JESUCRISTO EL POBRE ARTESANO Comentario al evangelio del domingo 14º del tiempo ordinario 5 julio 2015 Marcos 6,1-6.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Jesucristo no empezó su ministerio de enseñanza y de milagros en su propio pueblo, Nazaret, sino en Cafarnaúm, como nos lo platica este evangelista san Marcos. Después de un buen caminar, no sólo en Cafarnaúm y sus alrededores, sino también en tierra de paganos, Jesucristo decide visitar su pueblo de crianza. Al parecer, por la redacción de este pasaje, Jesucristo ya tenía tiempo que había salido de ahí; se nota por la manera de preguntar de sus paisanos: ¿qué no es éste el carpintero…? No nos dice el evangelista a qué edad salió Jesús de Nazaret, a qué edad dejó su familia. Nosotros nos preguntamos qué tanto se dio a conocer entre ellos, ¿no dejó alguna huella por su caridad, servicialidad, espiritualidad?
El pueblo de Nazaret nos ayuda a tomar conciencia de la baja autoestima que tenemos las clases populares. En Jesús el artesano nos vemos a nosotros mismos como en un espejo: él es uno de nosotros, pues debe ser tan ignorante como nosotros, ¿cómo puede saber tanto? Si él es uno de nosotros, ¿apoco vale más que nosotros? ¡No puede ser!
A nosotros nos gustan las estrellas, las celebridades, lo grandioso. Sólo así, al parecer, alguien nos puede convencer. Pero aquí está el grande misterio de la salvación que el Padre Dios quiere realizar a favor de esta humanidad: el plan de Dios es que su Hijo, hecho carne, naciera en un pesebre, como lo platica san Lucas, llegara a ser un artesano pueblerino, ya sea carpintero o albañil, que así se traduce la palabra tekton que leemos en San Marcos; que después de un tiempo de espiritualidad en el desierto, en vez de quedarse como un anacoreta, mejor saliera al encuentro del pueblo pobre e ignorante para presentarles a un Dios diferente al de sus escribas, que fuera un predicador ambulante, no precisamente un rabino judío, o un sumo sacerdote; y al final terminara crucificado como un delincuente.
A nosotros, a distancia, como que ya no nos hace problema aceptar la salvación de Dios por ese camino, aunque la verdad nuestra fe sea meramente formalista y superficial: creemos que este artesano es la salvación de Dios pero no acabamos de entrar en su camino. Y esto precisamente es lo que vemos que es la intención de la comunidad evangélica de san Marcos al relatarnos este momento de la vida de Jesús. El Hijo de Dios se ha encarnado en un pobre artesano, en un poblado tan insignificante como Nazaret, tan desconocido y sin importancia que jamás se le menciona en el Antiguo Testamento. Jesús no quiso encarnarse como un hombre ilustre, como un gobernante romano, o un maestro de la Ley de la estatura de Gamaliel, rabí Shamay o Hillel, o un sumo sacerdote.
Esto lo tenemos que decir de la generalidad de los católicos: hemos oído hablar de Jesús, tenemos imágenes suyas, pero no tenemos un conocimiento profundo de su persona, de su obra y de sus caminos. Quizá no sean los nazaretanos los únicos que no lo acepten así como es.
Leyendo de manera continuada el evangelio según san Marcos nos vamos haciendo una imagen muy idealista de Jesús: comienza su ministerio en Cafarnaúm, en la sinagoga, expulsando al espíritu de la impureza, ante la admiración de la gente. De ahí se va a la casa de Simón y Andrés, ahí cura a la suegra de Simón, y a numerosos enfermos a las puertas de esa casa. Luego limpia a un leproso, en las afueras de Cafarnaúm. Regresa a la casa de Simón y ahí cura a un paralítico. De nuevo en la sinagoga de Cafarnaúm sana a un hombre de una mano paralizada. En el capítulo cuatro lo vemos ante la muchedumbre, enseñándole por medio de sabias y sencillas parábolas. Se va al otro lado del mar de Galilea y allá sana a un hombre poseído por espíritus. Lo vimos el domingo pasado sanando a una mujer con flujo de sangre y levantando a la hija del jefe de la sinagoga. Ante ese panorama, podemos quedarnos con una imagen de Jesús como un superestrella, caído de una nube, un extraterrestre. En este momento como que san Marcos nos jala de los pies para que los pongamos en el suelo: Jesucristo, el de las sabias enseñanzas y extraordinarios milagros, es el artesano de Nazaret. Así lo reconocen sus gentes, su familia, sus antiguos vecinos. ¡Qué desilusión! Necesitamos desilusionarnos igual que los nazaretanos. Así desilusionados podamos ir entrando en el misterio del camino que Dios ha tomado con toda premeditación para la salvación del mundo, el camino de los pobres, de la pobreza.
San Pablo nos dice en la segunda lectura que el poder de Dios se manifiesta en la debilidad. Dios escogió ese camino, el camino de la humildad, del abajamiento, de la condición del pobre para redimir al mismo pueblo pobre, y a partir de los pobres, a toda la humanidad. ¿Dios quiere salvar a todo este mundo a partir de los pobres? Es un misterio al que nos cuesta tanto a nosotros acceder.
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