Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
 
JESÚS RESUCITADO SE PRESENTÓ EL PRIMER DÍA DE LA SEMANA
Comentario al evangelio del domingo 3 de abril de 2016
2º de pascua
Juan 20,19-31.
 
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     El evangelio de san Juan nos insiste en que Jesús se presenta resucitado a los discípulos el primer día de la semana judía, tanto el día que Jesús resucitó, como a los ocho días en que sí estaba Tomás con sus compañeros. El séptimo día es el sábado. Entre los judíos, el séptimo es el único día que tiene nombre, los demás sólo eran nombrados por su número: primero, segundo, etc. Con el tiempo, los cristianos le pusimos nombre a este primer día de la semana, el día del Señor, que eso quiere decir la palabra ‘domingo’.
 
     No se trata de un mero detalle sin importancia del calendario. De hecho los cristianos estamos siendo enseñados por nuestro Maestro a no poner el sábado, o en nuestro caso al domingo, por encima de la persona. El hombre y la mujer están por encima de todo, aún por encima de la economía, del progreso material, etc., como nos lo repite el Papa Francisco.
 
     Pero si el domingo es el día en que nos congregamos como comunidad alrededor de la mesa de Jesús, entonces este primer día de la semana adquiere mayor importancia, no por una cuestión de ley o de devoción, sino porque ese día aprovechamos para expresar con más claridad que somos una familia, la familia de los hijos de Dios, la fraternidad a la que nos convoca el Padre eterno, la mesa de la igualdad, en la que queremos calcar nuestras relaciones como sociedad y como mundo. Cada día de la semana debemos vivir esa realidad, esa nueva vida que nos da Jesús, tanto en la calle, como en el trabajo, en la escuela, en el hogar, en cualquier lugar. Pero no nos podemos reunir todos los días. Lo hacemos privilegiadamente el domingo. En nuestra reunión dominical le hacemos ver al mundo, como una imagen palpable, que ahí se celebra la salvación a la que Dios nos llama, y que Dios quiere reunir a todos los seres humanos como su familia de hijos.
 
     El día que Jesús resucitó, no sólo se presentó con los discípulos, eso fue después del medio día. En la mañana, muy temprano, se dejó ver de una mujer, como nos lo platica este evangelista: María Magdalena, en quien el discípulo amado plasma al verdadero cristiano. Ella es la fiel a Jesús hasta la muerte. Lo amaba, amaba ese cuerpo maravilloso que Jesús tomó en el seno de María y por el cual derramó salvación por doquier. María Magdalena pensaba que ese cuerpo ya no tenía vida, pero para ella había sido toda su vida, el sentido más hondo de su vida. Por eso va a buscarlo hasta el sepulcro. Pero ese cuerpo no podía quedarse en el reino de la muerte. El reino de la muerte es el que domina a este mundo. Al mundo sí lo podemos ir a buscar al cementerio, a Jesús no, porque él es el que nos conduce a la vida, a la vida en plenitud.
 
     En la tarde (no en la noche, como dice el leccionario romano) es cuando se presenta a los once, o más bien a los diez, porque faltaba Tomás. Uno podría pensar que Jesucristo podía haberlos regañado y reclamado severamente sus infidelidades. De hecho sí les reclama su falta de fe, como lo leemos en Marcos 16,14, o como también se lo reclama a Tomás. Pero no les echa en cara su abandono, sus negaciones o la traición. Más bien Jesucristo se presenta para llenarlos de su paz, de su salvación, de su amor que llevarán ellos a todas las gentes, a todo el mundo.
 
     Para eso nos reunimos nosotros el domingo. Cómo tenemos que convencer a todos los católicos que es Jesucristo el que nos congrega, que nos reunimos a celebrar su presencia resucitada entre nosotros, que no vamos a ver al sacerdote, sino que nos vemos unos a otros como hermanos con muchas limitaciones y fragilidades, incluso infidelidades, como aquellos primeros discípulos, pero lo importante es que Jesús vive para seguir salvando a este mundo, y nos quiere enviar a nosotros con ese mismo encargo, a llevar la reconciliación del Espíritu Santo a todos. Vale la pena, cualquier sacrificio para asistir a la celebración dominical y llenarnos del Espíritu de Jesús resucitado.
 

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