NECESITAMOS
EL ESPÍRITU DE DIOS
Comentario
al evangelio del domingo 8 junio 2014
La venida
del Espíritu Santo
Carlos
Pérez Barrera, Pbro.
La vida de nuestro
amadísimo señor Jesucristo es un misterio fascinante. La palabra misterio la
usamos en el sentido de una gran verdad que nuestro pobre intelecto no alcanza
a comprender ni nuestro pequeño corazón a apreciar. Su encarnación, su ministerio
en Galilea, su crucifixión y resurrección en Jerusalén, su ascensión y la
venida del Espíritu Santo, todo es un misterio conjunto que no podemos expresar
adecuadamente. Si lo celebramos en nuestra liturgia en momentos diversos es
para darnos tiempo de calar en cada uno de esos aspectos de la vida de nuestro
Señor Jesucristo que son nuestra salvación. Los evangelios y demás escritos del
nuevo testamento expresan estos misterios de maneras variadas, que en sus
detalles externos no coinciden entre sí, pero la razón es que las comunidades
antiguas a duras penas encontraron maneras de explicarse a sí mismas lo que es
inexplicable.
La comunidad del
evangelista san Juan, por ejemplo, nos ofrece su testimonio de esta manera: el
mismo día que Jesús resucitó, sopló sobre sus discípulos y les infundió su Santo
Espíritu. En cambio, la comunidad y la tradición de san Lucas, tal como lo
hemos escuchado en el libro de los Hechos, separan estos momentos que nos
sirven como esquema litúrgico: la ascensión a los 40 días de la resurrección, y
la venida del Espíritu Santo a los 50. Esto quiere decir que los primeros
cristianos no se detuvieron en fechas determinadas sino en el acontecimiento
salvador.
Sin prescindir de la resurrección del Señor,
ahora nos detenemos pues en la venida del Espíritu Santo. Este Espíritu es el
"ingrediente”, si me permiten decirlo de esa manera (desde luego que es más que
un mero ingrediente) que le hace falta a nuestra religiosidad católica. La fe
en Jesús no consiste simplemente en tener ciertas creencias y en tener ciertas
prácticas piadosas. Estas prácticas pueden quedarse sólo en el exterior, en la
cáscara, sin un contenido sólido. Piensen en la mayoría de nuestros católicos
que sólo de vez en cuando buscan un sacramento, generalmente el bautismo o una
misa de funeral y rezan de vez en cuando, con muchas limitaciones, y que el
resto de su vida se les va en sumergirse de cuerpo entero en los esquemas y
afanes de este mundo: unos buscando el sustento legítimo para su familia, lo
cual es su pleno derecho, otro buscando diversiones, o haciendo negocios,
afanándose por el dinero, o metiéndose de lleno a los rejuegos del poder, de la
competencia por el aparecer, etc. Incluso podemos pensar que también así se nos
va la vida a quienes con más frecuencia participamos en las actividades de la
Iglesia.
¿Es ésta la fe que
nos ha regalado Jesucristo? Sería como una caja, con moño y papel celofán, pero
completamente vacía. El don de Dios es su Espíritu Divino. Jesucristo nos
infunde gratuitamente su Espíritu de manera especial a partir de su pascua de
resurrección. Sin este Espíritu no seríamos capaces ni de llamar a Jesús "Señor”,
como nos lo ha dicho san Pablo en la primera lectura. Sin este Espíritu no
seríamos capaces de seguir los pasos de nuestro Maestro, de vivir sus
enseñanzas evangélicas, de abrirnos al amor a Dios y al prójimo, a los más
pobres, a los enemigos, de perdonar hasta 70 veces 7. Necesitamos el Espíritu
de Dios para colaborar dócilmente en la obra de Dios que es la salvación de
este mundo. Por eso el Resucitado sopla sobre nosotros y nos dice: "reciban el
Espíritu Santo”. Sin este Espíritu nuestra religiosidad cristiana es una mera
cáscara vana, y permítanme decirlo, sin este Espíritu nuestra Iglesia termina
siendo una ONG en el mejor de los casos, o una estructura de poder en el peor.
Pidamos incesantemente
este Espíritu, abrámonos a él, estemos dispuestos a pagar los costos por
recibirlo.
Tenemos que
trabajarnos todos los católicos, desde la jerarquía hasta la base, ejercitarnos
en la apertura y en la docilidad al Espíritu de Dios, en el discernimiento. Es
un trabajo espiritual al que le debemos dedicar tiempo y energías, para no
confundir al Espíritu Santo con nuestros propios impulsos o ideas, o mucho
menos con los afanes de este mundo. Para no abaratarlo. No. Tenemos que
abrirnos humildemente al Espíritu de Dios. Los medios privilegiados para este
trabajo: la escucha de la Palabra de Dios, especialmente la contenida en los
santos evangelios, la oración, y tener nuestros sentidos bien abiertos a la realidad y a los acontecimientos,
a las personas por las que Dios nos habla. Aprendamos a mirar el trabajo que está
realizando el Espíritu Santo en este mundo antes que tratar de controlarlo. |