JESÚS SUBIÓ AL CIELO Y SE QUEDÓ CON NOSOTROS Comentario al evangelio del domingo de la ascensión del Señor. Marcos 16,15-20.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
A fin de que vayamos conociendo los santos evangelios, les comento primero esto:
La tradición de san Lucas nos dice que Jesucristo subió al cielo, a la derecha del Padre, a los cuarenta días de haber resucitado. Los otros evangelios lo dicen de diferente manera. Por ejemplo, en San Mateo Cristo les dice a los apóstoles que se va a quedar con ellos todos los días hasta el fin del mundo. Véanlo en los últimos versículos de este evangelio. San Juan por su parte no nos dice cómo fue que desapareció Jesucristo de la presencia de los discípulos, o cómo fue que se quedó con ellos. Sí les había dicho a los discípulos en la última cena que se iba a Aquel que lo había enviado, refiriéndose al Padre, y que eso era necesario para que viniera el Paráclito (vean Juan 16,5). Y finalmente san Marcos, su primer final deja las cosas en suspenso, sólo envía aquel joven de la túnica blanca a las mujeres con la noticia de que se vayan a Galilea, que allá verán al Resucitado; y así queda, como un misterio de Dios la manera como Jesucristo continuaría con sus discípulos la tarea del Reino a partir de aquellas pobres gentes de Galilea. En cambio, el evangelio de San Lucas y el segundo final de san Marcos, que es de tradición lucana, nos hablan de la ascensión de Jesús a los cielos, como lo acabamos de escuchar, una vez que ha enviado a sus discípulos a misión. También san Pablo nos habla de la subida de Jesús al cielo, a la derecha de Dios Padre.
La liturgia toma la cronología de san Lucas. A los cuarenta días de haber celebrado su resurrección, celebramos su ascensión a los cielos, fiesta que cae en jueves pero en México se ha pasado al domingo para dar oportunidad a más católicos de participar en esta fiesta, en la Misa, porque el jueves serían muy pocos los que asistirían.
Jesucristo pasó treinta y tantos años en este suelo nuestro, físicamente, con su corporalidad asumida en el seno de María. No sabemos si exactamente durante tres años anunció la llegada inminente del Reino de Dios, tanto con su palabra como con sus milagros. Era tan maravillosa su presencia y su actuación que las muchedumbres lo seguían entusiasmadas, ávidas de su sabiduría, de la salud-salvación y de la alegría que prodigaba por doquier.
Pero los poderes humanos se cerraron a ese proyecto fantástico de Dios que se llama Reino. Se opusieron a Jesús visceralmente, se llenaron de envidia por su éxito entre las gentes, se dejaron llevar por el odio y se aferraron mejor a sus intereses personales. Pero sus intereses personales no era capaces de conducir a este mundo a su salvación, al contrario lo llevaban a su perdición. Y finalmente lo ejecutaron en una cruz, el tormento que los romanos reservaban para los delincuentes.
Éste ha sido lamentablemente el camino y el proceder de los seres humanos, no así el de Dios. Por eso Jesucristo resucitó de entre los muertos y retomó de nueva cuenta la plenitud de la existencia, ya sea que lo digamos de esta manera o que subió a los cielos. Su obra debe continuar adelante, el Reino de Dios es un proyecto que sigue en proceso, no está terminado. ¿Cómo podríamos decir que sí lo está si no vemos que reine la justicia, la paz, el amor, la fraternidad entre todos los seres humanos? Al contrario, lo que vemos es que continúan reinando el odio, el egoísmo, la injusticia, la marginación, el consumo como si fuera el bien supremo de nuestra vida.
Este proceso del Reino de Dios adquiere una nueva modalidad con la subida de Jesús al cielo. Él sigue trabajando por el reino o salvación de este mundo pero nos envía a nosotros: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”.
¿Cómo podemos hacerle para que todos los católicos, absolutamente todos, nos pongamos con toda nuestra persona, con toda nuestra vida, energías, cualidades, y hasta con nuestras pequeñeces al servicio de la obra de Jesús? La palabra "evangelio” quiere decir "buena nueva”. Esta novedad tan grande que es Jesucristo en toda su persona es lo que le tenemos que hacer llegar a nuestro mundo. No se trata sólo de un anuncio verbal, como tampoco Jesucristo se redujo a él, sino hacerlo al igual que él, involucrando toda la persona en ese anuncio, no sólo nuestra palabra y vida personal, sino la vida entera de nuestras comunidades y de toda nuestra Iglesia.
No es una novedad que se deba imponer al mundo, sino contagiarlo, entusiasmarlo como ha sucedido con nosotros.
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