EL CAMINO DE LA FELICIDAD
Comentario al evangelio del domingo 1 de noviembre de 2015
Solemnidad de todos los santos
Mateo 5,1-12.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Por ser solemnidad, celebramos la memoria de todos los santos aunque caiga en domingo, porque el de hoy es del tiempo ordinario.
Al hablar de santos y santas, pensamos inmediatamente en aquellas personas que han llevado una vida ejemplar. Hay santos que se han distinguido por muchas virtudes: por su caridad, principalmente, o por su martirio en obediencia a la voluntad de Dios, por su oración, su humildad, pobreza, castidad, o por su celo apostólico en la predicación del evangelio, etc. Sin embargo, lo primero que debemos pensar cuando hablamos de santidad, es en la santidad de Dios. Sólo Dios es santo. Y si los seres humanos podemos considerarnos santos es por la gracia o gratuidad de Dios. Él es el que nos convoca a la santidad, el que nos hace santos. Nadie es santo por sí mismo, por sus virtudes y méritos, sino por la gracia de Dios.
Todos somos pecadores, todos somos frágiles y débiles, estamos hechos de carne. Pero para Dios eso no es impedimento para amarnos y llamarnos a ser de él, a pertenecerle plenamente. Él nos llama a la felicidad completa, y Jesús nos indica el camino para llegar a ser plenamente felices. La palabra santidad es sinónimo de bienaventuranza, de felicidad, porque la vida en Dios no se puede entender de otra manera. Es la razón por la que la Iglesia nos ofrece hoy el pasaje de las bienaventuranzas de Jesús en el evangelio según san Mateo.
Todos queremos ser felices, todos estamos llamados a la felicidad. ¿Hay alguien en este mundo que no quiera ser feliz? Hasta los malvados, los criminales, los tiranos y dictadores, los que provocan la muerte de tantos seres humanos, lo hacen porque creen encontrar ahí la felicidad, pero se engañan. Los egoístas, los de mentalidad materialista buscan la felicidad en las cosas materiales, los narcisistas buscan la felicidad en sí mismos. Todos buscamos afanosamente la felicidad para nosotros mismos. Pero es Jesús el que nos enseña, con su palabra y con su persona, dónde podemos encontrar la verdadera felicidad, la felicidad duradera. Es el pasaje de hoy: bienaventurados, dichosos, felices. Son nueve las bienaventuranzas que aquí nos ofrece Jesús. ¿Estará el mundo de acuerdo con cada una de ellas? Hay que fijarse en la manera como Jesús nos expone tan atractiva o atrayentemente la vida evangélica. Estas enseñanzas no están expresadas en forma de mandamientos. No dice Jesús imperativamente: tienen que ser pobres de espíritu, tienen que trabajar por la paz, etc. No. Su expresión es suave, es en el plano del convencimiento, de la libertad: si quieres ser feliz, sé pobre en el espíritu.
Así lo dice: "Bienaventurados los pobres en el espíritu”.- Los seres humanos buscamos la felicidad en la riqueza, en el dinero, en los bienes materiales, en el placer, en las diversiones. Jesucristo, en su vida carnal, vivió la plena felicidad en la pobreza en el espíritu, en el desprendimiento de las cosas, en el desprendimiento de sí mismo. Los santos canonizados han encontrado en ella la felicidad, si acaso no eran pobres materiales antes de conocer y entregarse a Jesús. Todos los seres humanos somos pobres, pero nos resistimos a asumir esta nuestra condición propia.
En san Lucas encontramos una bienaventuranza parecida. Ahí Jesús dice: "bienaventurados los pobres… bienaventurados los limpios de corazón”. En san Lucas no es tanto un camino de nosotros sino la voluntad de Dios de hacer felices a los que sufren privaciones en esta vida. Jesucristo, con esa mirada profunda y tremendamente espiritual alcanza a contemplar la felicidad de Dios como destino para los pobres.
Por nuestra pobreza material y por nuestra pobreza espiritual, debemos ser en nuestras personas una convocación para todo mundo de modo que rectifiquen sus prioridades y no se engañen al buscar la felicidad en otros lados, sino ahí donde la vivió Jesús, en poner el corazón en Dios su Padre y no en las cosas pasajeras. Porque se trata de eso, de poner el corazón ahí donde está nuestro verdadero tesoro, como nos enseña Jesús en otro lugar de este evangelio (Mt 6,21).
Jesucristo también nos dice: "bienaventurados los que lloran… los que sufren… los perseguidos… los injuriados y calumniados…” ¿Por qué declarar bienaventuradas a estas gentes si la bienaventuranza es contraria al sufrimiento? Porque Jesús ve las cosas desde Dios. Si Dios quiere estar con ellos, si su amor es para ellos, si la compasión de Dios les pertenece, pues hay que decir "¡felices ellos!” Es como si llegara alguien y dijera, poniendo un ejemplo material: a los que no tienen casa, les voy a regalar una de lujo. Entonces diríamos: pobres los que sí tienen casa, porque no les tocó, y felices los que no la tienen porque alguien se compadeció de ellos.
Y continúa Jesús declarando: "felices los misericordiosos… los que trabajan por la paz… los que tienen hambre y sed de justicia… los perseguidos por causa de él”. Esto quiere decir que Jesucristo no pretende discípulos pasivos, que no hacen nada porque se la pasan pensando en las cosas del cielo. De ninguna manera. La verdadera vida evangélica consiste en trabajar como Jesús por ese Reino de paz, de amor, de misericordia, de justicia de Dios para todos. Muchos de los que trabajan por la paz, por el amor, por los derechos humanos en el mundo, ni siquiera se declaran creyentes. Si trabajan honesta y desinteresadamente, habría que considerarlos bienaventurados desde Jesús.
Este mundo, para decirlo brevemente, sería feliz si todos nos atreviéramos a ser como Jesús. |