Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
¿CÓMO ENTENDEMOS LA VIDA Y LA MUERTE?
Comentario al evangelio del domingo 2 noviembre 2014, Mateo 25,31-46.
Conmemoración de los fieles difuntos
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     En este día de manera muy especial recordamos a nuestros seres queridos difuntos, y como Iglesia, a todas las personas que han partido de este mundo. Muchos acuden a los panteones a dejar flores, oraciones, lágrimas. Otros prefieren seguir con los quehaceres ordinarios, o quedarse en casa para recordar, en el mejor de los casos, o también para tratar de olvidar un cariño que piensan que no los deja vivir. A todos ellos hay que enseñarles que el amor por nuestros seres queridos se extiende más allá de la muerte. Dice la Biblia en el antiguo testamento: "el amor es fuerte como la muerte” (Cantar de los cantares 8,6). Pero siguiendo a nuestro Señor, diríamos que es más fuerte. El amor que seguimos conservando por esos seres queridos que ya se nos fueron, es la señal de eternidad que Dios ha colocado en nuestros corazones. En vez de luchar contra ese sentimiento, mejor agradezcámoselo a Dios. Los cristianos esperamos el feliz encuentro con Jesús resucitado y con todos los seres humanos en el amor de Dios. El amor es eterno porque viene de Dios. Eso es precisamente lo que proclamamos en su Palabra en la liturgia de hoy. La Iglesia nos ofrece tres juegos de lecturas. Son opcionales. Yo he tomado el primero.

     La de hoy no es la celebración de los muertos sino de los vivos, no celebramos a la muerte sino a la vida. Si Dios nos ama entonces no existe la muerte. Celebramos en este día al Dios de la vida, de la vida en plenitud que nos ha venido a revelar y a comunicar nuestro señor Jesucristo.

     Primeramente el libro de la Sabiduría nos envía un mensaje de confianza que nos debe tranquilizar en relación con nuestros seres queridos y también en relación con nuestro futuro, porque tarde que temprano nos tendremos que enfrentar a este momento crucial de nuestra existencia, la partida de este mundo. Nos dice la Palabra de Dios: "las almas de los justos están en las manos de Dios”. Se refiere no sólo a los que ya han partido sino también a nosotros, mientras caminamos por este mundo. También nosotros debemos de vivir plenamente en las manos de Dios.

       La primera carta del apóstol san Juan nos dice con toda contundencia quiénes son los verdaderos muertos y quiénes son los verdaderos vivos: el que ama ha pasado de una manera definitiva a formar parte de la vida; el que aborrece a su hermano, es parte de la muerte, tanto aquí en este mundo como después de la muerte física. Esto está en plena sintonía con la enseñanza de Jesucristo en el evangelio según san Mateo. Generalmente nosotros hemos vivido en la mentalidad de que los que se portan bien se van a ir al cielo, y los que se portan mal, al infierno. Pero las cosas no son exactamente así. Jesucristo nos dice en primer lugar que el Reino es un don del Padre para quienes viven con el corazón abierto a sus hermanos más necesitados. El Reino no se alcanza por méritos personales, no se puede comprar por actos u obras propias. No. El Reino de Dios es un regalo. Y es el Padre el que nos dice por medio de su Hijo: "vengan benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”.

     En segundo lugar, el Padre se lo quiere otorgar a quienes viven en sintonía con él, a los misericordiosos, a los compasivos, a quienes saben vivir la caridad, el amor. Más claro no podría ser dicho sino con las propias palabras de Jesucristo: tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo, sin techo, enfermo, en la cárcel. Jesucristo se identifica con los más necesitados. En ellos él quiere pasar hambre, sed, frío, soledad. Ésta es su sorprendente misericordia. Y así fue su vida, por eso se encarnó en nuestra carnalidad humana, para poder padecer hasta el extremo, hasta el extremo de la cruz, en esa solidaridad con los pecadores, que somos nosotros.

    Digamos, para acentuar la enseñanza de Jesús, para situarla adecuadamente, que el Padre no le otorga su Reino a los que solamente realizan acciones religiosas: no dice "tomen posesión del reino porque iban a misa, porque rezaban mucho, porque eran muy piadosos, porque no cometían pecados graves”. No. Todo eso debemos hacerlo, pero no es lo que el Padre nos pide como más importante. Al final de estos tiempos pasajeros Dios no nos va a hacer esas cuentas. Y esto está en sintonía con todo el evangelio, con los cuatro evangelios. La vida que Dios aprecia es la vida vivida en la misericordia, ésa es la verdadera vida cristiana, la verdadera vida de Iglesia. Nosotros nos hemos desviado un poco, o un mucho de esta línea. Nos hemos vuelto unos cristianos y una Iglesia muy cultualistas, devotos, persignados. Ahí hemos puesto el acento. Pero la vida de Dios no se vive ahí sino en la caridad. Es hora de convertirnos al Espíritu de Jesucristo.

     Es posible que nos cueste trabajo captar que en la misericordia este mundo encuentra la vida. Por eso tenemos que trabajarnos a nosotros mismos y trabajar a este mundo para que nos vayamos dando cuenta que la muerte está en seguir viviendo como lo hacemos, detrás del dinero, de los bienes materiales, de los lujos, del consumo como valor supremo. Por eso este mundo se nos desmorona. Si nos abrimos a la misericordia, encontraremos la vida, la vida en plenitud.
       
 

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