UN REY DE GRACIA Comentario al evangelio del domingo 22 de noviembre de 2015 Jesucristo Rey Juan 18,33-37.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
En contraste con la mentalidad judía de aquel tiempo y con nuestra mentalidad (vean las revistas y los programas de la nobleza europea), vemos a Jesús, en esta solemnidad de Jesucristo Rey, como un reo de muerte, compareciendo ante otro rey, Pilato; uno de verdad y el otro de a mentira. Nuestra mirada también nos traiciona, porque superficialmente vemos lo contrario.
En este ciclo litúrgico B nos tocaría proclamar algún pasaje de Marcos, quien nos presenta a Jesús proclamando desde el principio la Buena Nueva de la cercanía del Reino de Dios, un reino que se va fraguando en medio y con los pobres, los excluidos, los impuros, los jornaleros, las mujeres; y no con poder sino con el despojo de sí mismo. En esta línea está san Juan en el pasaje de hoy.
"Mi reino no es de este mundo”, le manifiesta Jesús a Pilato. Este gobernante era un rey de los judíos impuesto a la fuerza, no había sido elegido por el pueblo como su salvador o su pastor, ni había llegado por gracia de Roma. No era un regalo para los judíos. Jesús sí lo era; un rey y pastor despojado que sin tener sueldo en la secretaría de salud de aquel gobierno mundano, había administrado la salud para los más pobres; un rey que había implantado o establecido un nuevo orden de cosas que subvertía el actual desorden, porque había hecho palpable que el verdadero reino de Dios, era un reino de gracia, un regalo del cielo; y se hacía gratuitamente desde los pobres o no se hacía. Cualquier otra cosa o institución que se haga excluyendo a los pobres, pecadores, extranjeros, impuros, débiles, etc., termina siendo un reino de injusticia, un reino para unos pocos privilegiados, el reino de la exclusión, como el que vivían los dirigentes judíos, o el reino de la violencia, de la fuerza del poder, de los ejércitos, de la armas, el reino de la muerte como era el reino que los romanos habían impuesto.
En Jesucristo vemos más bien a un pastor que ama al pueblo, que no se ama a sí mismo, que no vive del pueblo, de exprimirlo, como hacen los políticos y muchos eclesiásticos de hoy día, sino que se entrega a sí mismo por entero y sin medida. ¡Cómo nos hacen falta reyes de este tipo en este pobre mundo! En Jesucristo vemos plena y claramente la misericordia y la bondad de Dios nuestro Padre. Un buen padre no es capaz de darle cosas malas a sus hijos, decía Jesús en una ocasión (vean Lucas 11,11-13). Por eso el Padre eterno no sería capaz de enviarnos a un rey de esos que abundan en el mundo, sino a un pastor que conduce a las ovejas a los buenos pastos y a las fuentes de aguas tranquilas (ver salmo 23). Jesucristo es un rey que el Padre nos envía gratuitamente, un rey de gracia, y por ello, su reino, ese reino por el que terminó crucificado, es un reino de gracia.
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