LOS PUBLICANOS Y LAS PROSTITUTAS
Comentario al evangelio del domingo 28 septiembre
2014, 26º ordinario
Mateo 21,28-32.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
San Pablo
nos llama a contemplar a Jesucristo. Ésta es la espiritualidad que debemos cultivar los cristianos: más que llenarnos de devociones, debemos contemplarlo en los santos evangelios: cómo era, cómo se comportaba, cómo trataba a las personas, a los pobres, a las autoridades judías y romanas, con quiénes se juntaba, y si pudiéramos saberlo, hasta cómo se vestía, cómo comía y por qué; qué lugar ocupaba en aquella sociedad tan religiosa, ¿se enojaba?, ¿levantaba la voz o siempre hablaba con suavidad? El llamado que nos hace san Pablo en su carta a los Filipenses es éste: "tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús". Tengamos pues los mismos
sentimientos de Cristo, sus mismas actitudes, sus comportamientos, en fin, seamos
como Jesucristo.
Así es que, ¿cómo vemos a Jesucristo en el evangelio de hoy? Él había llegado a la
ciudad de Jerusalén, desde Galilea, entre el bullicio de sus acompañantes.
Pronto se dirigió al templo y ahí, con esa clara conciencia de que la relación de las personas con Dios debía ser otra, chocó con esa estructura cultual que no
salvaba, tanto su estructura material como la formada por las personas con toda
su legislación y su religiosidad. ¿Qué hizo Jesús? Expulsó a
los vendedores de sus atrios, lo hizo como una señal de que ese templo y su estructura religiosa no era la relación debida con Dios. Los ancianos y los sumos sacerdotes se le acercan
por ello a Jesús para cuestionarle su autoridad para realizar acción tan
atrevida. Jesucristo no contesta su pregunta. Notemos que ante el pueblo Jesucristo no era
un personaje importante, era un galileo simple, con la consideración que tenían
los judíos acerca de los galileos, alejados de Dios, pueblo de la oscuridad,
increyentes. Jesús era un artesano, no era funcionario del templo, no era un
maestro con credencial autorizada. Pues este galileo marginal se pone al tú por
tú con estas personas tan acreditadas ante el pueblo. Jesús no les responde con
qué autoridad lo hace, pero sí les dirige estas parábolas: la de los dos hijos,
la de los viñadores homicidas y la del banquete desairado.
El primer hijo enviado a la viña por su padre dijo que sí iba, pero no
fue. El segundo dijo que no quería ir, pero siempre sí fue. Los ancianos y los
sumos sacerdotes y toda la clase dirigente del pueblo están representados en el
primer hijo. Con su religiosidad le están diciendo a Dios que sí van, pero con
su conducta, con su religión tan estrecha como excluyente, le están volviendo
la espalda a Dios. Además de lanzarles en su cara, peor que una bofetada, estas
parábolas, recurre a una comparación que nos parece, a nosotros que somos tan persignados, muy agresiva: los publicanos y las mujeres
de la mala vida les llevan la delantera en el camino del Reino. Seguramente
nadie les había lanzado una comparación tan fuerte como sacudidora, y menos se lo habría dicho nadie en su propia cara. No era una
acusación gratuita o carente de fundamento. La gente de mala vida se convirtió
por la predicación de Juan Bautista y por su testimonio, en cambio ellos
prefirieron permanecer en su religiosidad cerrada e intransigente, excluyente y
antihumana, que no estaba en sintonía con la voluntad de Dios.
Repito, para que seamos cristianos calcados en Jesús: contemplemos a Jesucristo: ¿cómo es él, cómo es su palabra, desde dónde
llega, a quiénes se dirige? Y sobre todo veámoslo ahora en las mismas
condiciones, en las mismas circunstancias. Veámonos a nosotros mismos, veamos a
nuestra sociedad. ¿En qué lugar se coloca hoy Jesús? ¿Del lado de quién? ¿Qué
llamados nos dirige? ¿En qué lugar estamos nosotros? ¿Cómo es nuestra
religiosidad?
Tenemos que revisar nuestra religiosidad: nos consideramos creyentes,
cristianos, católicos, pero nos hemos llenado de rezos, de devociones, de
prácticas piadosas, de ceremonias, y nos hemos quedado atrás de los más
pecadores, en el camino del Reino. No son los rezos sino nuestras obras de
conversión lo que cuentan, el poner en práctica la voluntad de Dios, su Palabra
revelada en Jesús (lo decimos con más fuerza en este mes de la Biblia)
Nos hemos hecho una imagen muy distinta de Jesús, como si él fuera un sacerdote del templo de Jerusalén o un clérigo de nuestros tiempos, una persona muy estrecha, muy seria, prudente, recatada, incapaz de decir algo en contra de personas respetables. No podemos imaginarnos a Jesús con alzacuello y encerrado en un estrecho círculo de la religión. Dejemos que la Palabra nos cambie, que nos haga tan abiertos como
Jesús, tan libres, tan enteros, tan valientes, tan claridosos, tan poco "persignados”, tan poco clericalistas,
tan "paganos” y amigos de pecadores como Jesús.
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