Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
 
EL CONFLICTO DE VIDA DE JESÚS
Comentario al evangelio del domingo 14 de febrero de 2016
1º cuaresma
Lucas 4,1-13.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     El primer domingo de cuaresma siempre nos detenemos en las tentaciones de Jesús en el desierto. Este año las hemos escuchado en el evangelio según san Lucas. Los evangelistas nos quieren presentar a Jesús como un ser humano verdadero que vive una lucha profunda con el mal, con esa fuerza que se nos sobrepone, que muchas veces nos vence. Jesucristo se deja conducir por el Espíritu Santo, ahí está su fuerza sobrehumana. Nosotros también contamos con ese recurso.
 
     La primera tentación no son meramente los panes, es algo más profundo. Ciertamente en nuestra vida ordinaria la comida es una tentación permanente, sobre todo en estos tiempos y en nuestro medio, porque tenemos muy fácil acceso a los alimentos; ya no son los frijoles y las tortillas como lo fueron para nuestros abuelos hace 50 años. Ahora la tentación es la comida chatarra, la comida elaborada, los ingredientes tan fuertes que castigan nuestras entrañas y nos producen enfermedades. Pero esta no es la tentación a la que se vio sometido Jesucristo.
 
     En la primera tentación el diablo se vale de los panes pero en realidad son un pretexto. La verdadera tentación radica en poner a prueba su condición de Hijo de Dios. Así lo dice el diablo: "Si eres el Hijo de Dios”. El diablo no se le acerca a Jesús con una canasta de panes, que sería una tentación más crasa. No. La tentación de Cristo y del cristiano está en tomar el camino falso de la magia, de hacer aparecer las cosas, de convertir piedras en panes, de querer vivir sin trabajar consiguiendo el alimento de otras maneras fáciles que hay de conseguir la vida, que en este mundo son muchas, los caminos falsos de los seres humanos. En el milagro de los panes, que Lucas nos platica en el capítulo 9, no hubo un acto de magia sino una acción de gracias a Dios por los pocos panes que tenían y un acto de compartir. El pan ahí no sería una satisfacción egoísta frente al hambre de la muchedumbre, sino al contrario, un pan para todos.
 
     En la segunda tentación nosotros no tenemos que ver que se trataba de un solo acto de arrodillarse y adorar al diablo, sino de toda una vida de rodillas ante él. Es lo que los seres humanos hacemos, nos postramos ante el poder, ante los que dominan las naciones y les servimos como fieles esclavos. Jesucristo nos dice, y esto nos viene muy apropiado para este tiempo de cuaresma, que sólo a Dios hay que adorar, a nadie más. Ese es nuestro verdadero cristianismo y para él debemos ejercitarnos con penitencia, con renuncia, con negación de nosotros mismos, como nos enseñará más adelante nuestro Señor Jesucristo. Este evangelista nos cuenta que en la última cena Jesucristo les enseñó a sus discípulos: "Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve” (Lucas 22,25). El afán por el poder corrompe a las personas en la sociedad, también en la Iglesia, desgraciadamente.
 
     La tercera tentación es muy propia de nuestra humanidad. Nadie quiere que le pase nada. Y queremos utilizar a Dios y la religión como un dispositivo mágico, como un seguro, como un escudo contra todo mal y dolencia. En esto se manifiesta palpablemente nuestra mentalidad egoísta. No nos interesa el reino de Dios para nada, para lo que queremos la religión es para nuestro propio bienestar y seguridad. Pero la vida de Jesucristo sería todo lo contrario, terminaría siendo maltratado, crucificado y muerto. Él renunció a una mágica protección divina de su humanidad para poder entregarla por entero y sin medida para la causa del reino, para cumplir la voluntad del Padre que es la salvación de esta humanidad.
 
     Quiero insistir: ejercitémonos en este tiempo de la cuaresma en estas respuestas que Jesús le dio al diablo.
 

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