su familia amplia, en un establo, como parturienta primeriza, dando a luz al Salvador del mundo. Hoy fijamos nuestra mirada en la madre, porque es uno de los bellos elementos de la navidad.
Este día también nos reunimos para celebrar el comienzo de un año civil y comienzo de otro. Este planeta tan bello en el que Dios nos ha colocado es el que marca nuestro transcurso del tiempo girando en torno al sol. El punto exacto del comienzo de cada giro no es precisamente ahora, sino que lo fue el 22 de diciembre, el día más corto para los que vivimos en el hemisferio norte. Por eso, astronómicamente podríamos considerar al 24 de diciembre como el comienzo del año, que es cuando el sol, por el movimiento de este planeta, emprende de nueva cuenta su viaje hacia el norte, y nuestros días comienzan a crecer.
El tiempo es parte de nuestro ser. Y Dios ha querido entrar en nuestro tiempo, para hacer con nosotros historia de la salvación. Sería conveniente, como cada año los invito, hacer un recuento personal de cada uno de esos días, de los acontecimientos más significativos para nosotros, para la Iglesia y para el mundo, como lo hacía María, guardando todas las cosas en su corazón para meditarlas pausadamente.
Los invito a celebrar el término y el inicio de un año con estas actitudes:
Recojamos las experiencias más significativas que hemos vivido en estos 365 días transcurridos: significativas desde la perspectiva de la salvación, que pueden ser pequeñas y aparentemente insignificantes; tanto a nivel personal, como familiar, social, mundial. De este año yo recojo la renuncia de Benedicto XVI a su pontificado, como ninguno de los últimos papas se había atrevido a hacer, un gesto que debemos agradecerle, gesto de sabiduría y de valentía, y que también nosotros debemos imitar cuando se nos presente la ocasión de dejar nuestro cargo al que sigue. La Iglesia lo necesitaba así. Este año fue elegido un Papa de origen latinoamericano, el primero en todos estos cinco siglos de evangelización de nuestro continente. El Papa Francisco ha devuelto la ilusión a muchos que ya se habían resignado a este modelo de Iglesia tan petrificado en el poder humano. La Iglesia no ha cambiado, pero la ilusión es la que ha retoñado. / Este año se ha reformado la constitución política de nuestro país. Desde 1938 nadie se había atrevido a tocar un renglón sagrado del petróleo entre nuestros políticos. La verdad es que a muchos nos da miedo, un miedo más que fundado, que esta riqueza natural va a parar, más que hasta ahora, a las arcas de las grandes petroleras transnacionales. No son los pobres los que han renunciado a la renta petrolera, son los ricos los que seguirán arrebatándoles lo que les pertenece de esta parte de la creación. / Y a nivel personal y familiar, ¿cómo ha quedado marcado este 2013? Ha sido sin lugar a dudas un año de gracia, pero también de infidelidades a Dios.
Atrevámonos a pedirle perdón a Dios por las fallas que hemos cometido. La palabra de Dios proclamada en la liturgia nos ha ayudado a ello: el salmo 67.
Ofrezcámosle a Dios todos los trabajos realizados en bien de las personas, al servicio de su buena noticia que es Jesucristo. Ofrezcámosle nuestros afanes, penas y alegrías, angustias y éxitos. Lo haremos en el momento de las ofrendas. Ofrecemos a Jesús en las especies consagradas, pero también nos ofrecemos a nosotros mismos.
Lo principal: agradezcámosle de todo corazón las gracias y bendiciones y todos los dones que hemos recibido de su mando: la vida, la salud, el pan de cada día, la alegría, la fraternidad, su Palabra, el apostolado cada uno de nuestros seres queridos, su sabiduría que derrama sobre nosotros. Que siga abriendo nuestro oído a su Palabra, que nos dejemos conducir por ella. Especialísimamente agradezcámosle en esta navidad el don gratuito de su Hijo en la carne.
Le pedimos que nos bendiga en este año que comienza. Y tenemos tantas cosas que pedirle. Lo hemos recitado en el salmo 67. El don que en especial le pedimos a Dios en este primer día del año, por convocatoria del Papa, es la paz. Un don de Dios y un compromiso de cada uno de nosotros.
El Papa Francisco comienza su mensaje para la jornada mundial por la paz con estas palabras:
« En este mi primer Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, quisiera desear a todos, a las personas y a los pueblos, una vida llena de alegría y de esperanza. El corazón de todo hombre y de toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer.
De hecho, la fraternidad es una dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional. La viva conciencia de este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada persona como una verdadera hermana y un verdadero hermano; sin ella, es imposible la construcción de una sociedad justa, de una paz estable y duradera. Y es necesario recordar que normalmente la fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia, sobre todo gracias a las responsabilidades complementarias de cada uno de sus miembros, en particular del padre y de la madre. La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el fundamento y el camino primordial para la paz, pues, por vocación, debería contagiar al mundo con su amor ».
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