YA NO SON DOS SINO UNO SOLO
Comentario al evangelio del domingo 27º del tiempo ordinario
4 octubre 2015
Marcos 10,2-16.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Permítanme hacer al menos dos precisiones para tratar de ser fieles a este pasaje de san Marcos. La primera es que no le preguntan los fariseos a Jesús sobre el divorcio, sino sobre el repudio. Son dos cosas muy diferentes. El divorcio es una cuestión moderna, de nuestras sociedades, en las que se les reconocen a ambos cónyuges los mismos derechos. El divorcio es un acuerdo de dos personas libres. En cambio, el repudio es una cuestión de aquellos tiempos. Sólo el hombre tenía derecho a repudiar a su mujer, a expulsarla de la casa, a echarla fuera. San Mateo 19 precisa más la pregunta al mencionar el motivo. Es decir, ¿se puede repudiar a la mujer por un motivo cualquiera?
Jesucristo les responde con otra pregunta: ¿qué les prescribió Moisés? No dice que les dio permiso de repudiar sino qué les mandó, qué les encomendó cuando la repudiaran. Moisés no les dio permiso para echar a la calle a la mujer, sino que daba por hecho esta práctica habitual en aquellas culturas antiguas: consideraban que la mujer era como un objeto que se adquiría y sobre el cual se ejercía propiedad, de ahí que así lo mencione el décimo mandamiento de la ley de Moisés: "No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo” (Éxodo 20,17). Lo que hizo Moisés fue darles un mandato. Les ordenó que si alguien expulsaba a su mujer (sin aclarar por qué razón) que le extendiera un acta de repudio. Así leemos Dt 24,1. Esto se los mandó para proteger a la mujer que de otro modo quedaría desamparada y con esa acta no fuera acusada de adulterio en caso de que consiguiera ampararse con otro hombre.
Ante esa situación en la que estaban colocadas las mujeres, lo que hace Jesucristo es salir en su defensa, como de costumbre, tomar partido por la parte más vulnerable. Si Moisés les dio ese mandato para proteger a la mujer, el nuevo Moisés, es decir, Jesucristo, ofrecería una defensa mejor para ellas: si un hombre toma a una mujer, que no la despida, que se quede con ella (o que la deje como estaba, decimos nosotros).
Pero más allá de la cuestión del repudio, que era lo que le interesaba a los fariseos, Jesús nos da una enseñanza fundamental: cómo pensó Dios las cosas al crear al ser humano. Éste es el origen, ésta es la idea de Dios, éste es el ideal al que debemos aspirar los seres humanos, la buena nueva que debemos promover los cristianos como servicio de salvación para este mundo: Dios los hizo varón y hembra, los dos serán una sola carne, una sola persona.
En esta convicción debemos nosotros, la Iglesia, formar a nuestros niños y jóvenes. No es el mundo el que nos dice cómo deben ser las cosas: el ejercicio de la sexualidad como una mera satisfacción, la prostitución, el adulterio, las relaciones esporádicas, la unión libre y pasajera, el divorcio, la unión de personas del mismo sexo, etc.
Los que formamos la Iglesia no sólo debemos quejarnos y protestar porque se dan así las cosas. Si no tenemos una catequesis y una pastoral de adolescentes y jóvenes que aborde gradualmente la cuestión de la sexualidad, la formación de sus mentes, de sus corazones de acuerdo al evangelio de Jesucristo, entonces no tiene mucho caso que nos quejemos; porque la sociedad, el gobierno no van a hacer lo que a nosotros nos toca, no van a hacer ellos nuestro trabajo.
Frente a las propuestas tan diversas de este mundo, no nos avergoncemos de proclamar la unión del hombre y de la mujer como lo hace Jesús. Y no lo hagamos solamente con palabras, sino con el testimonio de nuestros matrimonios, esos que se han establecido por amor, no por compromiso pasajero, sino por verdadero amor cristiano, el amor que bebemos del mismo Jesucristo, el amor que nos infunde el Santo Espíritu de Dios. Cuando dos personas se unen por verdadero amor, no hay obstáculo que los pueda desintegrar. El amor de Dios es nuestra buena noticia, la buena noticia de Jesús. No perdamos de vista esto cuando nos enfrascamos en controversia con este mundo.
Por otro lado, aceptemos el llamado que nos hace frecuentemente el Papa Francisco de parte de Jesús: la compasión. Si Jesucristo constataba que el ser humano es duro de cabeza y de corazón, pues aceptemos que muchas veces las cosas no se hacen como Jesucristo quisiera, sino que metemos la pata, nos equivocamos gravemente. Y cuando los humanos nos equivocamos, pues no queramos hacer de las enseñanzas de Jesucristo una carga, porque eso es lo que menos él vino a hacer a este mundo. Él salió en defensa de la mujer más que de la institución matrimonio, porque le interesan más las personas que las instituciones. Hoy día Jesucristo saldría en defensa de los hijos, del esposo, de la esposa, de la sociedad. Esperemos que en la próxima segunda etapa del sínodo de los obispos, estos encuentren salidas para muchos casos muy dolorosos en que están atrapados nuestros católicos.
Comentario aparte y amplio merece la bellísima escena de Jesucristo con los niños. Lo dejamos para otra ocasión. |