Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





LA PEQUEÑA BUENA SEMILLA

Comentario al evangelio del domingo 20 julio 2014

16º ordinario

Carlos Pérez Barrera, Pbro.


     En tres domingos estamos repasando el capítulo 13 de san Mateo en el que esta comunidad evangélica ha reunido siete parábolas de nuestro Señor Jesucristo: el sembrador, el trigo y la cizaña, la semilla de mostaza, la levadura, el tesoro escondido, la perla y la red. El domingo pasado proclamamos la parábola del sembrador y su consiguiente explicación. Ahora proclamamos otras tres y la explicación propia de Jesucristo de la parábola del trigo y la cizaña.


El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre. Así se llama a sí mismo Jesucristo. No usa títulos ostentosos como hacemos los clérigos hoy día. Él es un hijo de esta humanidad, aunque sabemos y confesamos que es el Hijo eterno de Dios Padre. El campo es el mundo, es decir, esta sociedad en la que estamos todos inmersos. La buena semilla son los ciudadanos o hijos del Reino, los cristianos y, si le sacamos consecuencias a la mentalidad abierta de nuestro Señor, también lo son muchos no creyentes que son buena simiente en este mundo. ¿Nos anotamos nosotros en esta categoría de buena semilla? ¿Somos hijos del Reino o ciudadanos del mundo? ¿De qué lado nos hemos hecho? Ya no estamos muy seguros. Parecemos más ciudadanos del mundo que del Reino. Ciertamente vivimos en el mundo, pero no le pertenecemos al mundo, sino al Reino de Jesús. Sin embargo, la mayoría de los católicos, incluyendo clérigos, nos hemos hecho más para allá que para acá: nos afanamos por el dinero y las cosas materiales, estamos metidos en la escalera del poder, ahí sí los eclesiásticos más que los laicos; somos parte de esta economía consumista; somos parte también del ambiente de la mentira y de la trampa, ahora hasta en las cosas de la Iglesia. Seguramente no somos parte de este ambiente de violencia y de delincuencia pero sí vivimos en él y hasta lo sufrimos como sus víctimas. Por ello es muy oportuna la parábola de Jesús. Seguramente muchas veces nos hemos preguntado y hasta se lo habremos pedido a Dios: ¿por qué no arranca Dios a los malos de este mundo y deja solamente a los buenos? Primero porque todos somos malos y no quedaría nadie en el mundo, y segundo, porque los aparentemente buenos estamos precisamente en función de los malos. Dios no quiere la destrucción o la muerte de nadie sino su conversión. Y unos y otros estamos para ayudarnos a convertirnos.


El reino de los cielos es el proyecto de Dios para los seres humanos. No se ha realizado aún, es todavía un proyecto, es un proyecto que nos ilusiona y entramos en él activamente, conscientes de que es una gracia o regalo de Dios, pero ya desde ahora lo vivimos, vivimos sus valores, anticipadamente.


Somos semilla del amor de Dios, semilla de la paz de Dios, semilla de la justicia de Dios, que es equidad en derechos e igualdad en condiciones de vida material y espiritual. No estamos sembrados en un campo celestial, sino en este mundo, con todas sus injusticias, violencia, inseguridad, nos movemos en el reinado del egoísmo, de la soberbia, del odio. Ahí en ese campo es donde debemos de florecer y dar frutos de Dios.


Somos una semilla pequeña, como el granito de mostaza, pero la fuerza de Dios está con nosotros, es su vitalidad, no nuestra poquedad o pequeñez humana, sino la grandeza de Dios de la que somos portadores para el mundo. La fuerza y la vitalidad de Dios nos hacen ser levadura para esta masa del mundo a la que tenemos que fermentar con la vida de Dios.


Recuperemos nuestro lugar en el mundo, nuestra vocación, nuestra misión. No nos dejemos fermentar por los antivalores del mundo, es todo lo contrario de la encomienda que nos hace Jesucristo. Nosotros cantamos, entre otros, un canto muy bello compuesto por Cesáreo Gabaráin que se titula "Id y enseñad” que dice: Sois la semilla que ha de crecer, sois estrella que ha de brillar. Sois levadura, sois grano de sal, antorcha que debe alumbrar. Sois la mañana que vuelve a nacer, sois espiga que empieza a granar. Sois aguijón y caricia a la vez, testigos que voy a enviar. Id, amigos, por el mundo, anunciando el amor, mensajeros de la vida, de la paz y el perdón. Sed, amigos, los testigos de mi resurrección. Id llevando mi presencia con vosotros estoy. Sois una llama que ha de encender resplandores de fe y caridad. Sois los pastores que han de guiar al mundo por sendas de paz. Sois los amigos que quise escoger, sois palabra que intento gritar. Sois reino nuevo que empieza a engendrar justicia, amor y verdad. Sois fuego y sabia que viene a traer, sois la ola que agita la mar. La levadura pequeña de ayer fermenta la masa del pan. Una ciudad no se puede esconder, ni los montes se han de ocultar, en vuestras obras que buscan el bien los hombres al Padre verán.


No nos quedemos en el canto, pasemos a la realidad.


 

 

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