Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
¿SOMOS EN VERDAD SAL Y LUZ?
Comentario a las lecturas del domingo 9 de febrero del 2014
5º del tiempo ordinario
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     El domingo pasado nos tocaría proclamar las bienaventuranzas en el evangelio según san Mateo, en esta lectura continuada que estamos siguiendo en los domingos del tiempo ordinario. No se leyó ese pasaje por la fiesta de la Presentación del niño Jesús en el templo de Jerusalén, fiesta que traía su propio pasaje evangélico, de san Lucas. Con las bienaventuranzas comienza una larga y variada enseñanza de Jesús que se ha dado en llamar "el sermón de la montaña”, porque así lo comienza san Mateo: "Viendo la muchedumbre, subió al monte… y les enseñaba diciendo”. Léanlo ustedes en su estudio personal; son tres capítulos de este evangelio, el 5, 6 y 7. Toca nuestro Señor en este sermón temas muy variados, como las bienaventuranzas, el cumplimiento de los mandamientos con espiritualidad evangélica, el amor a los enemigos, el abandono en la providencia de Dios, las obras de piedad, la oración, el Padre Nuestro, la escucha y puesta en práctica de la Palabra, etc.

     Ahora escuchamos que Jesús nos dice: "ustedes son la sal de la tierra... ustedes son la luz del mundo”. Jesucristo dice que "somos”, ni siquiera nos dice que él quisiera que lo fuéramos, porque su frase es más categórica: sus discípulos son sal y luz, como también, debemos suponerlo, sus discípulos son los pobres en el espíritu, los mansos, misericordiosos, amantes de la paz. ¿Está diciendo la verdad o se engaña nuestro Señor? ¿De veras lo somos o se refiere a otros? Jesucristo sí lo era. Y no lo decimos como se repite una frase de memoria. La vida de Jesucristo en verdad es y ha sido intensamente resplandeciente para esta humanidad no sólo por su divinidad: en este mundo de egoísmo, Jesucristo brilla por su generosidad y su entrega plena; en este mundo de odio, Jesucristo resplandece por su amor, especialmente hacia los más pequeños y olvidados; en este mundo tan materializado y apegado a la carne, Jesucristo brilla por su espiritualidad tan profunda; en este mundo atrapado en las tinieblas de la muerte, Jesucristo brilla por la intensidad de su vida y su irradiación de la vida para todo lo que lo rodea. Jesucristo en verdad que ha venido a comunicarle un nuevo sabor a este mundo.

     ¿Y nosotros, cómo iluminamos y le damos sabor a este mundo? Si los cristianos no somos sal para esta sociedad, dice Jesús que es mejor que nos tiren a la calle para que nos pise la gente. Y la verdad, se los confieso, y permítanme decirlo así crudamente, a veces se antoja tirar a la calle a tantos católicos que no sirven para darle un toque de novedad a nuestro mundo, que no sirven para nada más que para sí mismos. Y estos católicos, tanto clérigos como laicos, le damos esa imagen a toda nuestra Iglesia: en vez de hacer resplandecer a Jesucristo como una luz que ilumina al mundo, servimos de velo para ocultarlo, con nuestros rejuegos de poder, con nuestro materialismo, con nuestra búsqueda de honores y prestigio, con nuestro encierro en las cosas del culto, y no se diga con nuestros escándalos.

     Tampoco somos luz cuando decidimos vivir nuestra fe sólo en la intimidad de nuestro corazón. Hemos de ser luz para el mundo. Y Jesucristo nos dice cómo: "brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre”. Así como Jesucristo, nosotros vamos a iluminar a este mundo con nuestra manera de vivir, practicando las bienaventuranzas: viviendo como pobres en el espíritu, siendo compasivos, mansos, misericordiosos, limpios de corazón, humildes; o como lo leemos en el profeta Isaías: compartiendo el pan con el hambriento, abriendo la casa al pobre sin techo, vistiendo al desnudo y no dándole la espalda al hermano. Pero lo triste es que los católicos nos conformamos o nos reducimos a lo mínimo de nuestra religión, a solamente creer en Dios y en los santos como un mero acto mental. Hay que hacerle ver a todos nuestros hermanos católicos que no se trata de eso, que la pertenencia a Jesucristo consiste en dar testimonio de nuestra fe con nuestras buenas obras.

 
 

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