"Transcurrido el tiempo de la purificación de María”, hemos escuchado en el evangelio. Se refiere a los 40 días después del nacimiento del niño Jesús. Esos 40 días se cumplen hoy, 2 de febrero, para quienes hemos celebrado el nacimiento de Jesucristo el 25 de diciembre. Y sigue diciendo el evangelista: "Según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley”. Los judíos no bautizaban a sus niños, ni a la gente grande, por eso José y María llevaron al niño al templo para ofrecérselo al Señor. Los primogénitos de hombres y animales le pertenecían a Dios; las primicias eran una manera de pagarle su contribución a la clase sacerdotal que servía al pueblo. A los primogénitos de los animales se les presentaba sacrificados, no así a los primogénitos de los seres humanos, por eso, en vez del niño, sacrificaban un cordero y una paloma, pero si la pareja era pobre, como era el caso de José y María, ofrecían dos palomas o dos tórtolas, como lo afirma san Lucas. Lo podemos leer directamente de la Biblia, en los libros de Moisés. Leemos en Éxodo 13,1: "Conságrame todo primogénito, todo lo que abre el seno materno entre los israelitas. Ya sean hombres o animales, míos son todos”. Y en Levítico 12,6-8: "Al cumplirse los días de su purificación, sea por niño o niña, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como sacrificio por el pecado. El sacerdote lo ofrecerá ante Yahveh, haciendo expiación por ella, y quedará purificada del flujo de su sangre. Esta es la ley referente a la mujer que da a luz a un niño o una niña. Mas si a ella no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones, uno como holocausto y otro como sacrificio por el pecado; y el sacerdote hará expiación por ella y quedará pura”.
El interés del evangelista no es tanto presentarnos a la sagrada familia como muy cumplidora de la ley de Moisés sino, como se ve claramente en esta escena, lo que le interesa a la comunidad evangélica es hacernos ver que este niño con 40 días de nacido es el que llena las expectativas de liberación del pueblo judío, y de todos los pueblos, como lo dice el anciano Simeón. La nuestra no es la mentalidad del antiguo testamento, sino la nueva alianza, la buena noticia de la salvación que Dios. No fueron los sacerdotes los que acudieron, según san Lucas, a recibir a Jesús y la ofrenda de José y María, sino dos personas de la base del pueblo de Dios, dos laicos, dos pobres, Simeón y Ana, un anciano moribundo y una mujer tan desamparada como todas las viudas, porque es el pueblo pobre el que tiene su corazón más claramente puesto en la liberación de Dios. Los satisfechos, los acomodados, no esperan gran cosa de Dios, sino que no los incomode en sus privilegios.
Esta sería toda la vida del Hijo de Dios, al margen de la institucionalidad judía, al servicio de la liberación del pueblo. Así, primero vimos que la anunciación de la concepción de Jesucristo se realiza en Nazaret de Galilea, un lugar que de ninguna manera era considerado por los judíos como sagrado, como un lugar de la revelación de Dios como podría ser el templo. Enseguida tuvo lugar su nacimiento en un establo, no en la ciudad santa de Jerusalén. Ahora sí vemos a Jesús en el templo, pero los protagonistas son los pobres de Yahveh.
De Simeón, que no era sacerdote, dice el evangelio: "varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo”. Con boca de profeta, Simeón habla de lo que será este niño al que ha tomado en brazos. Jesucristo es la salvación de Dios en persona. Aún le faltan años para realizar su ministerio, pero con esa mirada impregnada de esperanza, Simeón contempla lo que no le va a tocar en vida suya. Así son los verdaderos creyentes. No creemos porque a nosotros nos vaya a tocar la plenitud de la salvación de este mundo proyectada por Dios, pero nos alegramos al verla de lejos, y luchamos con toda nuestra persona en la parte que nos ha asignado Dios como misión nuestra.
Dice más Simeón: "Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”. Leyendo el resto de las páginas de este evangelio comprobamos que efectivamente Simeón estaba diciendo la verdad: Jesucristo no es esa imagen silenciada que nos presenta la piedad religiosa a la que nos hemos acostumbrado, sino esa personalidad recia que le quita la máscara y deja al descubierto las intenciones de todos los corazones, sobre todo de los que están en el poder, así sea económico y político, como también religioso. En la Iglesia de Jesucristo no debe haber lugar para simulaciones, fingimientos o engaños. La transparencia, al contrario de lo que es hasta ahora, debe ser la nota característica de nuestra Iglesia y de nuestro mundo.