EL
VERDADERO PERDÓN CRISTIANO Comentario
al evangelio del domingo 14 septiembre 2014, 24º ordinario Mateo
18,21-35. Carlos
Pérez Barrera, Pbro. "Si mi hermano me ofende,
¿cuántas veces tengo que perdonarlo?”, le pregunta
Pedro a Jesús después de haber escuchado la enseñanza sobre la corrección
fraterna. Este pasaje se nos ha grabado muy bien a los católicos. Quizá no
sepamos localizarlo fácilmente en el evangelio pero nos hemos aprendido de
memoria la respuesta de Jesús: hasta 70 veces 7. Hay que pensar en toda clase de ofensas, especialmente en las más grandes: un golpe, un insulto, una mentira, un falso testimonio, un pleito, un despojo, la traición de un amigo, un delito callejero, una amenaza, una extorsión, un abuso, la violencia, un secuestro, un asesinato… Hay que reconocer con humildad que no es fácil ni siquiera perdonar una sola vez. Y hay personas que perduran en el rencor por toda su vida. Por eso nos dice la Palabra de Dios en el libro del Eclesiástico: "Cosas abominables son el rencor y la cólera; sin embargo, el pecador se aferra a ellas”. El rencor es como una gangrena que nos corroe por dentro. ¿Nos trae algún beneficio? De ninguna manera, pero dejamos que nos domine. El perdón es salud, y sin embargo nos cuesta tanto. Si lo practicamos así tal como lo escuchamos de Jesús, pues hay que darle gracias a Dios. Si practicamos el perdón, es cosa del Espíritu de Dios porque nuestro corazón es capaz de poco o de nada.
Sin embargo, si se trata de perdonar cristianamente, hay que ahondar en las enseñanzas de Jesús, porque su perdón no es un perdón ingenuo, es el perdón tal como lo practica el Padre de los cielos. Y bien que retrata Jesucristo el perdón de Dios en la parábola de la oveja perdida con la que empezó esta enseñanza.
Para perdonar hasta 70 veces 7 hay que regresar cada una de esas veces al primer paso de la corrección fraterna (1º "habla con él a solas y hazle reconocer su falta”, 2º "si no te hace caso”, etc.), porque se trata de buscar que un hermano nuestro no se pierda. Lo dice Jesús en el v. 14 al terminar la parábola de la oveja perdida: "no es voluntad de su Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños”. Así es que no se trata de un mero borrón de las ofensas, no es eso lo principal. Lo principal es rescatar al hermano. Si sólo le pasamos al hermano sus faltas o pecados, pues no estamos haciendo lo que quiere el Padre, porque el Padre de los cielos lo que quiere es que nadie se pierda. Imagínense que vayamos a una cárcel a abrir las puertas diciéndole a todos los internos: salgan, ya están todos perdonados. Pues podrían estar perdonados legalmente, pero no rehabilitados. Y lo podemos hacer con todas las personas que nos han ofendido, o ellas lo pueden hacer con nosotros. Pero si seguimos atados a nuestros pecados, de nada nos sirve el perdón, porque de lo que se trata es de librarnos del pecado, que es el que nos hace daño, a cada persona, a toda la comunidad, a toda la sociedad.
El objetivo del perdón es llegar a la salud y a la comunión, para lo cual son necesarios el arrepentimiento, la conversión tanto del ofendido como del ofensor, el pedir perdón de corazón y el otorgarlo de la misma manera, y finalmente llegar a la reconciliación. Para esto se requiere de todo un trabajo espiritual, un trabajo de escucha de la palabra de Jesús en los santos evangelios. Es necesario contemplar a Jesús en todo su ministerio de evangelización: cómo llamaba a los pecadores a la conversión, cómo les ofrecía el perdón de Dios, cómo abría su corazón a todos.
Hay gente que se angustia porque piensa que no puede perdonar. Hay que felicitar a estas personas, porque se ve que están a la obediencia de Dios. Pero es necesario distinguir el rencor, que es un verdadero cáncer, del resentimiento. Muchas veces esto es lo que atrapa a las personas, la herida provocada. En esto no hay que precipitarse, las heridas del cuerpo tardan en sanar, cuantimás las heridas del corazón y del espíritu. Somos de carne y hueso, somos frágiles, no estamos hechos de acero espiritual. Por eso les encarga uno tanto a los esposos, a los amigos, a los parientes: tengan mucho cuidado de una mala jugada, de una traición, un engaño, un adulterio, un desprecio, porque hay heridas que tardan años, cuando no toda la vida en cerrar. El amor, la amistad, la fidelidad, son como una copa de cristal fino, cuando se quiebra, ya no se puede pegar. Claro que para un cristiano bien formado en las cosas del Espíritu, cualquier herida se puede curar. Para llegar a ese nivel debemos trabajarnos todos, mediante la oración profunda, el estudio del Evangelio, la caridad, el apostolado. Perdonar de corazón hasta las ofensas más graves, es una gracia que tenemos que pedirle y agradecerle a Dios. Y el que perdona es capaz de ser perdonado, como nos lo enseña Jesús con su parábola del rey que ajustó cuentas con sus siervos.
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