ASCENSIÓN,
PLENITUD DE LA RESURRECCIÓN
Comentario
al evangelio del domingo 1 junio 2014
La
ascensión del Señor
Carlos
Pérez Barrera, Pbro.
La liturgia celebra
la fiesta de la ascensión del Señor a los cielos tal como lo relata san Lucas
en el libro de los Hechos, a los 40 días de su resurrección, y así lo hemos
escuchado en la primera lectura. Estos 40 días se cumplieron el jueves pasado,
pero lo celebramos el domingo para dar oportunidad al resto de los católicos de
asistir a Misa.
Hay que decir, sin
embargo, que la resurrección de Jesucristo, su ascensión a los cielos o su paso
a la casa eterna del Padre y la venida del Espíritu Santo, es un misterio
integral, no son tres acontecimientos que se puedan separar. San Lucas los distingue
con una cronología bíblica: los 40 días son símbolo de plenitud, no tanto
cuarenta días del calendario.
Ahora nos ha tocado
proclamar este misterio en el evangelio de san Mateo. ¿Qué nos dice este
evangelista? "Sepan que yo estaré con
ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Ésta
es una manera de leer los misterios de Jesús de una comunidad concreta, la
comunidad de San Mateo.
Por
otra parte, san Marcos trae dos finales. El primer final simplemente decía: "vayan a
decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ustedes a Galilea; allí le
veréis, como les dijo”. El segundo final parece ser de tradición lucana y
está más en sintonía con el tercer evangelio. Dice: "el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó
a la diestra de Dios”.
Es san Lucas el que
nos platica las cosas tal como las celebramos: "Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y
sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo”.
El libro de los Hechos es continuación del evangelio, autoría de la misma
comunidad de san Lucas.
Y por último, el
evangelista san Juan sólo nos habla de los encuentros que el Resucitado tenía
con sus discípulos, de manera especial los domingos, como lo leemos en el
capítulo 20. En el capítulo 21 nos habla de un encuentro que tuvo con ellos a
la orilla del lago. En la última cena, según este evangelio de san Juan
(capítulos 13 al 17), el Maestro sí les habló en varios momentos de pasar de
este mundo al Padre.
¿Con qué nos
quedamos pues? Con el misterio de la vida en la resurrección de Jesucristo, que
no consistió en un regresarse a la misma vida mortal que había estado viviendo,
porque entonces habría tenido que morir de nuevo. No. La entrega de la vida y
la resurrección es un misterio de plenitud de la vida de Dios. Subir al cielo
es una manera muy nuestra de decir las cosas. Pero si nos ponemos a pensar
dónde es el arriba y dónde es el abajo, ya con los conocimientos que tenemos de
nuestro planeta y del universo, nos daremos cuenta que de día el arriba es para
un lado, y de noche es para el lado contrario. Por lo que tenemos que decir que
la casa del Padre no está arriba de nuestras cabezas, ni el infierno debajo de nuestros
pies. Esta es una manera muy popular de hablar. Pero el misterio de Dios
tenemos que expresarlo ahora de maneras más nuevas. La verdad no sé cuáles sean
ellas, pero se me viene a la mente: "ser abrazados por la eternidad de Dios”, "pasar
a la plenitud de la vida de Dios”, "darle plenitud a este vida temporal que
pasa pronto”, "alcanzar la meta de nuestras esperanzas, las que Jesucristo sembró
en nuestros corazones, el Reino del Padre”.
En la Iglesia, esta
fiesta de la ascensión del Señor, así como la llamamos, es la fiesta de la plenitud
del proyecto que vino a realizar Jesucristo en toda su persona. Es la fiesta de
la esperanza que se alcanza, de la utopía que se realiza, no sólo el sueño de la Iglesia sino de toda la humanidad.
Queremos estar en sintonía con Dios, queremos querer lo que él quiere, la
plenitud de su creación, la que ha hecho por medio de su Hijo y continúa
realizando por medio de su Espíritu. Queremos "irnos al cielo”, o queremos que
venga su Reino, como nos enseñó Jesucristo a rezar en el "Padre Nuestro”. Queremos
que esta humanidad sea según el proyecto del Padre, que alcance su plenitud en
el amor, en la justicia, en la igualdad, en la fraternidad. No podemos entender
la plenitud del ser humano fuera de estas categorías. No pensamos que la
plenitud del hombre consista en el desarrollo de la tecnología, en alcanzar
otros planetas, en la comodidad, en el consumo exacerbado de los bienes
materiales. Si estos fueran nuestros valores más pretendidos, el primero en
vivirlos habría sido nuestro señor Jesucristo. No. Lo que Jesús vivió fue la
compasión, la inclusión de todos, la reconciliación, la armonía, la salvación.
Ésta es la fiesta de la ascensión. |