JESUCRISTO
PIDE NUESTRA ENTREGA TOTAL
Comentario
al evangelio del domingo 31 agosto 2014, 22º ordinario
Mateo
16,21-27.
Carlos
Pérez Barrera, Pbro.
Espero que nos hayamos llevado a nuestras casas la pregunta que Jesús
nos hacía la semana pasada en la misa – "¿quién
soy yo para ustedes?” – y que la sigamos reflexionando. Es una pregunta que
nos tenemos que hacer con cierta frecuencia, sobre todo en aquellos momentos en
que parece que perdemos la brújula de nuestra fe, en que tomamos otro camino,
un camino nuestro que no es el de Jesús.
Fíjense: Simón Pedro había respondido: "tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. La respuesta es correcta
en su expresión más no en su comprensión. Jesús es el que dice que es correcta
puesto que lo felicita y le explicita que esta revelación le viene del Padre y
de nadie más. Sin embargo, ¿tenía Simón Pedro el correcto entendimiento de qué
clase de Cristo o qué clase de mesianismo venía a vivir Jesús? En el pasaje
evangélico de hoy vemos que no.
Jesucristo les revela a sus discípulos la suerte que le espera en
Jerusalén. A allá se dirigen necesariamente, no pueden tomar otro camino. Los
sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas, es decir, los dirigentes
religiosos del pueblo judío, lo van a hacer sufrir mucho, lo van a conducir a
la muerte, pero él va a resucitar. Este momento de la pasión de nuestro Señor
lo conocemos muy bien, lo celebramos y lo vivimos en semana santa. Pero por
ahora sintamos que venimos caminando detrás de Jesús y él nos sorprende, al
igual que a sus discípulos, con esta noticia. ¿Cómo reaccionamos? Simón Pedro
se resiste a aceptar ese destino de Jesús. Le dice: "¡lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!”
Si nosotros tenemos buenos sentimientos, al menos humanos, le diríamos
a cualquiera de nuestros seres queridos que ni Dios permita que les suceda una
desgracia. ¿Cierto o no cierto? Lo que hizo Pedro no era desearle un mal sino
un bien, desde el punto de vista humano. Cada semana santa yo siento lo mismo:
esa suerte de la cruz no se la deseo a ningún ser humano, junto con todo lo que
rodea y contiene la pasión de Jesús. Y sin embargo, sucede tanto en nuestros
tiempos: la muerte, la ejecución de inocentes, el secuestro, la extorsión, el
abuso, la violencia, la injusticia contra los pobres de parte de los poderosos,
etc.
La reacción de Jesús a esta reprensión de Pedro, es muy severa. Vean en
su Biblia. Le dice: "¡Colócate detrás de
mí, Satanás! ¡Piedra de tropiezo eres para mí, porque tus pensamientos no son
los de Dios, sino los de los hombres!”
¿Qué les parece? Esto hay que comprenderlo más a profundidad. Pedro se
había dejado llevar por sus buenos sentimientos humanos, y quién sabe si hasta
por sus pretensiones de un mesianismo judío al estilo del antiguo testamento,
es decir, un mesianismo victorioso sobre sus enemigos. Lo que le faltaba era
dejar eso de lado cuando los caminos de Dios son otros. Y a nosotros nos toca
disponernos a la obediencia de la voluntad de Dios. Por ello necesitamos una
oración tan profunda como la de Jesús para discernirla. Jesucristo había
discernido que su Padre celestial quería una entrega de la vida por el Reino de
Dios, por la salvación de la humanidad, porque reinara en el mundo el amor, la
justicia y la paz de Dios. No quería el Padre la muerte de su Hijo, como no
quiere la muerte de ninguno de sus hijos, sino la entrega plena de la vida.
La voluntad del Padre, además, exige la entrega de cada uno de
nosotros, los que queremos seguir a su Hijo porque él nos ha llamado. No quiere
entregas a medias, quiere entregas plenas. Lo dice Jesús con estas palabras: "El que quiera venir conmigo, que renuncie a
sí mismo, que tome su cruz y me siga”.
Ha habido tiempos en que esta renuncia a uno mismo, o negación de uno
mismo, se ha entendido de diversas maneras, como un sufrir por sufrir, un
renunciar al placer o al disfrute de este mundo; ¿por qué renunciar? Porque
pensábamos que todo lo de este mundo era malo, enemigo de Dios. Pero no es así.
La renuncia a uno mismo es simplemente una entrega a Dios. Renunciamos a
nuestro tiempo para entregárselo a Dios, renunciamos a nuestras personas para
que Dios las tome para sí y para sus planes, renunciamos a tantos satisfactores
a sabiendas que todas las cosas son creación de Dios, pero si Dios nos necesita
en ese momento para otras cosas, pues preferimos dedicarnos a sus planes, a su
Obra, tal como Jesucristo lo hizo, empeñar la vida con tal de que los planes de
Dios salgan adelante. La imagen más expresiva de la renuncia a uno mismo es la
cruz de Cristo. Contemplémoslo en nuestros crucifijos iluminados por las
palabras suyas que hoy hemos escuchado.
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