Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
TÚ ERES PALABRA DE VIDA ETERNA
Comentario al evangelio del domingo 21º del tiempo ordinario
23 agosto 2015
Juan 6,55.60-69.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     El de hoy es el quinto domingo que le dedicamos al capítulo 6 de san Juan: la señal de los panes y la enseñanza sobre el Pan de vida. Esta enseñanza provoca reacciones muy diversas y hasta adversas en los oyentes de Jesús; aunque no se trata sólo de sus oyentes de ese momento, sino de los que escuchan a Jesús a lo largo de los siglos, entre los que nos encontramos nosotros, todos los católicos, y entre los que se encuentra todo nuestro mundo: ¿cuáles son sus obras, más allá de sus palabras? ¿Es Jesús un pan que baja del cielo? ¿Cómo puede darnos a comer su carne y a beber su sangre? Definitivamente su lenguaje (y toda su vida) es muy difícil de aceptar.

     Después de darle de comer a toda una numerosa multitud con tan sólo cinco panes de cebada y dos pescados que traía un muchachito, Jesucristo nos explicita esta señal. Es Dios el que le da de comer a todas sus criaturas, de manera gratuita, algo que muchas veces vivimos en la inconsciencia. Pero más aún, Dios no sólo quiere darnos de comer para vivir esta vida pasajera, esta vida corporal, esta vida tan limitada que tenemos. No. Dios quiere para nosotros una vida más plena, más verdadera, una vida más intensa, la vida eterna, no sólo la vida que empieza después de la muerte, sino la vida eterna que empieza desde hoy, desde el momento en que uno se abre de par en par a ella, en la fe plena en el Hijo de Dios.

     Precisamente esa es la manera que Dios ha elegido para brindarnos la vida plena, darnos a su propio Hijo, hecho carne y sangre, alimento para esta pobre humanidad. A lo largo de este capítulo Jesucristo nos ha invitado repetidamente a alimentarnos de él el pan de la vida, el pan que baja del cielo, el pan que se da para que este mundo tenga vida.

     Es preciso decir que alimentarnos de Jesús no consiste meramente en acercarnos a tomar la hostia consagrada como un mero acto formalista o exteriorista, que en muchos casos, de parte del que se acerca, es un acto carente de fe.

     Jesucristo nos pide que comulguemos plenamente con él, que hagamos nuestro su proyecto de vida, su estilo de vida, su reino, sus milagros, su opción por los pobres, que es la opción del Padre, por los enfermos, por los últimos, por los excluidos; que hagamos nuestros sus conflictos con las autoridades, con los principales del pueblo, conflictos con todos aquellos que se oponen a los planes de vida de Dios a partir de los más pobres. Que hagamos nuestro todo su Evangelio, toda su persona, toda su entrega de la vida por la causa de Dios Padre.

     Nos atrevemos a pensar, con el conocimiento que tenemos de los santos evangelios, que no era la repugnancia por comer la carne y beber la sangre de un ser humano lo que provocó que muchos de sus discípulos se hicieran para atrás y ya no quisieran andar con Jesús, sino el comprender que se trataba de entrar en plena comunión con todo ese Evangelio que es el Hijo de Dios para este mundo. A muchos de nosotros no nos provoca rechazo el Evangelio de Jesús, ¡porque no lo conocemos! El Jesucristo de fantasía que nos hemos creado hasta nos resulta muy atractivo, porque lo modificamos a nuestro gusto, y en este caso hay que decir que nuestra comunión es con nosotros mismos, con nuestros proyectos, con ese mundo que a nosotros y a muy pocos les conviene.

     Pero no debe ser así. Cuando se conoce el evangelio de Jesús, la propuesta verdadera de Dios de vida, es cuando provoca rechazo, como aquel hombre que recibió el llamado de Jesús a dejar todos sus bienes para seguirlo y prefirió volverse atrás (Marcos 10,22); o como los escribas que se resisten a que un paralítico sea perdonado (Marcos 2,6); o como los fariseos que no aceptan que acoja a publicanos y pecadores (Marcos 2,16); o como cuando traman cómo eliminarle porque en sábado es capaz de dar vida en vez de destruirla (Marcos 3,6); como los encargados del templo que escucharon la propuesta de destruir esa religión de templo que se habían construido para reconstruir la verdadera religión que se finca sobre una persona, la persona del Hijo de Dios (Juan 2,20); o digamos en resumen que no lo aceptamos porque no nos cuadra la evangelización de los pobres, porque no estamos de acuerdo con él con su propuesta de un mundo más igualitario; porque de palabra sí lo dejamos pasar pero no en la práctica que todos somos hermanos; porque no nos gusta esa iglesia en la que a nadie le debemos decir "padre”, "maestro” o "jefe”; o como tantos de este mundo que tienen intereses personales creados y se resisten a abandonarlos por hacer suyo el proyecto de Jesús; etc., etc., etc. Habría que repasar los cuatro evangelios versículo por versículo.

     A Jesucristo no le preocupa quedarse sin seguidores, si son falsos seguidores. A riesgo de quedarse sin ninguno, también a nosotros nos pregunta: "¿también ustedes quieren dejarme?”

     La respuesta del verdadero creyente es la de Simón Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. En otras palabras: creemos firmemente que el Evangelio es Palabra de Vida, creemos que la persona de Jesús es palabra de vida eterna, creemos que su evangelio todo es palabra de vida eterna, creemos que los caminos de Dios tan bien expresados en este pobre de Nazaret son caminos de vida eterna. Creemos en Jesús y estamos dispuestos a afrontar todas las consecuencias que nos vengan por eso.

 
 

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