¿LA DOCTRINA NO PUEDE CAMBIAR? Jueves 12 de mayo de 2016 Carlos Pérez Barrera, Pbro. En la semana de estudio del clero, la semana pasada, en la que nos detuvimos en el documento del Papa Francisco sobre el matrimonio y la familia (Amoris Laetitia), varias veces escuchamos la frase "la doctrina no puede cambiar".
El Papa Francisco se conduce en el documento como si temiera (esta es interpretación mía y de muchos) que los que en realidad mandan detrás del trono en la curia romana, se fueran a echar encima y pusieran en peligro de cisma a nuestra Iglesia católica. Porque sabe bien de estos estiras y aflojas que se entablan con algunos miembros "notables” de la Iglesia a quienes les preocupan más las cuestiones doctrinales que las personas, por eso habla de "la necesidad de seguir profundizando con libertad algunas cuestiones doctrinales, morales, espirituales y pastorales” (Nº 2); así como de que "en la Iglesia es necesaria una unidad de doctrina y de praxis, pero ello no impide que subsistan diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella” (Nº 3). Más adelante lo dice así: "Durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias” (Nº 37). Y hace esta fuerte denuncia al interior de la Iglesia: "en lugar de ofrecer la fuerza sanadora de la gracia y la luz del Evangelio, algunos quieren ‘adoctrinarlo’, convertirlo en piedras muertas para lanzarlas contra los demás” (Nº 49). El número 59 de este documento suena también a una enérgica denuncia: "Nuestra enseñanza sobre el matrimonio y la familia no puede dejar de inspirarse y de transfigurarse a la luz de este anuncio de amor y de ternura, para no convertirse en una mera defensa de una doctrina fría y sin vida. Porque tampoco el misterio de la familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito amor del Padre…”.
Cuando muchos decimos que la doctrina no puede cambiar, más que afianzarnos en la gracia de la salvación de Dios, lo que hacemos es afianzarnos en la seguridad que nos dan los dogmas inamovibles. Podemos ser infieles al amor de Dios que se derrama por las personas, sobre todo por las más sufrientes y amoladas de este mundo, pero lo que no nos podemos permitir es ser infieles a una doctrina que según nosotros nadie puede modificar.
Así, muchos esperarían que cada uno de los Papas que toman la palabra sucesivamente, no hagan otra cosa sino repetir lo que dijeron sus antecesores, traicionando de esta manera las respuestas que la Iglesia debe dar a los nuevos retos y desafíos que se le presentan, vistos desde el amor y la gracia salvadora de Dios.
"La doctrina no puede cambiar” es una frase que denota mucha soberbia en quienes la usamos. Pareciera que nos creemos el Espíritu Santo, o hasta superiores al Espíritu Santo, porque ni siquiera le permitimos a Dios que nos venga a cambiar la doctrina.
¿A qué doctrina se refieren? ¿Acaso el papa Pío XI declaró que su encíclica Casti Connubii era una enseñanza de carácter infalible? ¿O acaso Pablo VI con su Humanae Vitae, o Juan Pablo II con Familiaris Consortio?
¿A qué doctrina pues se refieren? Los puntos polémicos son éstos: los divorciados vueltos a casar no se pueden acercar al sacramento del matrimonio ni a la comunión sacramental; dos personas del mismo sexo no pueden contraer verdadero matrimonio. Decirlo así a secas nos lleva a poner una marca de exclusión sobre muchas personas. ¿Son todos ellos pecadores públicos que merecen el rechazo de la Iglesia?
Nuestro señor Jesucristo retoma el mandamiento de la ley mosaica que prohíbe cometer adulterio: "Han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo les digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mateo 5,27-28), y referido al matrimonio nos enseña: "Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio” (Marcos 10,11-12).
Ante esto, el Papa Francisco nos presenta un caso para movernos a la reflexión y a la misericordia: "Por ejemplo, si una mujer debe criar sola a su hijo, por una separación o por otras causas, y debe trabajar sin la posibilidad de dejarlo con otra persona, el niño crece en un abandono que lo expone a todo tipo de riesgos, y su maduración personal queda comprometida.” (Nº 49).
Le podríamos preguntar a Jesucristo: ¿Qué prefieres, que esa mujer siga sola o aceptas que esté viviendo con otro hombre con el que de momento no se puede casar? ¿La acusamos permanentemente de adúltera porque no está con su primer marido? Yo diría, conociendo a Jesucristo en los santos evangelios, que él se opondría terminantemente a que lanzáramos la primera piedra sobre ella. No es el caso de un hombre y una mujer que casados avientan a su pareja a la porra para juntarse con alguien más joven, en una total irresponsabilidad con su familia. En estos casos hay muchas víctimas inocentes.
Falta mucho todavía para que la Iglesia asimile las enseñanzas evangélicas de Jesucristo, no a la luz de legalismos, sino en beneficio de las personas, de las familias, de la sociedad. Él entregó su cuerpo y derramó su sangre por la salvación de las personas, no de las doctrinas.
Nosotros no nos cansaremos de proclamar que el matrimonio establecido por amor, para toda la vida, en fidelidad a los hijos, etc., todo eso es una buena noticia para nuestro mundo. Aunque el mundo esté por la eventualidad, por la falta de compromiso, por las cosas del momento.
Como Iglesia nos hemos equivocado en infinidad de veces y en cosas muy serias de nuestra vida humana. ¿Por qué no mejor presentarnos como discípulos de Dios frente a este mundo tan hastiado de nuestra soberbia y autoritarismo con que nos hemos conducido a lo largo de los siglos, desde que no queríamos aceptar que la tierra era la que le daba vueltas al sol, y que nos opusimos a la evolución de las especies, y a la libertad de expresión, y la libertad de creencia, y el respeto a los derechos humanos, etc.?
Dios, mediante su Santo Espíritu, es el que nos va conduciendo a la verdad plena (Juan 16,13), no sólo con la sagrada Escritura escrita hace más de dos mil años, sino a través de su santa creación cuya vida va evolucionando en el correr de millones y millones de años.
El homo sapiens tiene apenas unos cien mil o ciento cincuenta mil años como especie. Podríamos considerar unos dos o tres millones de años desde la evolución de los antiguos primates ya cercanos al homo pero con un cerebro aún no desarrollado. ¿Cómo seremos cuando tengamos, con el favor de Dios, unos cien o doscientos millones de años, como aquellos desaparecidos reptiles gigantescos que pervivieron durante ese período tan largo de vida sobre nuestro suelo? Dios sigue tejiendo con sus "dedos” maravillosos, como dice el salmo 8, a esta bellísima y sorprendente creación. El ser humano, aún sin aceptar su propia intervención, va a ir evolucionando paulatinamente después de millones y millones de años (si Dios nos lo permite). Las aves y los reptiles evolucionaron del huevo al parto de los mamíferos. ¿Acaso ya desde ahora sabemos cómo nos irá dando forma el Creador? No seamos fanfarrones. Seamos discípulos de Dios y dejemos que él haga las cosas en su infinita sabiduría.
Mientras tanto, proclamemos nuestras buenas noticias con valor, pero sin autoritarismos. |