Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
IV - REFORMA DE LA IGLESIA: LOS ACENTOS
V. 31 enero 2014
Carlos Pérez Barrera, Pbro.

     "El que practicó la misericordia con él. Díjole Jesús: Vete y haz tú lo mismo” (Lucas 10,37).

  A la actividad de la Iglesia, que debe ser la misma actividad del Hijo de Dios aquí en la tierra, le distinguimos tres aspectos para entenderla mejor y vivirla integralmente: la caridad, la liturgia y la enseñanza.
    
    ¿Cómo practicamos en la Iglesia estas tres actividades, en dónde ponemos el acento? Nuestra Iglesia es identificada invariablemente, tanto desde adentro como vista desde afuera, como un grupo que se reúne para la celebración, para el rezo, para la alabanza. Especialmente, en el entender del común de la gente, lo que nos distingue son los eventos sociales revestidos de liturgia, o los eventos litúrgicos vividos realmente como sociales. Las personas se reconocen como católicas en la medida que tengan prácticas religiosas. Si usted mira un programa u horario en alguna oficina parroquial, se da cuenta de las misas, los bautizos, las confesiones, etc. Y si nos preguntamos qué hace un sacerdote, pues la respuesta es precisamente eso: celebra funerales, bodas, bautizos, misas. Ésa es la imagen que proyectamos, nos dedicamos casi exclusivamente al culto. Un poco nos salva el catecismo de los niños. La misión de la Iglesia es evangelizar, llevar el evangelio a todo el mundo, a partir de los pobres, de una manera integral, es decir, con palabras y obras, como lo hacía Jesucristo, que obraba sus milagros como obras del amor, de compasión, de caridad, y con esto, él era la Buena Noticia para las gentes.
  Es precisamente en el renglón de la caridad donde andamos sumamente bajos: en las parroquias se reparten despensas, quizá se atiende un comedor popular o algún dispensario médico (en el mejor de los casos). Pero en lo que respecta a la promoción de la justicia, de los derechos humanos, de los movimientos sociales, eso todos entendemos que no es nuestro quehacer, eso le toca a la sociedad, como que los católicos no nos identificamos como tales por esas actividades.
   ¿Deben ser así las cosas según la enseñanza de Jesús? La religiosidad, vivida como sólo culto o devoción, ha sido muy cuestionada en la Sagrada Escritura, desde el antiguo testamento. Dios, por medio de su profeta Amós, varios siglos antes de Jesucristo, decía al pueblo:
     "Yo detesto, desprecio sus fiestas, no me gusta el olor de sus reuniones solemnes. Si me ofrecen holocaustos... no me complazco en sus oblaciones, ni miro a sus sacrificios de comunión de novillos cebados. ¡Aparta de mi lado la multitud de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas! ¡Que fluya, sí, el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne! ¿Acaso sacrificios y oblaciones en el desierto me ofrecieron, durante cuarenta años, casa de Israel?” (Amós 5,21-25).
    Todavía más enérgico se expresó Dios por medio del profeta Isaías, un poco después de Amós:
"Oigan una palabra de Yahveh, regidores de Sodoma. Escuchen una instrucción de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. ¿A mí qué, tanto sacrificio de ustedes? - dice Yahveh -. Harto estoy de holocaustos de carneros y de sebo de cebones; y sangre de novillos y machos cabríos no me agrada, cuando vienen a presentarse ante mí. ¿Quién ha solicitado de ustedes esa pateadura de mis atrios? No sigan trayendo oblación vana: el humo del incienso me resulta detestable. Novilunio, sábado, convocatoria: no tolero falsedad y solemnidad. Sus novilunios y solemnidades aborrece mi alma: me han resultado un gravamen que me cuesta llevar. Y al extender ustedes sus palmas, me tapo los ojos por no verlos. Aunque menudeen la plegaria, yo no oigo. Sus manos están de sangre llenas: lávense, límpiense, quiten sus fechorías de delante de mi vista, desistan de hacer el mal, aprendan a hacer el bien, busquen lo justo, den sus derechos al oprimido, hagan justicia al huérfano, aboguen por la viuda. Vengan, pues, y disputemos - dice Yahveh -: Así fueren sus pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán” (Isaías 1,10-18).
     Esto por poner sólo unos ejemplos, pero habría que leer integralmente otros libros del antiguo testamento. En esta línea profética se sitúa nuestro señor Jesucristo colocando el ejercicio de la caridad y la justicia muy por encima de los actos de culto. Para nosotros los cristianos, la palabra de Jesús es la determinante. Recordemos aquella parábola con la que Jesús responde a un maestro de la ley de Moisés:
"Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva. ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores? El dijo: « El que practicó la misericordia con él. Díjole Jesús: Vete y haz tú lo mismo” (Lucas 10,30-37).
     Hay que poner ojo en la pregunta del maestro de la ley de los judíos: qué debía hacer para alcanzar la vida eterna, ésta es la principal aspiración de todos los que nos decimos creyentes. La respuesta atinada del mismo que preguntaba, lo vemos en el texto sagrado, es que había que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Es enseguida que Jesús le propone su magistral parábola: con toda premeditación, alevosía y ventaja, nuestro Señor escoge a los personajes: un sacerdote y un levita pasaron por ahí, y viendo al asaltado, dieron un rodeo y siguieron su camino. Son dos personas que venían o iban al culto, lo que quiere decir que le dieron prioridad a eso. En cambio, un samaritano, uno que nunca va al templo de Jerusalén, ése fue el que se detuvo a asistir de todo a todo a la víctima del asalto. ¿Qué quiere decir esto? Que nuestro Señor le está dando prioridad al ejercicio de la compasión muy por encima del culto.

