Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
RELIGIÓN DEL TEMPLO VS. RELIGIÓN DE SEGUIMIENTO
Comentario al evangelio del domingo 9 noviembre 2014, Juan 2,13-22.
Dedicación de la basílica de Letrán
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Para celebrar la unidad de la Iglesia en torno al ministerio petrino es mejor la fiesta de san Pedro y san Pablo, porque en ella celebramos la unidad y la misión, el ser Iglesia apostólica, Iglesia de personas, la que Jesucristo fundó sobre sus apóstoles, piedras vivas. La Iglesia son los testigos vivientes de Jesucristo.
 
    La basílica de Letrán es la imagen del matrimonio de la Iglesia con el imperio. Constantino la mandó construir en el año 320, como fue él el que convocó al concilio de Nicea. Este matrimonio nos ha traído consecuencias muy graves, como el hecho de fincarnos y encerrarnos en un templo en vez de seguir a una persona. Esta fiesta nos recuerda esto pero es buena la ocasión, ahora que cae en domingo, para celebrar y catequizar sobre la Iglesia personas en contraste con la Iglesia templo. La Iglesia personas necesita un techo para reunirse, como una familia que tiene derecho a un techo para vivir y desenvolverse como familia, y cumplir su misión como tal. Lo que no necesitamos son templos de piedra para Dios, como dice el profeta Isaías 66,1: "Los cielos son mi trono y la tierra el estrado de mis pies, Pues ¿qué casa van a edificarme, o qué lugar para mi reposo, si todo lo hizo mi mano, y es mío todo ello?... ¿En quién voy a fijarme? En el humilde y contrito que tiembla ante mi palabra”. Mucho menos necesitamos templos para manifestar que la Iglesia es un poder frente a los otros poderes del mundo; o para manifestar su grandeza. Nosotros somos el signo y el instrumento de la salvación de Jesucristo, sus testigos, tanto cada cristiano con su vida, como juntos con nuestra vida comunitaria. La religión del templo es cosa del antiguo testamento. El cristianismo es la religión del seguimiento de una persona, Jesús.
 
     El profeta Ezequiel nos ofrece una bella imagen: del templo sale un torrente caudaloso que riega todo su entorno. Es el signo de la abundancia de la vida que Dios quiere prodigar a su pueblo. Los cristianos vemos en esta imagen a Jesucristo, él es ese torrente de gracia, de vida, de salvación que derrama su Espíritu sobre la humanidad.
 
     Este pasaje de la expulsión de los vendedores del templo hay que verlo como una provocación del mismo Jesucristo contra esa estructura cultual y legal en la que los judíos centralizaban la relación de su pueblo con Dios. En realidad esa estructura no derramaba la salvación sobre ellos. Jesucristo viene a ofrecerles un nuevo templo, su Persona, su novedad, su evangelio, sus enseñanzas y sus milagros, el Espíritu Santo que no proporcionaba el templo; Jesucristo venía a fundar una nueva manera de relacionarse con Dios, a través de su propia persona.
 
     No pensemos que a Jesucristo le molestaba la presencia de los vendedores ambulantes. Lo que se vendía ahí en el templo lo necesitaban los judíos para el culto de Dios: las ovejas, bueyes, palomas y el cambio de las monedas romanas por monedas judías para no depositar dinero pagano en el templo de Dios. Jesucristo está pues chocando frontalmente con toda esa estructura religiosa. El evangelista san Juan coloca esta escena al principio de su evangelio, para que con esa clave leamos el resto de las páginas. Esto no sucede con los otros tres evangelistas que colocan la escena al final del ministerio de Jesús. En san Juan es donde expresamente dice Jesús: "Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré… él hablaba del templo de su cuerpo”.
 
     La Iglesia que Jesucristo fundó es una comunidad que pone a Jesucristo como el fundamento de toda su vida, tanto personal, como social, como comunitaria. La nuestra no es una religión del templo. Nosotros no le debemos construir templos a Dios, porque él no los necesita. Nosotros necesitamos techos para reunirnos, para encontrarnos como hermanos, para celebrar la salvación de Dios que nos llega en Jesús, para integrarnos como familia de Dios, para crear un espacio para la liberación de los pobres, etc. La nuestra es la nueva religión que nos ha traído Jesús y que expresaba con toda claridad en su encuentro con una mujer samaritana: "Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre… llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad” (Juan 4,21-24).
    
     A Jesucristo se le conoce, se le ama y se le sigue.
 

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