LA LEY SUPERIOR DE JESÚS Comentario a las lecturas del domingo 16 de febrero del 2014 6º del tiempo ordinario
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Estamos proclamando en estos domingos del tiempo ordinario el sermón de la montaña. Este discurso de Jesús se extiende por los capítulos 5, 6 y 7 de san Mateo. Lea usted estos tres capítulos completos para que se quede con una idea más integral de la enseñanza de Jesucristo.
Jesús, al igual que Moisés, subió al monte para traerle al pueblo las tablas de la ley de Dios. En aquel tiempo el pueblo no pudo subir al Sinaí por un inmenso temor, pero también por la prohibición expresa de Dios. Con Jesús sí sube el pueblo al monte, pero en vez de temor, Jesucristo los recibe con las atrayentes "bienaventuranzas”. No dice la nueva ley de Jesús "te ordeno”, "te prohíbo”, "te mando”, sino "felices”. Qué bella manera de presentar el camino de Dios, el de la felicidad. Con este fondo debemos acoger ahora su nueva legislación, la nueva ley de Moisés, la nueva manera de leerla, de acogerla, vivirla. ¿Más exigente, más rigorista? No. Más profunda, más encaminada a la felicidad de las personas. Que la otra manera de acoger la voluntad de Dios, la manera de los escribas y fariseos, estaba más encaminada a cumplir la ley por la misma ley, por encima de las personas, en detrimento, muchas veces, de las personas.
Cuando Jesucristo nos dice: "si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán en el Reino de los cielos", se refiere a un cumplimiento superior, no más estricto. El evangelio, la buena noticia del Reino, es nuestra justicia. Y Jesucristo nos pone como ejemplo unos cuantos mandamientos. Hoy escuchamos cuatro y el próximo domingo nos hablará del amor a los enemigos.
Si Moisés le dio al pueblo el mandamiento "no matarás”, ahora Jesucristo lo convierte en un ‘ni siquiera ofendas a tu hermano’. Ser cristiano te conduce a este nivel de exigencia. De manera que ofender, agredir verbalmente o, diríamos ahora, psicológicamente, al hermano, te equipara a un sicario. Cristo va al fondo, no permite que nos quedemos en la superficie o en el mero cumplimiento formal de los mandamientos de Dios. La negatividad hacia tu prójimo, la que reside en el corazón, nos deja fuera de su camino. Incluso Jesús dice que la reconciliación entre hermanos es primero que nuestros actos de culto.
El mandamiento de Moisés dice: "no cometerás adulterio". Jesucristo lo hace más profundo: el mirar a la mujer de tu prójimo con malos deseos es suficiente para considerarse adulterio. En esto Jesucristo va más allá de la jurisprudencia de los hombres. No hace falta que uno cometa un acto, lo que cuenta es la intención del corazón. Si uno quisiera matar al prójimo pero no lo hace por miedo al castigo, el deseo es suficiente; o si se trata de robar, cometer adulterio, todas las cosas que menciona Jesucristo en Mateo 15,19: "las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias". Yo no me quedo, por el conocimiento que he ido adquiriendo de Jesucristo en el estudio de evangelio, con la idea de que Jesucristo es muy mocho en cuestiones sexuales, y como nos enseñaba antes la Iglesia, en este renglón todo es pecado grave, hasta los malos pensamientos. La enseñanza hay que acogerla en toda su extensión: ¿Cómo miras a una mujer, cómo miras a un hombre? ¿Con deseo? ¿Y cómo miras a un pobre, a un viejo, a un discapacitado? ¿Con desprecio? Jesucristo nos enseña a mirar a las personas con respeto, con cariño, como él lo hacía. Miraba a las personas como personas, no como cosas de uso.
¿Qué dice Jesús sobre el divorcio? Moisés les había mandado a los varones que si repudiaban a su mujer, le otorgaran un acta de repudio. Esto lo hizo Moisés para proteger a las mujeres, para que pudieran encontrar otro hombre que las recibiera sin temor a cometer adulterio. Sin esa acta de repudio, ellas quedaban completamente desamparadas, condenadas a pedir limosna, porque una mujer sola difícilmente podía trabajar. Esto debemos tomarlo muy en cuenta en nuestra Iglesia, porque el no divorcio estaba pensado por Jesús para amparar aún más a las pobres mujeres, obligando a los maridos a que las tuvieran con ellos. A Jesucristo le interesa más la felicidad de las personas, más que las instituciones, por eso coloca al hombre por encima del sagrado sábado (ver Mc 2,27). Quisiéramos que a partir del Sínodo sobre la Familia, que va a congregar a muchos obispos en Roma en el mes de octubre, se reconsiderara la situación de muchas parejas que se han divorciado y vuelto a casar, para que no quedaran en el desamparo espiritual.
Y finalmente Jesucristo nos da una enseñanza suprema sobre los juramentos: que tu ‘sí’ sea ‘sí’, y tu ‘no’, sea ‘no’. Vivimos en una cultura donde las palabras tienen poco valor. Las personas cada vez tenemos menos capacidad para asumir compromisos. El matrimonio es un compromiso hacia el cónyuge y hacia los hijos, con algunas salvedades como lo hace la comunidad evangélica de san Mateo. En la Iglesia, los sacramentos son compromisos que asumimos libremente: el bautizado se compromete a participar en la misa dominical, a estudiar la Palabra de Jesucristo, a servir a la Iglesia y a la sociedad, a anunciar el evangelio de Jesucristo a los demás. Pero compromisos son lo que no quieren los católicos en general. ¿No sería bonito ir creando no sólo una iglesia sino también una sociedad donde nuestras palabras tuvieran un valor firme, que no estuvieran tan devaluadas?
|