· Si hacemos esa clase de movidas ante instancias civiles, comerciales o laborales, es algo que da vergüenza, cuán peor es hacérselo a la misma Iglesia, hacerlo en las cosas de Dios, porque a fin de cuentas es a Dios a quien pretendemos engañar. No es a la Iglesia a quien le pedimos la salvación, sino a Dios. ¿No sienten vergüenza quienes hacen eso?
· Pongámonos a pensar. ¿Nos gustaría que la Iglesia nos diera un sacramento falso? Si nos mentimos y nos trampeamos unos a otros, esto no es la obra de Dios, esto sería más bien una cosa del diablo. ¿De qué lado queremos colocarnos?
· Así, en vez de sacramentos de salvación, estos actos se convierten en ocasiones de condenación, como lo denunciaba san Pablo refiriéndose a la Cena del Señor: 1 Cor 11,27-29.
· En el fondo, lo que más nos preocupa es qué clase de iglesia estamos construyendo. ¿Una Iglesia de mentirosos, una religión de la falsedad, una cáscara que merece ser tirada a la calle? Si la sal pierde su sabor, hay que tirarla a la calle para que la pise la gente, decía nuestro Señor (Mateo 5,13). ¿Qué le podemos ofrecer al mundo si nosotros nos estamos haciendo igual o peor que este mundo corrupto? ¿No nos envía Jesucristo a ser luz en este mundo de tinieblas, a sembrar la verdad en este mundo de mentiras, a ser transparencia en este mundo de tanta opacidad? Lean Mateo 5,14, o también Juan 3,19-21.
· La culpa la tenemos nosotros, los encargados de la Iglesia, porque hemos acostumbrado a nuestros católicos a una religión de eventos sociales más que religiosos. Lo que les interesa es la ceremonia exterior, no la celebración de la conversión y la salvación de Dios. Si lo principal es la apariencia, pues hasta se puede mentir para conseguirla.
ACCIONES.-
· Se podría lanzar una demanda contra las personas que se dedican a falsificar papeles de la Iglesia. Esta gente sin escrúpulos y sin fe está haciéndose de dinero a costa de nuestros católicos que no se ponen firmemente su camiseta de cristianos.
· Se podría lanzar también un castigo eclesiástico a quienes solicitan estos documentos falsos y se atreven a presentárselos a la Iglesia.
· En cada parroquia los equipos de pre bautismales deben dejar en la oficina parroquial los registros por dos años de las personas que toman las pláticas para que una secretaria de otra parroquia pueda llamar a ver si la persona que presenta su tarjeta efectivamente tomó las pláticas.
· Debemos dirigirles un llamado al papá o a la mamá, al padrino o a la madrina para que no se presten para ese tipo de movidas chuecas, para que no se hagan cómplices de un pecado grave. Al contrario, deberían de denunciar ante sus párrocos a quienes y en dónde se dedican a falsificar tarjetas. Sus parientes también deben ponerse del lado de la Iglesia y regañar a quienes pretenden conseguir un sacramento con falsedades.
· Pero lo más importante: el obispo y todos los sacerdotes de la diócesis deberíamos lanzar un llamado fuerte y claro a nuestros feligreses para que se abstengan de hacer estas cosas que desdicen de nuestro ser cristianos e invitarlos a la coherencia con el mensaje de Jesucristo, el testigo por excelencia de la Verdad. Vean Juan 18,37-38.
· Nuestra iglesia diocesana está en estado de misión permanente. Echémosle ganas a esta misión, demos a conocer a todos los católicos la Palabra de Dios, eduquémoslos en la escucha de esa Palabra, ayudémosles a abrirse, junto con nosotros, al Espíritu de la Verdad, el Prometido del Padre en la cena pascual de Jesucristo (vean Juan 16,13).