JESUCRISTO ASUME LA SUERTE DE LOS MARGINADOS
Comentario al evangelio del domingo 15 febrero 2015, Marcos 1,40-45.
5º domingo ordinario
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Escuchamos en la primera lectura, tomada del libro del Levítico, la triste y dolorosa condición en la que debían vivir las personas que tenían la desgracia de contraer la enfermedad de la lepra: "traerá la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca e irá gritando: ‘¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro!’ Mientras le dure la lepra, seguirá impuro y vivirá solo, fuera del campamento”. La lepra es una enfermedad repugnante, la piel se va cayendo a pedazos, la persona se queda deforme físicamente. Huele muy mal, a carne podrida. En el pueblo judío de la antigüedad, además de las consecuencias graves de estar enfermo, el leproso tenía que padecer el rechazo y la marginación social y religiosa, quedaba excluido de su familia, de la comunidad, excluido hasta del culto que sólo se podía tributar a Dios en el templo, condenado a vivir como un animalito del campo.
Pues bien, una de estas personas fue la que se encontró con Jesús en las afueras de Cafarnaúm. Como hemos escuchado, un leproso tenía prohibidísimo acercarse a las personas sanas, pero éste no duda en acercarse a Jesús para hacerle su petición. No le pide "si tú quieres, puedes curarme”, como hemos escuchado en la lectura del Misal. Lo que le pide está mejor traducido en nuestras Biblias: "si quieres, puedes limpiarme” o purificarme. Porque más que la salud corporal este leproso le implora a Jesús la pureza de su ser, él quiere ser una persona purificada, miembro de este pueblo santo.
Jesucristo, ya sea "compadecido” o "encolerizado”, le dice: "quiero queda limpio”. La Biblia de Jerusalén, versión de 1975, de acuerdo a algunos manuscritos griegos antiguos, traduce "compadecido”, mientras que la nueva Biblia de Jerusalén de 1998, sigue a otros manuscritos antiguos que dicen "encolerizado, lo tocó y le dijo: quiero queda limpio”. Y esto es verdad, a Jesucristo le indignó que una sociedad tan religiosa, que la misma ley de Moisés, tenida como ley de Dios, fuera tan cruel con estas personas. Es cierto que, detrás de lo religioso, ellos lo hacían para evitar contagios, pero ahí se ve la carencia de misericordia de su fe, y de la imagen que presentaban de un Dios carente de misericordia.
No nos dice el evangelista cómo se le fue restableciendo la piel al leproso, porque eso era lo que menos interesaba, lo importante es que este leproso quedó purificado por la mano y por la palabra de Jesús. Ésta es la obra de Jesús desde que expulsó al espíritu de la impureza de la sinagoga de Cafarnaúm: el pueblo galileo irá quedando purificado por el amor incluyente de Dios. Paso a paso lo irá realizando Jesucristo, página tras página de este evangelio.
Jesús le manda al leproso que vaya a presentarse ante el sacerdote y llevarle la ofrenda prescrita por Moisés. No le manda Jesús esto porque se considere tan cumplidor de la ley de Moisés. Lo hace para que les sirva de señal de protesta: ellos lo consideraban una persona impura, pues Jesús se lo presenta a ellos como una persona plenamente purificada. En vez de eso, y contraviniendo la indicación de Jesús, se convierte en pregonero, con toda su persona, de la buena noticia de Jesucristo.
San Marcos nos quiere comunicar la profunda solidaridad que asume Jesús con todos los leprosos: "Ya no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios”. Jesucristo se convierte en un contaminado, por andar tocando a los contaminados, Jesucristo asume su suerte, se hace un marginado, Jesucristo se vuelve un leproso como señal de protesta contra aquella sociedad.
Habría que preguntarnos si nuestra Iglesia, clérigos y laicos, realizamos una pastoral de salida o de encierro, una pastoral incluyente o excluyente; si no somos una Iglesia y una sociedad que margina, que condena, que declara y trata como contaminados a todos aquellos que están excluidos de las bondades de nuestra fe y del progreso de nuestra sociedad: todos esos pobres, familias desintegradas, los mal pagados, delincuentes y malvivientes que tienen su origen en ambientes agresivos, todos aquellos que en este siglo XXI siguen siendo el lumpen y la basura de la sociedad y de la Iglesia.
No nos preguntemos del lado de quiénes se coloca nuestro Señor, porque lo estamos viendo en el evangelio. La mejor imagen de nuestra Iglesia no son sus ceremonias solemnes plagadas de jerarquías, la mejor imagen son aquellos que llenan de ternura a los enfermos, discapacitados, abandonados, excluidos, marginados |