     Otro pasaje muy conocido es el de Mateo 25,31-46. ¿Lo recordamos? Nos enseña el Maestro:
"Vengan, benditos de mi Padre, reciban la herencia del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber…”  (Mateo 25,34-35).
     Uno de los llamados "padres de la Iglesia” (una etapa de los primeros tiempos de nuestra Iglesia), san Juan Crisóstomo, lo decía con estas palabras:
"Esto es lo que haces con Cristo, cuando lo contemplas errante, peregrino y sin techo y, sin recibirlo, te dedicas a adornar el pavimento, las paredes y las columnas del templo. Con cadenas de plata sujetas lámparas, y te niegas a visitarlo cuando él está encadenado en la cárcel. Con esto que estoy diciendo, no pretendo prohibir el uso de tales adornos, pero sí que quiero afirmar que es del todo necesario hacer lo uno sin descuidar lo otro; es más: los exhorto a que sientan mayor preocupación por el hermano necesitado que por el adorno del templo. Nadie, en efecto, resultará condenado por omitir esto segundo, en cambio, los castigos del infierno, el fuego inextinguible y la compañía de los demonios están destinados para quienes descuiden lo primero”.

     Si nos tomamos en serio las palabras de Jesucristo, diremos que en la asistencia a los más necesitados se juega nuestra salvación eterna y no en nuestra participación en las celebraciones litúrgicas y menos en nuestras devociones. Y cómo hay casos en los que se nos promete que si rezamos tal o cual cosa, no nos faltará asistencia espiritual en la hora de nuestra muerte, algo en completa no sintonía con el evangelio de Jesús. Estos son sólo unos ejemplos, pero si leemos los cuatro evangelios completos, sacamos la conclusión de que la enseñanza y la vida toda de nuestro señor Jesucristo está centrada en la compasión para con el hermano, no en el culto que le tributamos a Dios. A Jesucristo no lo contemplamos en los evangelios en las celebraciones, sino entre la vida de la gente, entre los más pobres, ejerciendo su misericordia, haciendo palpable la misericordia del Padre.
     Todo esto no es una novedad, todos o casi todos lo sabemos, el magisterio de la Iglesia nos lo enseña así. El problema es que nuestra Iglesia, clérigos y laicos, seguimos patinando en lo mismo, no queremos cambiar las cosas, estamos muy tranquilos dándole prioridad y casi exclusividad al culto. La liturgia es nuestro único quehacer, ahí descargamos todas nuestras pilas. A nosotros los sacerdotes los cambios tan frecuentes de parroquia nos han esterilizado en cuanto al fomento de procesos pausados de una nueva manera de ser iglesia entre nuestros parroquianos. Terminamos haciéndonos celebradores de sacramentos, que lo mismo es en una parte que en otra.

    La reforma de la Iglesia debe estar enfocada a esto, a poner el acento donde debe ser puesto. Que no sea ocurrencia de uno que otro, como sucede en nuestras iglesias, que un católico medio zafado de la cabeza, o un cura medio loco, anda pisando terrenos al margen de la actividad de la Iglesia, cuando, por fidelidad a la persona de Jesucristo, esa debería ser nuestra carta de presentación frente al mundo: la caridad, la promoción social, la promoción de los derechos humanos, la política de la base, los movimientos sociales, etc., de parte de todos, clérigos y laicos. La reforma de nuestra Iglesia tiene que ser estructural y no sólo el cambio de uno que otro de sus miembros.


 

 

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