Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
 
TÚ QUE VIVES ENCERRADO, ÁBRETE
Comentario al evangelio del domingo 23º del tiempo ordinario
6 septiembre 2015
Marcos 7,31-37.
 
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Después de dejar bien claro que la impureza que contamina al hombre es la que sale del corazón y no la que viene de fuera (evangelio del domingo pasado), Jesucristo se traslada a tierra de paganos. Estos extranjeros eran considerados por los judíos más religiosos, como impuros y contaminados, carentes de fe en el verdadero Dios. Jesucristo nos hace ver con tres milagros que la impureza no es una marca que se pueda imponer desde fuera: en los versículos precedentes (7,24-30), vemos que Jesucristo sana a la hija de una mujer sirofenicia, mujer que resulta ser más creyente que los mismos judíos. Recordemos que Jesús no pudo hacer muchos milagros en su tierra por falta de fe. Y enseguida, de Tiro y Sidón se traslada a la Decápolis, a la otra ribera del mar de Galilea donde sanará a una persona con una grave discapacidad y luego hará el milagro de los panes, ahí en tierra extranjera.
 
     Estos paganos, que repito resultan ser más creyentes, le presentan pues a un sordo tartamudo. Ninguno de los fariseos, escribas o sacerdotes le pedirá a Jesús en buen plan una curación para una tercera persona, sólo aquel jefe de la sinagoga, Jairo. Vemos no sólo la fe sino también la solidaridad de ellos, tan propia de la gente de nuestros pueblos y barrios.
 
     Ellos sólo le pedían que le impusiera las manos, pero Jesucristo realiza toda una liturgia sencilla y popular con el enfermo. Un sordo es una persona que vive encerrada en su propio mundo, mira con sus ojos, pero no se puede comunicar plenamente, que para eso Dios nos ha dado la voz y la palabra, para relacionarnos unos con otros. Jesús sigue estos pasos con él: lo aparta un poco de la gente, le mete sus dedos en los oídos, le pone saliva de la suya en su lengua (quizá esto nos provoque hoy día un poco de repugnancia, pero así tratan las mamás a sus criaturas: les meten los dedos a la boquita, les limpian los oídos, les limpian la nariz. Con esa ternura de madre toca Jesús a esta persona aparentemente impura); luego levanta sus ojos al cielo y lanza un gemido en arameo: "effathá”, "ábrete”. ¿Qué es lo que Jesús quiere que se abra: el oído, la boca? En realidad la obra de Jesús es abrir todo el ser de este enfermo discapacitado. Dios nos ha hecho seres abiertos los unos a los otros. La apertura es la cualidad del creyente, del humilde; en cambio, la cerrazón es la anti cualidad de los soberbios, de los que se sienten seguros en sí mismos y en su religiosidad estrecha.
 
     No reduzcamos este milagro de Jesús ni ningún otro al ámbito de lo meramente individual, porque Jesucristo no era un mero curandero de barrio. La obra de Jesús consiste en hacer presente y palpable la llegada del Reino de Dios en su persona, como la buena noticia para los pobres, la liberación de los oprimidos, la vida para todo el pueblo. Veamos en este sordo tartamudo representadas a todas nuestras gentes, a todos nosotros. ¿Qué es lo que quiere Jesús, para qué ha venido, para qué ha salido a encontrase con las personas? ¿Quiere acaso Dios gente sorda y muda, gente que no es capaz de escuchar y de expresarse? Así funciona nuestra sociedad, y tristemente hasta nuestra Iglesia, con gente que ha sido y sigue siendo acallada. Desde luego que Dios no quiere esto y así lo demuestra Jesús con este milagro. Por eso le pedimos con un salmo: "Señor, que no seamos sordos a tu voz”. Y sin embargo, repito, en la Iglesia hemos mantenido en la mudez y en la sordera a nuestros católicos. En la Iglesia sólo la jerarquía habla, el pueblo está para obedecer; lo que es un decir, porque al pueblo no le llegan los mensajes de sus pastores, vive encerrado en su religiosidad devocionista. ¡Cuántos siglos estuvo la Sagrada Escritura cerrada para nuestros laicos!
 
     Pero gracias a Dios, a partir del concilio Vaticano II las cosas comenzaron a cambiar. Tenemos que darle gracias a Dios porque las personas en nuestros grupos de estudio de la Biblia, de oración, en nuestros grupos apostólicos aprenden poco a poco a abrir sus oídos a la palabra de sus hermanos; aprenden a abrir sus labios para expresarse cada día mejor, porque expresar pensamientos y sentimientos, expresar la fe, no es algo tan sencillo, se tiene que aprender poco a poco. Tenemos que darle gracias a Dios porque poco a poco estamos abriendo nuestros oídos y los de nuestro pueblo a su Palabra, por eso salimos de misión en este mes de la Biblia. No leer la Biblia de manera habitual equivale a estar sordos a la Palabra de Dios.
 
     La Biblia nos enseña a abrir nuestros oídos y nuestros labios a la realidad que también nos habla de Dios. Antes veíamos a la ciencia como enemiga de la fe. Hoy día la vemos como aliada que nos pone en contacto con nuestro Dios que nos habla a través de la realidad, de la creación, tan fantástica creación. Pero también, ahora escuchamos más claramente el clamor de los pobres, de las minorías, de los sufrientes, de los migrantes, los indígenas, campesinos, las mujeres, los niños… los que callan pero que claman con su vida.
 

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