VOLVAMOS
A JESÚS
Comentario
al evangelio del domingo 10 agosto 2014, 19º ordinario
Mateo
14,22-33.
Carlos
Pérez Barrera, Pbro.
Al terminar el
milagro de los panes, Jesucristo embarca a sus discípulos mientras él se queda
en la playa despidiendo a la gente. Recordemos que él se había embarcado hacia
este lugar para retirarse, para estar en un lugar solitario cuando supo de la
muerte de Juan Bautista. La gente no se lo permitió en un principio pero Jesús
no se queda con las ganas. Ahora sí se queda solo y sube a un monte a orar,
desde el atardecer hasta la madrugada. Aprendamos de Jesús. Su oración no son
rezos, es un espacio de silencio, de presencia de Dios. Nosotros los invitamos
con frecuencia a todos ustedes a que vivan el taller de oración y vida para que
aprendan a orar. Si aprendiéramos a hacer oración, sacaríamos un provecho
espiritual enorme, nos haríamos personas de profundidad, dejaríamos de ser
superficiales.
Al terminar su
prologada oración, Jesús no tiene barca para trasladarse al otro lado del lago,
por eso se va caminando al encuentro de los discípulos. Pero no pongamos
nuestra atención en el hecho físico de no hundirse, sino en esa imagen que
proyecta de la personalidad de Jesús. El evangelio nos invita a un acto de fe,
como lo hará con los discípulos. El evangelista nos pinta un cuadro tétrico: la
penumbra, el viento y las olas, como en las películas de terror, sólo faltan
los ruidos que nos ponen la piel chinita. Así en la penumbra ven la imagen de
Jesús y se ponen a gritar: "es un fantasma”. Y más delante es Pedro el que se
hunde en el mar.
¿Qué tanto miedo
le tenemos a la oscuridad? ¿Qué tanto miedo le tenemos a los fantasmas, a los
aparecidos, a las gentes de ultratumba? En este momento no, porque estamos a
plena luz del día. Pero cuando estamos solos, cuando las tinieblas nos
envuelven, entonces sí nos ponemos a temblar. Pues no pensemos en estas
circunstancias físicas, sino en aquellas situaciones de la vida que realmente
nos hacen sentirnos que nos hundimos en el agua. Es entonces cuando clamamos al
cielo como dice el salmo 69: "¡Sálvame, oh Dios, porque las aguas me llegan hasta
el cuello! Me hundo en el cieno del abismo, sin poder hacer pie; he llegado
hasta el fondo de las aguas, y las olas me anegan”.
Hay tantos momentos y situaciones de la vida que nos desbordan: un problema económico, una desgracia, la
depresión, la angustia, un problema familiar, laboral, etc. Pensemos en cuántas
veces sentimos que nos ahogamos en nuestros problemas. Ahí es cuando nos damos
cuenta que necesitamos de Jesús. Es en la oración profunda, no en el rezo
superficial, que escuchamos su voz: "ánimo, soy yo, no temas”. Y también nos
reclama: "hombre (mujer) de poca fe, ¿por
qué dudaste?”
De su oración
Jesucristo había salido entero, firme, sólido. Por eso lo vemos caminando sobre
el mar, caminando con entereza por la vida, en medio de tantos problemas que
simbolizan el viento y las olas. ¿Y los discípulos? Se muestran temerosos,
atrapados en la duda. Les había hecho falta la oración, calar en las profundidades
del Espíritu para poder navegar con entereza por encima de las olas y a pesar
de los vientos contrarios.
Todo esto es
nuestra vida cristiana. ¿No nos hace falta orar como Jesús? La oración profunda
nos conduce a la persona de Jesús, lo que tanto nos hace falta a los católicos
de hoy, apoyarnos firmemente en el Jesucristo de los evangelios, no en ese
fantasma que nos hemos creado en nuestra imaginación convenenciera, sino en el
Cristo real que nos transmite el testimonio apostólico. Volvamos al evangelio,
volvamos a Jesús.
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