Carlos Pérez Barrera, Pbro.
El domingo pasado habíamos proclamado el versículo 7 de este capítulo 6 de san Marcos que dice: "Y llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos”. Y aún les da más instrucciones para esta misión, como que nada llevaran para el camino, para que fueran con una total disposición. San Marcos nos dice que los doce fueron y predicaron la conversión, expulsaron demonios y ungieron con aceite a los enfermos para curarlos.
Pues bien, ahora los vemos regresar con Jesús. ¿Cómo regresan? ¿Cómo los recibe Jesús? El evangelista nos dice que los apóstoles volvieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Contemplemos a Jesús en este recibimiento de sus apóstoles, imaginemos este cuadro tan bello recogiendo las experiencias de sus enviados. Esta experiencia la vivimos, espero yo, cotidianamente: cuando los hijos regresan de la escuela, cuando el papá o la mamá regresan del trabajo, cuando un ser querido regresa de un viaje de trabajo o de estudios, cuando cualquiera de nosotros regresa de vacaciones. ¿Apoco no preguntamos en todos esos casos: cómo te fue, qué hiciste, qué te encargaron de tarea, etc.? Debemos imaginarnos que en el caso de Jesús las preguntas fueron más profundas, y que el de los apóstoles no fue un mero reporte empresarial sino el recoger una verdadera experiencia apostólica, espiritual, salvífica.
Jesucristo tenía intenciones de recoger más ampliamente esta experiencia apostólica retirándose con ellos en una barca a un lugar apartado, incluso también para descansar un poco, porque la muchedumbre no les daba tiempo ni para comer. Pero he aquí que es precisamente la muchedumbre hambrienta de las enseñanzas del Maestro y de sus milagros la que se adelanta y los espera en el punto donde van a desembarcar. En la Iglesia acostumbramos la palabra "retiro” en ese sentido: apartarnos de nuestras actividades ordinarias, darnos un espacio para la oración, para la espiritualidad, para la vida fraterna más estrecha, para dejar a un lado, aunque sólo sea por mientras, las preocupaciones, los pendientes, las tareas, etc. que no nos dejan concentrarnos espiritualmente en Dios, en nosotros mismos, en la vida, en el camino que hemos recorrido. Y nos encerramos por unos días, o por lo menos una mañana, en alguna casa de retiro o en el campo.
Pues cuando queremos estar solos es cuando se aparece la gente. ¿Qué sentiríamos si nosotros fuéramos en la barca con Jesús con la intención de retirarnos un poco? Sorpresivamente Jesús no se molesta, todo lo contrario, se ve que a Jesús le encantaba encontrarse con la muchedumbre, no para ser aclamado, sino para ejercer su compasión con ellos. Los veía como ovejas que no tienen pastor, alcanzaba a mirar con ese corazón de pastor la vida de esas personas, sus penurias y sus necesidades, sus sufrimientos. Eso podemos decir hoy día: Jesús mira y nos enseña a mirar a este mundo con ese corazón de pastor compasivo. Si nosotros aprendiéramos a mirar así a esta humanidad, tendríamos ansias de salvación para ellos y para nosotros; entregaríamos como Jesús nuestra vida por esas tantas personas que precisan de la salvación de Dios.
Jesucristo, lo pueden ver ustedes en su Biblia, en el capítulo 6 de san Marcos, no se va a quedar en una compasión meramente pasiva. Hoy leemos que primero se puso a enseñarles muchas cosas, como las tantas que tenemos que enseñarnos los seres humanos para no andar tan desorientados, dándonos de topes en la pared, buscando la felicidad y el bienestar en cosas pasajeras y engañosas que nos conducen como mundo a la infelicidad, a la destrucción y hasta a la muerte. Y segundo, se puso a darles de comer, partiendo tan sólo cinco panes y dos pescados. Este milagro nos tocaría acogerlo el próximo domingo en este evangelio según san Marcos, pero la Iglesia nos hace pasarnos al evangelio según san Juan. Ahí lo vamos a escuchar con algunos detalles distintos pero que enriquecen el mensaje de Jesús. En este mismo evangelio según san Juan, en su capítulo 6, vamos a permanecer cuatro domingos más para que Jesús mismo nos explicite el milagro, o señal, con el discurso del Pan de Vida. Vamos a contemplar el milagro y su significado eucarístico, vitalmente eucarístico más que celebrativamente eucarístico.
Pero convendría, ya que no nos va a tocar leer este milagro en san Marcos, que lo repasáramos en casa porque tiene unos detalles más que interesantes, profundos. Uno de ellos es éste: dos veces los discípulos le hablan a Jesús de "comprar”, y Jesucristo, a la primera, les responde que les "den” ellos de comer; y a la segunda, no les pregunta que cuánto dinero tienen, sino cuántos panes, porque el problema del alimento y del hambre no es cuestión de dinero sino de pan, de compartir, de abrir el corazón, de entregarse, así como él.